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Fiestas de La Naval Jubilación del párroco de La Luz

Simón Pérez: "La experiencia en La Luz ha sido muy rica por el recorrido humano de su gente"

"En el barrio de Cruz de Piedra aprendí lo que vale un peine durante los años que estuve de párroco y maestro" expresó el cura

Simón Pérez Reyes esta semana, en la iglesia de La Luz. YAIZA SOCORRO

¿Cómo lleva el no estar al frente de las fiestas de La Luz ?

Todavía estoy un poco descentrado. Soy un hombre muy activo, pero ahora tendré que pedir permiso si quiero celebrar alguna misa porque ya hay un nuevo párroco -Benjamín Rodríguez- aunque sé que no tendré problema. Ahora veo las fiestas desde fuera porque desde dentro es más duro (ríe), aunque yo comencé de sacerdote en Cruz de Piedra y ahí supe lo que vale un peine (ríe).

Bueno, como sacerdote uno nunca se jubila, ¿no?

No, pero como párroco sí; llevo cuarenta y pico de años y ya tengo 75 años. Pero seguiré ayudando en lo que me pidan.

¿El motivo de su jubilación?

Problemas de salud.

¿Qué balance hace de su estancia en La Luz?

El balance es positivo. Esta es una parroquia con mucha historia, comenzó siendo una ermita en el siglo XVI, y, por tanto, tiene una trayectoria larga. La experiencia ha sido muy rica porque la gente tiene ya un recorrido humano y religioso importante. No es lo mismo ir a una parroquia pequeña, que empieza; como cuando fui a Cruz de Piedra, que no había ni iglesia, a ésta que ya tiene un templo y una historia. Hace unos años tenía un problema serio en la cubierta que arreglamos; fueron años duros porque pensaba que se podía caer algún trozo sobre alguien. Como le digo, aquí la feligresía es mayor, pero es gente muy valiosa y muy responsable, aunque mayormente he trabajado toda mi vida con jóvenes. Ahora llevo unos pequeños grupos que se preparan para la confirmación, también el grupo de padres. Como he estado más de 30 años en la enseñanza esa vocación de maestro nunca se pierde. En La Luz he encontrado bastantes colaboradores, gente bien formada con la que he actualizado cosas.

Al tratarse de gente mayor, la actividad sacerdotal habrá sido mínima, ¿no?

¡No! (ríe). Lo que hay en parroquias como ésta son otros problemas. Aquí, por ejemplo, hemos tenido que organizar un grupo de Cáritas porque hay más de cien personas a las que atendemos. Y luego también tenemos una cantidad enorme de extranjeros, que eso nunca lo había tenido antes. Precisamente, las dos personas que tocan el órgano son una alemana y un italiano. Esa variedad de culturas es una de las cosas que más me gusta de esta parroquia.

Ha tenido que lidiar en una parroquia con caché: está en un barrio con mucha identidad, las fiestas son festejos de la ciudad. ¿Ha sido duro?

Sí, las fiestas tienen mucha envergadura. El centenario fue una experiencia preciosa, dimos unas charlas a las que vino mucha gente porque aquí hay muchas inquietudes culturales.

Comenzó en los setenta en el barrio de Cruz de Piedra, ¿cómo fue aquello?

En 1974. Fue mi etapa más larga y también más bonita. El 45% de la población de la ciudad era entonces gente menor de 15 años, había mucho niños y había que construir y hacer iglesia porque no había nada. Todo el chabolismo que había en Las Palmas estaba allí; había gente de todas partes, del Confital, de las Tenerías, cada uno con sus costumbres Fue una etapa durísima pero tenía la ventaja de que era joven (ríe). Mi primer archivo parroquial fue el recibidor de una casa y si alguien tenía que contar algo muy íntimo me iba a la alcoba (ríe). Mi primera iglesia fue el cielo porque celebrábamos misa en un local de la compañía eléctrica, donde guardaban la maquinaria, sin techo. Tampoco había colegio y, cuando se construyó, logramos que nos prestaran el comedor.

¿Entonces los curas hacían más labor social que hoy?

Sí; ahora es otro momento histórico. Entonces hicimos mucha labor social porque había una alta natalidad y la iglesia fue el punto de unión de toda la gente independientemente de dónde viniera. Tu pedías voluntarios para que te ayudaran y aparecían cien, doscientos chavales. Mis primeras comuniones fueron al aire libre y hubo 140 niños (ríe). Ahora no los reúnes ni soñando. Había mucho niño, adolescente, joven. El colegio, del que fui director, tenía cuando se abrió mil alumnos en tres turnos porque no había sitio.

¿Cómo vivió aquellos años de represión franquista? ¿Tuvo que esconder a alguien en la iglesia?

Sí; aunque tuve mucha suerte porque en aquellos años estaba Lorenzo Olarte como presidente del Cabildo y ayudaba mucho. Para las primeras fiestas que se celebraron en Cruz de Piedra hablé con él y, como vio que era muy popular entre la gente, un día me dio cientos de flores para que las plantara en el barrio. Lo mismo con el alcalde Ortíz Wiott. Era el final del Franquismo y los políticos ya no eran tan dictadores, sabían que el cambio se iba a producir.

¿Qué le ha aportado a su labor sacerdotal el ser maestro?

Mucha experiencia; el trabajo con niños lo tenía ganado. Como era maestro, los primeros años estuve en el seminario dando clase. Tenía cien niños a mi cargo mañana y noche porque estaban internos. Luego di clase en el colegio de Cruz de Piedra [hoy lleva su nombre] y llegué también a ser director. En realidad he sabido combinar bien las dos cosas. En Cruz de Piedra el ser maestro me permitió en aquellos años llegar a todos. Por la mañana daba clase y, por la tarde, atendía la parroquia sin iglesia. Todo eso lo aguanté porque era joven, sino no lo había aguantado.

¿Cómo ve la iglesia ahora?

Estamos atravesando uno de los momentos más difíciles, pero siempre hay posibilidad de trabajar. En aquel tiempo, el hecho de ser joven te permitía educar a la gente, ir al campo con ellos porque entonces no había nada. Todo aquello me aportó mucho; ellos a mi y yo a ellos. También el llevar el tema de la Catequesis por distintas parroquias. Fue otra etapa distinta, un trabajo más diocesano pero también muy rico.

También ha llevado una labor diocesana con los marinos abandonados con el Stella Maris.

Sí, en los ratos libres, cuando hay un barco abandonado de manera puntual. Hubo un momento muy duro cuando se desmembró la Unión Soviética y no se sabía quién mandaba. Entonces quedaron muchos barcos rusos y ucranianos abandonados en La Luz y hubo que echarles una mano, alimentarlos durante tiempo. No querían marcharse porque sino no tenían derecho a nada. Tuvimos uno, que repartía petróleo en África y que el capitán era cubano, que estuvo más de un año en el Puerto. Todo fue posible gracias al equipo que colabora conmigo que eran marinos porque yo no soy experto en el mar (ríe), aunque se aprende rápido. Siempre he sabido buscar ayudantes adecuados porque yo hay cosas que no entiendo. Todo lo que ocurrió es para escribir un libro.

Hablando de libros, es autor de Historia de la Diócesis de Canarias , ha tenido tiempo para todo.

Sí, cuando me jubilé de la enseñanza me dedique a escribir porque antes no tenía tiempo (ríe). Pensé: ¿Y ahora que voy a hacer por las mañanas?. Y, como me gusta la historia, dije ¿Y por qué no hago un libro de la iglesia de Canarias?

¿Por qué esa temática?

Quería que quedara constancia de todos los párrocos que ha habido porque hacen una labor excepcional. Sé que hay curas que trabajan muchísimo y, se mueren, y desaparecen. Y eso me parece injusto, incluso los que están en sitios perdidos. Lo pude comprobar cuando estuve llevando lo de la Catequesis. Gente que había dejado de existir y que solo se veía su huella en el corazón de la gente. Y yo dije: ¡voy a sacarlos a todos! e hice una recopilación de los párrocos, los religiosos y de la historia de las parroquias de más de cien años.

¿Mucho trabajo?

Nueve años. Al ser aficionado a la historia fue un placer. En verano me iba a Lanzarote y Fuerteventura para ir a los archivos de allí. Luego también hacía entrevistas a los más viejos del lugar para que me contaran sobre los curas que habían conocido, para completar la información.

¿ Y cómo hizo su biografía?

Esa es la que mejor conozco (ríe). Le dije a un compañero que me escribiera algunas líneas para no pasarme, y luego lo compartimos; porque otros ven lo que tu no ves y eso siempre es bueno.

¿Cómo le gustaría que le recordarán en su parroquia?

Amando a la gente. No me cuesta trabajo por mi carácter, sufro más que el otro si me enfado.

¿Nunca se arrepintió de ser sacerdote?

No. Tuve posibilidades porque tenía otra profesión y mi hermano llegó a ser incluso profesor de universidad en Madrid porque hizo Historia del Arte. Pero me marcó la experiencia del que fuera mi cura en Arucas, me gustaba cómo trabajaba, cómo conectaba con la gente. Tenía veinte años y como era maestro me encargó de un grupo de adolescentes. Una pandilla que se llamaba Aguaclara , que hoy todavía seguimos viéndonos. El ejemplo influye mucho.

Ahora que tiene más tiempo libre, ¿en qué anda?

Tengo proyectos en la cabeza, pero no sé si tendré fuerzas. Querría terminar la historia de esta parroquia. Vamos a ver si la salud me lo permite porque uno vive ya de prestado.

¿Cómo se ha llevado con los obispos? ¿Bien?

(Ríe). Me ordené con Infante Florido y me ayudó mucho en aquellos primeros años de sacerdocio porque fui uno de los primeros que ordenó y me tenía cariño. Con Ramón Echarren también, siempre estaba predispuesto a ayudarte y se podía hablar con él de cualquier cosa. Con él trabaje 28 años. Con Cases he tenido algún conflicto pero bien.

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