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Aquí la tierra

El animal, el dulce y la inocencia

La dulcería El Roque de la calle Galicia vende pingüinos de merengue con una capa de chocolate y galleta

El animal, el dulce y la inocencia

Pasa el reportero ante el escaparate de la dulcería El Roque, contempla sus pingüinos de merengue y, como le ocurre a cualquiera que mira pingüinos de merengue en cualquier dulcería de Las Palmas, no piensa sino en la mímesis. ¡Qué cosa esta la mímesis! Desde los bisontes de Altamira, como poco, los seres humanos dan muestra de una irrefrenable propensión a imitar cualquier cuerpo mediante representaciones en las que ocupan un lugar preponderante las de orden visual.

En realidad, esto ha de quedar claro desde el principio, un pingüino de merengue no es un pingüino. Esto es, no es un ave marina no voladora que vive exclusivamente en el hemisferio sur de la Tierra (con la excepción del pingüino de las islas Galápagos), ni es una especie animal del orden Sphenisciformes. Un pingüino de merengue, como estos de la dulcería de la calle Galicia, no es un pingüino porque en realidad es un dulce hecho de merengue, chocolate y galleta que simula la forma de un pingüino. Por eso se le llama pingüino, pero con la coletilla "de merengue". Por lo demás, como saben todos los que que tienen la costumbre de ir por las dulcerías de Las Palmas a contemplar pingüinos de merengue -a falta de estadísticas, no se puede saber si son muchos o pocos-, esta capacidad mimética humana, la de representar no solo pingüinos, sino, cualesquiera otros cuerpos, ha sido objeto de sesudas disquisiciones a lo largo de la historia de Occidente.

No hay constancia de que a Platón le gustara el merengue. Es más, el reportero ni siquiera está en condiciones de asegurar que en la época del filósofo, quien vivió en Grecia entre los siglos V y IV antes de Cristo, existiese este postre hecho con clara de huevo batida y azúcar, preferiblemente glas. Sea como fuere, es un hecho que Platón no tenía un buen concepto de la mímesis. Como todos los lectores de este reportaje han leído todos los textos que se conservan de Platón resulta superfluo subrayar que fue un señor importante. Por lo mismo resulta trivial también recordar que para el fundador de la Academia la realidad del mundo sensible es inferior a la de las ideas, de la que deriva y que, por tanto, la mímesis es solo una copia imperfecta de las mismas. No obstante queda la duda de que hubiese pasado si Platón hubiese conocido los pingüinos de merengue de la pastelería El Roque y si los hubiese mencionado en El banquete. ¿Los habría denostado por su dimensión mimética? ¿Le habrían dado pie para hablar del amor entre pingüinos? Vaya usted a saber.

Aristóteles, discípulo de Platón, fue el primero que habló de una "región antártica". Lo hizo en su libro Meteorología, pero faltaría mucho aún para que se descubriera la Antártida y con ella los pingüinos que la habitan. El estagirita tampoco tuvo noticia de las otras tierras donde habitan pingüinos, de modo que nada sabía de estas criaturas, y mucho menos de sus imitaciones con merengue, chocolate y galleta. Pero, como Platón, Aristóteles consagró decisivas reflexiones a la mímesis. A diferencia de su maestro, Aristóteles considera que todo arte, en el sentido de toda técnica, incluida la culinaria, es mímesis, no solo en el sentido de reproducción de los rasgos externos de la naturaleza, sino también del carácter, pasiones o acciones de lo existente. De tal modo que si se piensa la cuestión que centra este reportaje desde las coordenadas aristotélicas, la mímesis puede concernir también al proceso de apareamiento de los pingüinos antárticos o a la ingesta de un pingüino de merengue en la dulcería El Roque. De haberlos conocido, ¿habría tenido una opinión favorable sobre estos el autor de Partes de los animales. Marcha de los animales. Movimiento de los animales? No sabe muy bien por qué, pero el reportero intuye que a la hora de pedir postre el macedonio habría elegido cóctel de frutas.

En fin, lo anterior por lo que dijeron los antiguos sobre la mímesis. Por lo que toca a los modernos cabe citar a Ernst Gombrich, que en algún sitio se pregunta: "¿Cuando hacemos el muñeco de nieve, no imitamos la imagen de un hombre que tenemos en la cabeza?". Probablemente la respuesta al interrogante del historiador del arte no pueda ser sino afirmativa, pero con ello no le queda claro al reportero que por qué siente el impulso de detenerse delante del escaparate de la pastelería El Roque cada vez que tiene una remesa nueva de pingüinos de merengue. Quizá la clave esté en lo que dice en "Sobre la facultad mimética" otro moderno, el filósofo Walter Benjamin: los niños tienen más acendrada que los adultos la facultad mimética. Si a ello se suma la poderosa carga totémica que tienen para la infancia los animales y las figuras de los animales, la irresistible atracción que ejerce en ella lo dulce y el aura de inocencia que para los adultos tienen tanto los niños como los pingüinos, puede que la clave esté ahí, que ante el escaparate de la dulcería lo que refulja en la mente del reportero sea el recuerdo de un tiempo perdido. El tiempo del animal, el dulce y la inocencia.

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