La Provincia - Diario de Las Palmas

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¡Chacho, échate un pizco!

Los riscos de la capital son como un balcón, un Gran Mirador l El de San Nicolás es, sin duda, el más popular

Tienda de aceite y vinagre de barrio. la provincia / dlp

Es como el balcón de la ciudad de las Palmas, el Gran Mirador. Comienza calle Real del Castillo y termina en la antigua muralla de la ciudad. Son los riscos, los barrios bajos que están en lo más alto como un desafio a tanta pobreza. En su singladura hasta más allá del Barranquillo de Don Zoilo, el risco de San Nicolás, es el más popular. Es el único que tiene dos castillos el de Mata más alto, en su meseta el Castillo del Rey de dónde recibe su nombre su calle principal, Real del Castillo. Esta calle, por llamarla así, es tan empinada que no hay ciclista que la suba. Es el barrio con más callejones, esquinas y recovecos y por donde pasan los coches. Parodiando a Groucho Marx "Nadie con tan poco ha logrado llegar tan alto".

Al socaire de la antigua muralla habitaban un gran número de familias en las llamadas Cuevas de Provecho ¿Provecho de qué? Por debajo ellas había un pequeño barranquillo que separaba al risco del barrio de San Antonio, que está asentado en una ladera. Lo que queda visible de él, se puede ver bajo el puente que está frente a la entrada principal del Castillo de Mata. Este barranquillo atraviesa bajo un túnel toda la calle de Bravo Murillo y desemboca en la trasera de la calle Venegas ya en el mar.

De niño, en pandilla, solíamos meternos en él con antorchas y salíamos por el antiguo muelle de Las Palmas. La muchachada obrera y peatonal del barrio, en los años cuarenta, cincuenta y parte de los sesenta también hoy solían ir a faenar a la costa de África, de ahí recibieron el sobrenombre de costeros. Estaban tres y cuatro meses sin pisar tierra y cuando regresaban, lo celebraban a bombo y platillo, algunos se ponían el traje de los domingos y se iban a pasear por Triana con perritas en el bolsillo, más farrucos que un gallo en una granja.

Había otra muchachada obrera que trabajaba en tierra firme y solían hacerlo de lunes a sábado al mediodía. Recibían el sueldo en un sobre. Estos iban con la ropa del trabajo todos los días de la semana y a todas horas. Muchos en alpargatas y los calzones remendados. Se encaminaban a sus respectivos barrios y se iban disgregando en grupos, los del Risco de San Nicolás, tenían por costumbre ir a la misma tienda de aceite y vinagre. Esta no era otra que la de Periquito EI Pájaro, el apodo era por las jaulas de periquitos que tenía en la tienda.

Las tiendas, casi todas, tenían dos pequeños mostradores, uno donde compraban las señoras y el otro para el coperío, estaban separados por una cortina o puerta. Se solía beber ron, vino, coñales y también cerveza a la salud. Las tapas eran chochos, queso tierno, manises, aceitunas y pan bizcochado.

He de decirles que las tiendas de aceite y vinagre en San Nicolás habían muchísimas y todas tenían su clientela fija. Donde servía el coperío solía haber un cartel que ponía: "El guitarreo y el cante en la calle. No gritar".

Se hablaba de fútbol, del Marino y Victoria, de boxeo y de lucha canaria. Tengan en cuenta de que les estoy contando de cuando en el campo de España, en el paseo del Lugo luchaban el Faro, Abel Cárdenes, el Pollo de Arrecife, el Palmero, El Pollo de Buen lugar, Camurrita, el Pollo de Anzo, Cubanito y muchos otros. Fueron los mejores años de la historia de la Lucha Canaria. Pero había uno que siempre llamaba mi atención: Pancho Saavedra El Molinero. Mi padre. La tertulia se iba disgregando según iban apareciendo las señoras, algunas mandaban a los chiquillos en busca del padre y si esto no funcionaba se plantaba en la puerta y decia "¿Chacho, tú no vas a comer? Dame el sobre- el sueldo - que tengo que pagar al tendero. A mí me va a dar algo". Este se lo daba y se iban. Otra con más carácter, con los brazos en la cintura y firme el ademán le gritaba desde la ventana: "Paga tú cuenta - pues cada uno pagaba lo suyo a 'Moa de guía' -y arranca". Y se lo llevaban sin rechistar.

Según la tertulia se acababa, surgía el ocurrente de siempre y, desde la puerta, le gritaba al amigo que pasaba: "¡Chacho, ¿a dónde vas? Ven pa'ca y échate un pizco!". Todo cambia, se transforma a través del tiempo de los tiempos, pero seguro que en algún rincón del algún barrio habrá una pequeña tienda de aceite y vinagre y en ella un grupo de amigos con sus vaqueros, camisas y zapatillas de marca. Buenos pelucos, gafas de sol, sus tatuajes en brazos y piernas, zarcillos en la oreja y el móvil en el mostrador, a mano. Quizás sin saberlo, están rememorando a aquellos que les antecedieron en alpargatas y pantalones remendados y, casi seguro, que entre ellos surgirá el graciosillo y ocurrente de siempre y asomado en la puerta o ventana, al ver pasar a un coleguilla, le gritará al aire del momento: "¡Chacho, ¿a dónde vas? Ven pa'ca y échate un pizco!". Y es que las costumbres no suelen perderse tan fácilmente. Sobre todo en los barrios. ¡Qué tiempos aquellos!

Aquilino Saavedra. Artista plástico.

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