"Mientras estas dos linternas tengan pilas, seguiré viniendo". Ricardo Manuel Vega Armas se refiere a sus ojos y más concretamente al hecho de que mientras los pueda seguir abriendo, no faltará a la cita anual que tiene en el cementerio de San Lázaro, aunque para ello tenga que venir desde Tenerife. Sentado sobre la lápida de sus padres repasa con cariño las letras con un rotulador permanente negro. "La próxima vez traeré pintura", asegura sin dejar a medias el trazo que llena de tinta la pequeña hendidura de las grafías en lo que su mujer, Concepción Rodríguez Torres, "enrama" las flores que adornarán la sepultura. Es una semana un tanto especial y al igual que muchos, ellos prefieren adelantarse al Día de Todos los Santos para dejar listo el lugar en el que reposan sus seres queridos.

Como cada año por estas fechas, los camposantos se llenan de flores y de personas. El ritual siempre parecido: echar agua, pasar el paño y colocar lo mejor posible el ramo comprado para la ocasión. En días como hoy, en los que se tiene aún más presentes a los que ya no están, se mira menos el bolsillo y el reloj. Todo sea para cuidar el lugar en el que están enterrados los familiares y amigos a quienes se les agotó el tiempo. Al fin y al cabo, es donde queda algo físico de ellos porque lo que es el recuerdo, eso siempre acompaña.

"Uno está hecho a no estar con ellos", comenta Vega Armas, que perdió de niño a su padre y siendo un veinteañero a su madre. Pero no por ello venerarlos es menos importante. "Nosotros venimos cada año y el pasado, que él estaba recién operado de la rodilla, vine con mi nieto", cuenta Rodríguez Torres mientras selecciona ramilletes entre las variedades de lluvia, San Telmo o flor de papel "o como las llaman aquí: siemprevivas". Hoy volverá a hacer lo mismo para sus padres en el cementerio de San Luis de la isla vecina donde reside la familia que también tiene pensado almorzar junta. "Porque son días un poco tristes, pero hay que seguir adelante porque es lo que ellos querrían", apunta antes de meterse de nuevo en la labor floristera mientras Ricardo Manuel Vega Armas ultima la grafológica con tal precisión que nadie diría que esas letras han vuelto a cobrar vida a base de rotulador.

No muy lejos, María del Carmen Torres Santiago también coloca flores delante de la lápida de sus familiares. Lo hace con la ayuda de su hermano Carlos, que sujeta la escalera sobre la que ella se maneja desde las alturas. Ambos llevan más de dos horas en el cementerio al que también han acudido con el hijo de María del Carmen, Alberto Manuel Díaz, y con su vecina María Quintana, Maquita. Y es que en el proceso de limpieza y embellecimiento de tumbas no se han dejado atrás a ninguno de sus familiares y menos en unas fechas tan especiales.

"Esto lo hace la gente de antes, porque los jóvenes de ahora... No creo yo que sea algo que vayan a seguir haciendo", apunta convencida Torres Santiago poco antes de volver a pisar el suelo. No obstante, su hijo Alberto Manuel asegura que él sí seguirá con la tradición que le han inculcado desde que era chico. "Aquí lo traía yo a él en el carro y ya tiene 32 años", señala quien ayer no concluyó su visita a San Lázaro ya que tanto hoy como mañana tiene pensado volver a la necrópolis capitalina para escuchar misa.

Otros que se han adelantado al Día de Todos los Santos son José Luis Gil Brito y Marce González Pascual. El matrimonio optó por ir ayer al cementerio de Vegueta en vez de hoy para evitar "el tráfico y el caos para poder aparcar" que se forma en torno al camposanto más antiguo de la capital a lo largo de todo el día. Es por eso que decidieron realizar antes las labores de limpieza y adorno de la tumba de los padres de Gil Brito. "Nosotros hemos traído strelitzias porque a su madre le gustaban mucho y además aguantan más que otro tipo de flores", cuenta su mujer. Un pequeño gesto que sirve para honrar la memoria de quienes ya no están si bien, tal y como aclara el hijo de los difuntos, "se les recuerda siempre aunque no sea este día".

Aunque las hermanas Soledad y Josefa Robaina Frías también han sido previsoras, ellas son unas fijas del primer camposanto de la ciudad. Allí están enterrados sus padres y su abuela y, por eso, acuden siempre que pueden a visitarlos. "Si podemos, venimos una vez al mes y fijo también lo hacemos en sus aniversarios", explican. Y es que según confiesan, a ellas les gusta ir al camposanto donde, sobre todo, encuentran mucha paz. "Les rezamos un poquito siempre y estamos aquí un rato, unos tres cuartos de hora, antes de marcharnos", cuenta Soledad Robaina. Lo que nunca hay en sus visitas es tristeza. "Mi madre estuvo muchos años en coma y nosotros le dimos todos los cuidados que necesitó durante todo ese tiempo. Así que estamos tranquilas porque además ella se fue cuando quiso", apostilla su hermana mientras prepara el ramo de rosas anaranjadas que han comprado para la ocasión. "Estos son días especiales y hemos despilfarrado un poco, aunque las flores duren algo menos", confiesa Soledad Robaina.

No son las únicas. En la jornada previa a la festividad de To- dos los Santos, las colas en las floristerías que rodean a las necrópolis son frecuentes. Este año, sin contar los puestos que hay fijos, el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria ha colocado otros 34 para satisfacer la demanda floral tan elevada que hay en estas fechas. Crisantemos, claveles, rosas o variedades de lilium son las especies más vendidas, bien sea sueltas o en los ramos ya preparados que también se despachan en los ventorrillos de los cementerios. Lugares en los que, a pesar de ir asociada la tristeza, la explosión de color de las numerosas variedades de pétalos aporta un punto alegre. Con ellas, de algún modo, también florecen los recuerdos.