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aquí la tierra

'Animus iocandi'

Una fotografía de Teodoro Maisch expuesta en El Museo Canario muestra a José Naranjo, técnico fallecido de la institución, y a un soldado mientras sostienen esqueletos de guanches tal que marionetas

'Animus iocandi'

A este reportero le gustan los jardines. Tal es así que en esta sección ha escrito sobre muchos y muy variados, desde el Jardín de Yoyo y el parque de las Cucas hasta el "nanojardín" en una acera del barrio de Monteluz de su amiga A. Pero, para ser franco, en el que se mete ahora, también en Las Palmas, no acaba de encontrarse cómodo. Resulta, muy estimado lector, que tiene que cumplir con su entrega semanal en este su periódico, y en la hora límite no consigue pensar en otra cosa que en la fotografía de una fotografía que tomó hace tiempo en El Museo Canario. Una fotografía de la que nunca se ha atrevido a escribir para no meterse en líos. Pero se ha acabado el tiempo, y ante la posibilidad de que el director de este rotativo, Antonio Cacereño, se enfade con él ?y, aún más, que no le invite a comer al Samoa, como le tiene prometido, no le queda otra que tirar para delante.

La foto de marras fue tomada en algún momento del siglo XX por Teodoro Maisch y representa a José Naranjo, auxiliar preparador de El Museo Canario, junto a un joven soldado, mientras sostienen dos esqueletos en un armario. En la imagen puede verse a otro esqueleto más, colgado de un gancho, también dentro del mueble. Están muertos. No solo los individuos, seguramente guanches, cuya completa individualidad, por así decir, fue un día soportada por sus estructuras óseas. Lo están, así mismo, José Naranjo, técnico que es una leyenda en el museo, a quien el pintor Manolo Millares cita en sus diarios, y Teodoro Maisch, un fotógrafo de referencia en el espacio cultural insular. En lo que toca al soldado este reportero carece de datos para ubicarlo con precisión, si en el reino terrestre o si en el transmundo.

Y, bien, ¿por qué le incomoda tanto al reportero escribir sobre esta fotografía? Pues porque la imagen originaria está tomada con animus iocandi ?o sea, con ánimo jocoso? tanto por parte de Teodoro Maisch, que la capta, como por José Naranjo y el soldado que posan en ella y que sostienen los esqueletos como si fueran marionetas. Por si fuera poco esta foto, no la de Maisch, sino la que el reportero tomó clandestinamente de la misma;?excusas a Diego López, presidente de El Museo Canario, pero la pulsión periodística es así, muestra como la otra foto, la de Maisch, está expuesta en la Sala Verneau del prestigioso gabinete científico, donde se exhiben también momias y osamentas de los antiguos pobladores de la Isla.

Ciertamente, resulta desconcertante ver esta foto, la de Maisch no la del reportero, exhibida en pie de igualdad en la sala de antropología de la institución fundada por Gregorio Chil, junto a las vitrinas atestadas de cráneos y los cuerpos embalsamados de los aborígenes. Pero también es verdad que hay otros elementos en esta estancia que pueden provocar una hilaridad incómoda: sobre las vitrinas hay una colección de bustos de yeso que representan todas las que el siglo XIX estipuló como razas humanas del planeta. Entre ellos hay uno que representa no a un tipo sino a un individuo, con una inscripción que reza literalmente: "Chino pirata decapitado en Haiphong".

En fin, el reportero se sigue saliendo por la tangente porque no encuentra la manera de entrar al fondo del asunto: la fotografía, como indica Roland Barthes en su ensayo La cámara lúcida, es una huella de la muerte desde el mismo momento en que se toma, pues, en tanto que emanación de lo real, es una impronta de la caducidad de todo lo visible. Así pues, no solo los esqueletos del armario recuerdan la finitud de la vida. Lo hace también la fotografía de Teodoro Maisch, y la fotografía del reportero de la fotografía de Teodoro Maisch. Por cierto que, si es seguro que el reportero también está condenado a morir, no lo es menos que con este reportaje ya ha perdido definitivamente toda posibilidad, por remota que fuera, de inmortalizarse en la historia mundial del periodismo.

En fin, que el asunto de la consideración que se debe de dispensar a los restos humanos está sometido a controversia desde antiguo. Y quien diga lo contrario que se acuerde de Heráclito, ya saben, aquel filósofo al que apodaban El oscuro, que decía que "los cadáveres deberían ser arrojados al estiércol". Este reportero ignora cuál fue el destino de los restos de Heráclito, como tampoco sabe qué fue de los de Teodoro Maisch, José Naranjo y el joven soldado ?en el caso de que hubiere fallecido. En cualquier caso, de Heráclito, al reportero le gusta más aquella sentencia que dice que "nadie se puede bañar dos veces en el mismo río", lo que, en el caso del reportero es cierto, porque solo se bañó una vez en uno y no le gustó, con lo que ni en el mismo ni en otro distinto.

¿Qué más se puede decir para no decir nada? Quizá, a la vista de cómo manejan los dos esqueletos José Naranjo y el soldado, quepa recordar a Heinrich von Kleist, efectivamente, su Sobre el teatro de marionetas, cuando afirma: "estos muñecos tienen la ventaja de ser ingrávidos. Nada saben de la inercia de la materia que es, entre todas las propiedades, la más perjudicial para la danza; pues la fuerza que los levanta sobre los aires es mayor que la que los encadena a la tierra".

En fin, que si quieren reflexionar en profundidad sobre cómo hay que comportarse ante los fantasmas de los guanches, olvídense de lo que están acabando de leer en este momento y no dejen, por nada del mundo, de sumergirse en el libro Los fantasmas de los guanches, recién publicado por el antropólogo Roberto Gil Hernández, que, él sí, dice cosas interesantísimas y las dice además con una amenidad de la que ya querría poder presumir el firmante.

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