El murmullo se apodera del ambiente donde la expectación crece a medida que se acerca la hora. La calle está abarrotada al igual que los balcones y las azoteas donde los más afortunados tienen vistas privilegiadas. Las miradas están puestas en el cielo poco antes del gran momento. Las cámaras de los móviles también en ristre. Cerca de la una de la madrugada, al cierre de esta edición, se esperaba el primer estruendo, el que sería, como cada año, el preludio del espectáculo pirotécnico que prometía hacer vibrar y brillar San Lorenzo, el de los fuegos.

"Llevamos quince días trabajando en en diseño", cuenta Leonardo Benítez y Martel, gerente de Piromart. Su empresa es la encargada desde hace tres años de hacer realidad la magia que a tantas personas congrega en el pueblo. Una cita ineludible del verano para los fieles a la pólvora y el buen humor.

Durante aproximadamente 20 minutos en el firmamento se esperan serpentinas, dobles o triples aros e incluso corazones que conforman el castillo de fuegos en el que se han quemará un total de 402 kilos de pólvora. Parte de ella está destinada a "la sorpresa". Y es que que por primera vez esta parte del espectáculo tiene como colofón un volcán de color de unos 18 segundos de duración antes de que suene el último trueno de aviso, que sirve de señal para que comiencen a explotar los seis volcanes de voladores que hay colocados alrededor del pueblo que, literalmente, parece que va a saltar por los aires.

Es esta visión la que cada mes de agosto hace que Carla Guzmán y Antonio Rodríguez señalen la noche de los fuegos de San Lorenzo en rojo en sus calendarios. "Yo vengo desde que era pequeña y es una fiesta que no me pierdo, aunque tenga que trabajar al día siguiente", cuenta la joven de 26 años que cuando era niña solía venir con su familia. Esta vez lo ha hecho solo con su novio porque su madre, Tere Rodríguez, justo se rompió la pierna la semana pasada. "No veas el disgusto que tenía, vamos que se quería venir pero le hemos dicho que no", cuenta divertida sobre su progenitora de quien asegura que es "más fiestera" que ella.

Javier Lezcano y Aday Hernández también son fieles a su cita con el pueblo donde acuden a media tarde y se quedan "hasta el final". El suyo es un grupo grande de amigos, si bien ellos, como están de vacaciones, han decidido adelantarse al resto para "ser previsores" y tener tomadas las posciones para cuando llegue el resto. Hay que buscar el truco para tener las mejores vistas del cielo multicolor y no perderse ni un volador.

Mientras tanto, disfrutan de unos chocos y unas cervezas en uno de los puestos de comida y bebida que hay repartidos en la plaza del pueblo que, poco a poco, se va llenando. "Normalmente a esta hora suele haber más gente", observa Lezcano. Un hecho que no supone un problema a su acompañante que prefiere que se forme menos aglomeración para poder disfrutar más de la jarana "sin tanto agobio".

Gracias a que también han llegado con tiempo, María Eugenia Alemán, Cristo Manuel Campos y la pequeña Eider Campos pueden disfrutar de un paseo previo al gran espectáculo pirotécnico a la vez que saborean un enorme algodón de azúcar que hace juego con la indumentaria que lleva la niña de cinco años. "Es la segunda vez que venimos al pueblo, porque mi hermano tiene una casa aquí", explica Alemán, en lo que su hija pellizca la esponjosa chuchería de aspecto apetitoso.

No obstante, en lo que a ver los fuegos se refiere, son mucho más repetidores, ya que, según cuentan, es un evento que les gusta tanto que, normalmente, suelen buscar en las zonas periféricas una buena ubicación para disfrutar de la danza de los voladores. "Así puedes verlos sin tanta aglomeración de gente", señala Campos, que lo que sí echa de menos son los puestos de parrilladas y carnes a la brasa que ponen otros años y que este están ausentes. No se mezclarán los olores a chorizo con los de la pólvora a toda mecha, como ha sucedido durante años en las calles del pueblo.

Quienes siempre ven el castillo de fuegos artificiales en primera línea son Sonia Garabote y su familia. Nacida y criada en San Lorenzo, tiene su casa -que en su día fue el ayuntamiento del municipio- como punto de encuentro, si bien después se echan a la calle para vivir la fiesta en todo su apogeo. "Antes solía venir más gente, a las siete de la tarde ya estaba lleno el pueblo", recuerda poco antes de echar el fechillo y disfrutar del ambiente que se respira en el pueblo en una de sus noches más esperadas, en la que Garabote confiesa que el momento de los volcanes es su favorito. "Porque al final los fuegos de colores son iguales en todos sitios", asegura.

A pesar de que solo tiene seis años, a Nazaret Marrero Murillo también le gusta cuando explotan los volcanes, cuenta mientras reduce el tamaño de su cono de papas a una velocidad de vértigo. "Desde que era un bebé siempre le han encantado", asegura su madre, Loli Murillo, en un breve descanso tras el mostrador del Bazar Murillo, donde sus hermanas Begoña y María José despachan bocadillos, perritos y cervezas junto al resto del personal que les echa una mano para la ocasión. "Este año tenemos cafetera y granizadas de 18 sabores", cuentan divertidas quienes llenan el estómago de cientos de personas a lo largo de la noche en la que alguno que otro también aprovecha para llevarse las verduras para el potaje del día siguiente. "Algún año nos hemos visto a la una de la mañana partiendo mortadela para el desayuno", aseguran entre risas.

Los corrillos van tomando forma, la expectación crece. Hay que tomar posiciones, aunque este año se nota un poco más vacío el pueblo, quizá por la coincidencia con el FiestoRon de Arucas. Pero eso no empaña, ni mucho menos, la fiesta veraniega por antonomasia, aquella en la que se mira al cielo de San Lorenzo con la esperanza de llenar la retina de colores imposibles que no abandonen el cerebro durante días, quizá meses.

Los expertos fogaleros o fogalistas se preparan para el ruido como profesionales. Unos arrimados, otros dispersos, pero todos con el cuello entrenado para aguantar una explosión de felicidad, aunque solo dure lo que dura un volador travieso.