Ana nunca olvidará la primera noche que pasó en la calle, cuando comenzó a despeñarse hacia el abismo. Fue hace dos años y medio, el 29 de abril de 2016. Ese día, justo a las 12.30 del mediodía la desahuciaron del apartamento en el que vivía por no pagar el alquiler. Desde entonces duerme al raso y parte de lo que ha sido su vida -tiene 47 años y Ana no es su verdadero nombre- va con ella en una maleta que siempre la acompaña. Duerme apoyada sobre ella, nunca se acuesta en el suelo ni en los bancos, porque su ropa se ensucia, porque las hormigas abundan en esos lugares y, sobre todo, porque tiene que cuidar de su maleta. "Yo no puedo cambiarme de ropa todos los días, como todo el mundo. Si me acuesto en un banco o en el suelo, se me queda la ropa apestando", explica esta mujer, cuyo aspecto limpio y arreglado no responde al perfil de las personas sin techo. No todavía.

Su imagen, siempre sola y con la maleta al lado, se ha convertido en parte del paisaje de la zona de Triana y Arenales. Es la viva imagen del desamparo. En diciembre se le acaba la Prestación Social Sustitutoria (PSI), de 478 euros, que le paga el Gobierno canario. Sólo reclama un trabajo y denuncia que nunca ha sido seleccionada para formar parte de alguno de los planes de empleo del Gobierno o del Ayuntamiento de la capital grancanaria, pese a su situación de indigencia. "Desde hace dos años y medio, estoy apuntada en el Servicio Canario de Empleo para trabajos de barrendero, de peón de recogida y de la construcción. Nunca me han llamado. Si yo tuviera medios para conseguir empleo, no acudiría a los servicios sociales. Y que no me digan que las trabajadoras sociales están sólo para gestionar la entrega de las ayudas; para eso no hacen falta servicios sociales", explica enfadada Ana, quien admite que se equivocó al planificar su vida cuando era más joven.

En la calle

"Cuando me ví con mis cosas en la calle, es que no me lo creía. Parecía que estaba en una noria, todo me daba vueltas. ¿Y ahora qué hago?, me preguntaba. Recuerdo que hacía un frío de morirte, un viento que me cortaba la espalda. No sabía a donde ir. Me fui cargando con la maleta a la plaza de La Feria y allí me tumbé en uno de los bancos de piedra. Ha sido la única vez que lo he hecho. Al poco rato tuve que salir por patas porque no podía dormir y, sobre todo, porque estaba lleno de hormigas. Esa noche fue tremenda para mí. Fue el peor día. Ahora no siento vergüenza. Ahora estoy cansada y hastiada".

La vida de Ana comenzó a descarrilarse en 2007, cuando murió su madre. "He de reconocer que yo tengo muy poca experiencia laboral porque siempre estuve muy apegada a mi madre. Siempre estuve con ella y cometí el error de no planificar mi vida y no haber hecho las cosas mejor. Intenté buscar trabajo con todas mis fuerzas y todavía sigo intentando salir adelante, pero sola no puedo. Si no, no acudiría a los servicios sociales", explica con rabia. Y aclara que no es "ni drogadicta, ni alcohólica, ni nada de eso. En ese sentido, siempre he sido sana". Reconoce que su familia le dio la espalda, aunque prefiera no hablar del tema.

Con la muerte de su madre, perdió el apartamento donde vivía, que fue vendido y el dinero repartido a partes iguales entre los tres hermanos. Ana se vio abocada a buscar con urgencia un trabajo, con una casi nula experiencia laboral. Había estudiado hasta COU y auxiliar administrativo . "Inicié un ciclo formativo superior de administración y finanzas, que terminé curso por curso, aunque me costó bastante porque no tenía ni ordenador. Para hacer los trabajos, tenía que ir a la biblioteca; a veces los ordenadores no funcionaban y tenía un tiempo limitado. Desde que falleció mi madre, empecé a buscar trabajo, pero no hubo manera", hasta que el Servicio Canario de Empleo la contrató como telefonista. En febrero de 2016 se le terminó el contrato. "Había estado un año y dos meses, porque sustituí a un trabajador que tenía una baja bastante grande y después me prorrogaron unos meses más, pero tuve que dejarlo. Mis motivos tengo", se limita a decir.

En junio de 2016 comenzó a cobrar la PSI. En el Servicio Canario de Empleo le dieron un listado de cursos que tenía que hacer, las normas a las que debía atenerse y, basicamente, le dijeron que se buscara la vida. "Yo todo lo he cumplido. Me dijeron: cobra la PSI y apáñatelas como puedas. He recurrido a los servicios sociales porque me cansé de buscar trabajo y no lo encontraba de ninguna manera. En estos dos años y medio, ni el Gobierno ni el Ayuntamiento me han llamado para darme empleo y se supone que estoy en el grupo de riesgo de exclusión social. El otro día me dijeron que los planes de empleo son para personas de 18 a 30 años. Le ponen edad a la pobreza", exclama con impotencia y no para de insistir: "Estoy en edad de trabajar. Tengo mi cabeza bien y estoy bien de salud, pese a los dolores de espaldas que tengo por pasar tantas noches al raso. ¿Por qué no me han llamado si estoy en la calle? Hay que apuntarse en mil sitios y ni por esas. Es como un callejón sin salida ". Señala que la trabajadora social le ha dicho que la única opción que le queda es una ayuda de emergencia, "pero que eso no me soluciona nada. Eso ya lo sé yo. El Ayuntamiento me ha ayudado económicamente, pero el problema de raíz no se ataca. En el IMEF me dicen que tengo que estar pendiente del BOP y del BO para las oposiciones". La única opción que tiene para vivir bajo techo es compartir alquiler con otra persona, pero las experiencias que ha tenido son tan duras, que prefiere la calle. Lo peor de vivir en la calle, indica, es que "eres un escaparate". Eso y los desalmados. Le han robado en dos ocasiones y también ha tenido que aguantar que en mitad de la noche un tipo se parara delante de ella y se bajara los pantalones. "Si me la chupas, te doy diez euros", le dijo. Por eso pasa la noche cerca de zonas transitadas, para estar más segura. "Nunca me meto en huecos ni en cajeros, ni en portales. Prefiero pasar la noche en zonas donde pasa la gente, para pedir auxilio si me pasa algo", aclara Ana, que agradece a todas las personas que la han ayudado y a los guardias urbanos que, por la noche, se dan una vuelta `por donde está para ver si está viva.