Dos hermanas, con tres hijos menores a su cargo, tienen una orden de desahucio para abandonar su domicilio mañana. Nereida y Natalia Espino Ojeda viven desde finales de agosto en un piso de la calle Córdoba, en la zona de la Vega de San José de Las Palmas de Gran Canaria, y ambas han sido desde entonces víctimas de una estafa. El pasado jueves, 21 de marzo, agentes de policía y funcionarios de Justicia se presentaron ante su puerta con la intención de efectuar el lanzamiento de la anterior inquilina del inmueble. Al ver que, en lugar de esta, el piso estaba habitado por las hermanas Espino, el propietario les dio de plazo una semana para que desalojen el lugar. Ahora, con el miedo en el cuerpo y con la ayuda del Sindicato de Inquilinos de Gran Canaria intentan por todos los medios no quedarse en la calle.

A finales de agosto Natalia encontró un anuncio de un alquiler barato en Facebook. Fianza de 150 euros y a pagar esa misma cantidad todos los meses a partir de septiembre. Todo un chollo teniendo en cuenta los actuales precios del alquiler en la capital grancanaria, los cuales se han disparado en los últimos años. A los pocos días quedaron con el supuesto propietario en una gasolinera de Vegueta, este les entregó las llaves y ellas la fianza. Días después el arrendador acudiría a la vivienda para formalizar el contrato y cobrar la primera mensualidad, pero, para sorpresa de las hermanas Espino, literalmente "se esfumó".

"Lo llamamos y el número ya no existía, miramos en internet, el anuncio había desaparecido, no teníamos manera de contactar", afirma Nereida. Cuando entraron en el piso descubrieron que este carecía de cañerías, grifería, bombillas, casi no tenía muebles, las humedades reinaban en las paredes y hasta la encimera de la cocina brillaba por su ausencia. "Hemos arreglado todo poco a poco por la decencia de los niños", señala Nereida. "Aquí antes no se podía vivir", apuntan ambas.

Y, tras mucho esfuerzo, las malas noticias llegaron hace ahora una semana. "Eran ciento y la madre, pasamos mucho miedo", indica Natalia. Las hermanas espino desconocían quienes eran tanto la anterior inquilina como el propietario. No obstante, estos debían más de 4.000 euros a la comunidad de vecinos el verano pasado, cuyas cuotas son de apenas 20 mensuales.

La Justicia y el inquilino les dio entonces de plazo una semana para abandonar el inmueble. Ante tal situación fue el párroco del barrio quien las puso en contacto con el Sindicato de Inquilinos. Estos han intentado por todos los medios paralizar el lanzamiento, aunque, por el momento, desde Justicia no les han confirmado que este sea en firme, señala Ruymán Rodríguez.

Según Isabel Saavedra, abogada del Sindicato, entiende que el juez "está obligado" a paralizar el desahucio en base al Real Decreto 7/2019 de medidas urgentes en materia de vivienda y alquiler, en vigor desde el pasado 5 de marzo. Este determina que si los inquilinos se encuentran en situación de vulnerabilidad social u económica, acreditado por los servicios sociales, el Juzgado deberá aplazar el lanzamiento en el plazo máximo de un mes.

En estos momentos las dos hermanas carecen de ingresos regulares. Nereida trabajó de camarera hasta hace apenas un mes y Natalia es parada de larga duración. En marzo cobraron por primera vez una subvención de emergencia. Con esos escasos ingresos, a los que habría que sumar las ayudas de familiares y amigos, han logrado cambiar parte de la fontanería de la casa, pintar las paredes, amueblar las habitaciones, poner una lavadora o un termostato. Además de pagar cada mes el recibo de la comunidad, el agua y la luz.

Nereida tiene un hijo de 5 años y Natalia dos, de 9 y 11 años respectivamente. Estos no se encontraban en el momento del intento de desahucio de la semana pasada, pero cuando llegaron se encontraron sus cosas en bolsas. "Mi hijo entró y vio todo, me dijo que le gustaba esta casa y no quería irse", señala la madre del más pequeño.

No obstante, los niños vivieron hacinados en casa de unos familiares hasta el verano. "Siento volver allí, no cabemos", apunta Nereida. Ambas viven en la incertidumbre del futuro.