Inmersos en los múltiples avatares que nos impone la vida, apenas nos va quedando tiempo para darnos cuenta de que nos vamos haciendo mayores y ello trae consigo la cercanía, casi vecindad con la muerte. Es éste un ritual que viene repitiéndose desde el origen de los tiempos. Los panegíricos y las elegías están a la orden del día, aunque uno nunca termina de acostumbrarse.

A Lucas Segura Arbelo lo conocí hace muchos años; eran los tiempos de Radio Juventud, una radio pequeña, entrañable, que al igual que muchas, asentaba sus dominios en el Sebadal. Lucas volcaba sobre las ondas herzianas todo lo que él era; y él era pasión, convicción, un huracán desatado provisto de una oratoria brillante que hacían de él un comunicador brutal.

Para mí aquella era mi segunda aventura, pero para Lucas era la enésima o la cuadragésima, quién sabe. Y en todas ellas él mostraba y transmitía una ilusión casi infantil que te hacía llegar con verdadero fervor. Era un evangelizador radiofónico, un druida de las ondas, un furibundo volcán que arrasaba allá por donde pasaba.

Lucas vivió mil vidas en una. La profesional era más seria que la personal. No puedo mentir. Pero esa otra vida era sólo suya, y como tal la vivió. De esa otra vida recuerdo que era y fue sumamente espléndido, dado, ofrcido hasta el alba, y siempre esbozando una eterna e inolvidable sonrisa.

Pero, a nosotros, de él nos queda y nos deja su impronta y su inimitable sentido de contar y narrar los acontecimientos deportivos de nuestra isla de forma irrepetible. Siempre recordaré sus coletillas, destacando de entre ellas cuando conectaba con Lanzarote y repetía; "nos vamos a la isla de Timanfaya y el Tinecheide".

Se ha ido un locutor veraz, de raza, que siempre tiró de raíces y canariedad. Lucas fue auténtico hasta cuando los demonios interiores lo acechaban queriendo hincarle el diente.

Hoy, simpatizantes y detractores, que de todo hubo, guardan un respetuoso silencio, señal inequívoca de que en el fondo se ha ido uno de los nuestros.

Descansa en paz amigo.