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análisis

De jira con Jorge Oramas

Un paseo por las señales secretas dejadas por el explorador humboldiano | Sus cuadros se revelan como mapas de tesoros escondidos entre la marabunta urbana actual

De jira con Jorge Oramas jorge oramas / carlos suárez

¡Cuantas islas hay escondidas dentro de esta isla! ¡Cómo guarda el paisaje pasados insulares que fueron la fuerza de otros tiempos! Recónditos lugares, hoy presentes sin dejarse ver, camuflados y cubiertos en medio de un escenario urbanizado. Para rastrear estos recursos de la historia, hemos ido siguiendo el mapa de señales secretas dejadas por ese explorador humboldtiano que fue el joven pintor José Jorge Oramas (1911-1935). Sus cuadros se revelan como mapas de tesoros escondidos entre la marabunta urbana actual. Desvelarlos está exigiendo una ardua tarea de cartógrafo ante un territorio inexplorado. Nada, ningún lugar parece igual a lo que fue. Y sin embargo, ahí están. Siguen presentes a pesar de los casi 100 años pasados.

Huellas de paisajes fósiles, al igual que si fuesen conchas o petrificaciones como las que observaron Lyell y Maffiotte. Pasados que se resisten a desaparecer. Iconos transfigurados por el tiempo donde tan sólo un ángulo escondido, un insólito punto de vista, un resquicio espacial, permite recuperarlos. Estos mapas visuales del paisaje que recoge Oramas siguen presentes a pesar de la destructora y machacona maquinaria humana. Aquellas estéticas miradas que plasmó se muestran como verdaderos cuadros de la naturaleza y reflejan un trasfondo científico, naturalista, de notario geográfico, de recolector ancestral de perspectivas para disfrute de todas las generaciones.

Reconquistar hoy los paisajes de Oramas es recuperar espacios perdidos, huellas reflejas de otro orden humano, de sueños y esperanzas vividas, plasmadas en un camino ordenado, en una casa recién pintada o en una palmera canaria recortada contra el cielo. La estética de Oramas no es tan infantil como ha veces se ha dicho. Es notarial. Es escudriñador. Es detallista. Su trazo no sólo es del grosor de las pinturas impresionistas. Es el del pincel fino, la mirada aguda, la visión cuasicientífica, analista, que recoge y trasciende la obra de un simple observador. Hay profundidad. Hay exactitud y belleza a la par. Aptitudes innatas en Oramas y que coinciden, entre otras directrices, con las dos condiciones que el geógrafo, viajero y naturalista Alexander Von Humboldt (1769-1859) marcaba a sus dibujantes en su deseo de transmitir fielmente a los europeos el exotismo de los paisajes americanos que visitó y quedaron plasmados en sus Cuadros de la Naturaleza (1808) y en sus Vistas de las Cordilleras y monumentos de los pueblos indígenas de América (1810).

Muchos de los cuadros de Oramas se pueden recrear aún en medio del caos de hoy. Cuando levanta la mirada al horizonte, reseña fielmente elementos y trazos que sólo cambian en tiempos geológicos. Cada sombra de un caidero, de un risco, cada silueta de un roque, de una montañeta, se mantienen aún allí. Cambian los paisajes domesticados del hombre, mutan sus cultivos, se transforman sus caminos, desaparecen sus casas tradicionales y aparecen nuevas edificaciones, palmeras y otros árboles al amparo del poder regenerador de la naturaleza, que cae y se vuelve a levantar sobre si misma. Pero permanecen los relieves geológicos, los hitos paisajísticos, algunos de sus palmitos, el horizonte del mar. Ahí siguen El Sombrerito en Tirajana, el Roque del Saucillo y la Cueva del Mediodía en San Mateo, el Risco del Campanario, el Risco del Hombre...

Para recuperar la senda de este pintor fiel al paisaje hubo que aplicar un método de análisis geográfico y cartográfico. Lo primero, un ejercicio de gabinete, rastrear fotos antiguas, revisar cartotecas y fototecas insulares. Después rastrear la diacronía de cada lugar, de cada finca, de cada hacienda, de cada camino viejo transformado en carretera o sepultado bajo una autovía. No son casuales sus escenarios. No tuvo ni tiempo ni medios para elegirlos. Los eligieron ellos a él. Allí donde lo acercó un amigo, un mecenas, o adonde lo llevó su temprana enfermedad, allí plantó su caballete intentando plasmar los postulados estéticos que, en la Escuela Luján Pérez, marcara su director Domingo Doreste Rodríguez, Fray Lesco (1868-1940), recogidos en la recopilación de artículos publicados -bajo el subtítulo Las cosas de la ciudad y del campo- por El Museo Canario, en 1954.

Después, el ejercicio espacial de recorrer las sendas y caminos que conoció y descubrir su punto focal, en medio de un paisaje transformado, evolucionado desde su muerte hace hoy 85 años. La historia quedó recogida en sus paisajes. Cambios tan sustanciales como la propiedad del suelo, la fragmentación de las haciendas, las cambiantes normas del urbanismo y los estilos de la arquitectura, la sustitución de los viejos caminos y sendas por carreteras y autovías, la rotación y ciclos económicos agropecuarios dejan su huella en el paisaje. Bastante difícil se hace aún localizar algunos de ellos. De aquellas campiñas -donde como las describiera Fray Lesco convivían la labranza y la espontaneidad de la naturaleza- diáfanas y luminosas, como pátinas de paisaje vividos hasta el último recurso -asiaditos- que con tanta añoranza recuerdan nuestros padres y abuelos, a esta híbrida, exótica y periurbana mezcolanza actual. Pero cada periodo se guardó, cada época pintó su trozo del paisaje.

Por eso son mapas del tesoro. Con sus cuadros bajo el brazo, puedes volver a salir con tus amigos de jira y descubrir un paisaje de la historia. Con sus cuadros bajo el brazo, hay que lanzarse a la isla para descubrir que ella sigue allí, fiel a sí misma. Que aún escondida, ultrajada, machacada, sus cuadros, como verdaderos archivos de paisaje, están aún presentes frente a ti. Te ofrecen otra oportunidad de revisitarla.

Oramas no sólo recogió la luz. También recogió su tiempo. Romper esa prisión del tiempo que reflejó es lo que perseguimos localizando hoy sus cuadros de la naturaleza insular.

Carlos Suárez Rodríguez.

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