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Cultura

Versos de Joaquina Viera y Clavijo

La ciudad dedica una calle de Tamaraceite a la que es considerada primera poetisa canaria

Versos de Joaquina Viera y Clavijo

Siempre se la conoció como la hermana de Don José. Y lo era. Pero María Joaquina de Viera y Clavijo tenía historias que contar por sí sola. Nació en el Puerto de la Cruz de 1737, un 27 de marzo. Creció en un ambiente culto. Su padre era escribano y se movía entre los círculos de intelectuales de la isla tinerfeña. Cuando tenía casi 20 años se mudó a La Laguna debido al trabajo de su progenitor. Ahora es ella la que comienza a relacionarse con los exponentes culturales de la ciudad. Dedica sus ratos a la escultura y la poesía. Siempre dentro de una rigurosa moralidad religiosa que desde pequeña se impuso.

El historiador y escritor José Agustín Álvarez Rixo le dedicó varias páginas en el periódico El Time, en 1868. La describió físicamente como una mujer "de estatura abultada, más bien alta que baja, de rostro alegre, de color blanco pálido casi siempre risueño con la viveza de los ojos y algunos otros rasgos de sus facciones semejantes a su hermano D. José". La escritora y poetisa cubana Dulce María Loynaz comentó de ella que "debió tener un fino temperamento artístico, porque además de la poesía cultivaba la escultura". Aunque "con más fortuna en ésta que en aquella", según Padrón Acosta, sacerdote y escritor tinerfeño.

Sus hermanos

Decidió irse a vivir a Las Palmas de Gran Canaria junto a sus dos hermanos. Habían construido una casa en la Plaza de Santa Ana, que hoy es sede del Archivo Histórico Provincial de Las Palmas. Allí se encargó de cuidar de su hermano Nicolás y de su siempre febril salud. Antes lo había hecho con su padre. Muchos la consideraban la enfermera de la familia, algo bastante común entre las mujeres de la época. Sin embargo María Joaquina seguía centrando su vida en las pasiones que esta movía: la escultura, la poesía y su ferviente sentimiento religioso. Estas dos últimas estaban relacionadas, pues gran parte de su producción literaria se centra en la espiritualidad y su existencia está consagrada a la obra de Jesús.

"Su existencia se conformaba de acuerdo al ideal femenino de honestidad y recato, reproducido también en su época". De esta forma explica Victoria Galván, directora del Museo Pérez Galdós y encargada de escribir el prólogo de sus obra, el supuesto carácter de Viera y Clavijo. El contexto cultural de su familia y el círculo en la que ésta se movía le permitió formarse intelectualmente por encima de las posibilidades de una mujer media de su tiempo. Sin embargo, no escapó de la idiosincrasia que las acompañaba. Siempre estuvo más ligada a su sentimiento religioso que a la propia institución eclesiástica. Tenía ideas jansenistas (defensa de una vida virtuosa y ascética). Cuando su madre enfermó fue trasladada al convento de Santo Domingo. Murió en 1772 y desde entonces tuvo gran cariño por esta orden. En su testamento dejó escrito su deseo de ser amortajada con el hábito de las dominicas. Victoria Galván señala que "detestaba los excesos , las manifestaciones puramente externas". Es decir, era una mujer que vivía su espiritualidad de forma interna, personalmente.

En la disciplina donde más brilló, según Padrón Acosta, no siguió el patrón de la época. Los temas protagonistas en la escultura eran los religiosos, pero ella empezó a esculpir figuras humanas. Sin embargo, las hacía de personajes de la Iglesia como el obispo Bautista Cervera.

La Junta Suprema de Canarias

En 1808 Napoleón hizo abdicar a Fernando VII en los conocidos Pactos de Bayona. Su hermano José se hizo con el trono de una España que "necesitaba modernizarse". Sin embargo, el poder francés no llegó de tal forma a las provincias y quedaron en muchos casos sin figuras de poder legitimadas. En Canarias sucedió de esa forma. El pequeño porcentaje de la población que no era analfabeta y siempre había dirigido de una u otra forma a la otra parte quería crear un órgano para conseguir la autoadministración de las Islas. En Tenerife se creó la Junta Suprema de Canarias, que pretendía juntar el poder ejecutivo y legislativo español en todo el Archipiélago. En Gran Canaria se desconfió de este acto, pensando que el órgano priorizaría la isla de Tenerife sobre las demás. No se equivocaban mucho, la mayoría de mejoras durante estos años, en sanidad y educación, se realizaron en la isla tinerfeña. María Joaquina de Viera y Clavijo se posicionó de forma clara, como otros intelectuales, tras la exhorta de Alonso de Nava, Marqués de Villanueva del Prado y encargado de la nueva organización dirigente. Escribió un poema donde explicaba su opinión. "Con lealtad extraordinaria/y con sagaz entereza. No ha bajado la cabeza/A Tenerife Canaria.

No quiere ser tributaria/Ni someterse a su mando. Por que ella va caminando/Bajo antiguas reales sendas. Y no abrazará otras riendas/Que las de su Rey Fernando. [...]Gran Canaria ya en el día/Hace jerarquía aparte. Pues huye con juicio y arte/De intrusa soberanía. En otro tiempo quería/Un Alonso ser tu dueño. La conquista fue su empeña/Pero Fernando os ganó. Y al presente se formó/La copia de aquel diseño". Habla del rey Alonso de Portugal y de Fernando de Castilla, al igual que habla de que Gran Canaria nunca se inclinará hacia invasiones ajenas. Salvo a la española. Se posiciona claramente en el conflicto.

Tras escribir sus versos A la victoria conseguida por las armas de la isla de Tenerife contra la Escuadra Inglesa del contraalmirante, y dedicarle los propios a Manuel Godoy, primer ministro español entre 1792 y 1798, murió el 25 de septiembre de 1819. Con 82 años. Sus últimos años estuvieron protagonizados por la perlesía: trastornos posturales, problemas musculares y temblores.

A un año de cumplirse los 200 años de su muerte, la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria ha decidido rendirle un pequeño homenaje. La comisión de Organización, Funcionamiento y Régimen General del Ayuntamiento aprobó recientemnete el nombramiento de una calle con su nombre. Será la que transcurre desde la avenida de la Galera hasta la calle José Jorge Oramas, en Tamaraceite. Aunque ella siempre habitó la casa sita en el ahora número cuatro de la Plaza de Santa Ana. Allí falleció tras décadas en lo que para ella fue considerada "su casa".

En su testamento recuerda principalmente a su hermano José. Estuvieron muy unidos y le profesaba una gran admiración por su calidad literaria y su trabajo de las Islas Canarias. Cuando éste murió, la soledad en la casa solo pudo ayudar a paliarla su sobrina Micaela Ginori. Al final del testamento suplica que su cadáver no fuera enterrado hasta tener la total seguridad de su defunción.

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