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El cielo lloró en Guanarteme

La capital conmemora el 40 aniversario del accidente laboral que se llevó la vida de 11 trabajadores de una conservera en El Rincón

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Se cumplen 40 años del accidente laboral en una conservera de El Rincón

Enero de 1979 ha quedado en la memoria de numerosos grancanarios como uno de los más lluviosos que se recuerdan. Al cuarto día del año, una tragedia sacudió la Isla y, en particular, el barrio de Guanarteme. Once trabajadores de la conservera Hijos de Ángel Ojeda, cuya fábrica se encontraba en la zona industrial de El Rincón, murieron tras inhalar un gas tóxico almacenado en uno de los almacenes. "Siempre digo que el cielo lloró durante 20 días después de aquello", señala Elizabeth Viera, hermana de Rafael Viera, quien a sus 17 años fue el menor de los obreros fallecidos. Aún recuerda que aquel fatídico día el cielo estaba calmado, pero al caer la noche comenzó "un chispi chispi que ya no paró y nos acompañó hasta en el entierro".

Han pasado 40 años y aquel accidente laboral ha quedado en las retinas de once familias y de los antiguos empleados de una de las conserveras más relevantes de Gran Canaria. "Fue un día drástico, inolvidable, nos marcó las navidades y nuestras vidas", rememora Viera. Ella y sus padres conocieron la tragedia a través de la radio, en un determinado momento decidieron cambiar de emisora y entonces escucharon la voz "quebrada" de un locutor, "nos llamó la atención por no ser habitual". Pronto comprendieron la magnitud de lo sucedido aquella tarde del 4 de enero de 1979.

En los días previos al accidente un temporal de mar anegó los viejos almacenes de pescado, un lugar donde en otro momento el negocio llegó a producir su propio hielo. "El encargado o el apoderado", no recuerda bien Viera, "les ordenaron a mi hermano y a Juan Cabrera que bajaran a desatascar las alcantarillas", matiza. Y así lo hicieron.

Según las investigaciones que se realizaron con posterioridad, los restos de pescado que bajaban por los conductos internos de la fábrica interaccionaron con el agua del mar, como consecuencia, se originó un gas mortal que acabó con la vida de Francisco Romero Henríquez, José Cabrera Pulido, José Perdomo Santana, Fermín Silva Ramírez, Mariano Cano Araujo, Francisco Rodríguez Barba, Rafael Viera Castellano, Abdon García Rodríguez, Juan Javier Armas Padrón, Juan Mario Ali González y Juan Carlos Moreno González.

"Al principio creían que se estaban ahogando y por eso bajaron varios", señala Viera. De manera solidaria, fueron uno tras otro al rescate de sus compañeros, al ver que los primeros en bajar al pozo no salían ni reaccionaban ante las voces de alarma. "Podrían haber sido más personas las fallecidas, pero se les impidió a otros acudir al sótano", indica Aarón Martín, gestor de Seguridad y Emergencias en el Ayuntamiento de la capital grancanaria.

Policía Local de profesión, Martín apenas era un niño pequeño cuando ocurrió todo, pero sus inquietudes por uno de los mayores accidentes laborales que se recuerdan en Canarias le han llevado a convertirse en un experto sobre lo ocurrido. Hasta tal punto que el pasado otoño logró publicar el libro Hombres valientes, relato de una tragedia, en memoria de aquellos once trabajadores que se dejaron la vida en un acto de solidaridad.

"Penosa labor de rescate de los once infortunadas víctimas". Así calificó LA PROVINCIA hace cuatro décadas el dispositivo de emergencias que se desplegó con motivo del accidente. "Los bomberos bajaron con máscaras muy precarias poniendo en peligro sus propias vidas", señala Martín, quien a lo largo del último año ha entrevistado a varios de los profesionales que actuaron aquella tarde de enero.

Según detalló este periódico, para poder rescatar los cuerpos se hizo necesario achicar gran parte del agua almacenada en el foso y, posteriormente, demoler parte de un muro para poder sacar a la última de las víctimas. El suceso provocó gran expectación. No obstante, las autoridades se vieron en la necesidad de cortar el tráfico en la Carretera General del Norte ante el despliegue de medios. La conservera de pescado, conocida en la Isla por sus sardinas, contaba con más de 200 empleados en el momento de la tragedia, por lo que, quien más, quien menos, tenía algún familiar o conocido implicado.

Los entierros en Las Palmas de Gran Canaria, Guía y San Mateo fueron multitudinarios, según detallan las crónicas periodísticas de la época. La gente, ataviada con paraguas, despidieron a sus seres queridos ante una serenidad absoluta. "Recuerdo el silencio que había en la calle, era día de Reyes y no había ningún niño en la calle, el barrio de La Atalaya se solidarizó con nosotros", puntualiza Viera.

Después comenzó una carrera judicial que se prolongó durante diez años y que les llevó a realizar tres juicios distintos, apunta Martín. "Al principio fue rápido, pero empezaron a bloquear la causa", indica la hermana del fallecido. De esta manera, el caso llegó a estar en manos del Tribunal Supremo. "Daba impotencia ver a señoras de 80 años por las calles de Madrid pidiendo Justicia", señala. A lo largo del proceso les defendió el letrado Fernando Sagaseta y hasta se vio interesado en la causa el letrado y político comunista Nicolás Sartorius. "Todo saldrá bien, la causa se reabrirá, hay que sacarla, nos repetía", recuerda Viera. Finalmente, lograron su objetivo en 1988, año en el que salieron imputados con penas de prisión el encargado general y el apoderado de la empresa Hijos de Ángel Ojeda.

Elizabeth Viera asegura que su lucha ahora se ha centrado en luchar por la mejora en la prevención de los riesgos laborales. "La cuestión es que los empresarios tomen cartas en el asunto, siguen ocurriendo demasiadas muertes cada año", señala. Precisamente, la escultura Manos Solildarias que se encuentra en El Rincón "no solo" hace homenaje a los once de la factoría Ojeda, también "al resto" de muertes en accidentes laborales en la Isla, matiza Viera. Esta obra es fruto del esfuerzo y la movilización durante casi una década por parte de Talio Noda, quien fuera profesor en el IES El Rincón, "removió en todas las administraciones, todos los colores políticos para ayudar sin tener relación con la causa". Un esfuerzo que tuvo recompensa gracias al escultor Etual Ojeda, quien diseñó unas manos entrelazadas que "simbolizan la ternura y la solidaridad entre compañeros", apunta Viera.

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