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El hotel Santa Catalina entra en el siglo XXI

Un equipo de cuatro arquitectos son los artífices de recuperar las esencias del emblemático hotel de Ciudad Jardín y adaptarlo a las exigencias de accesibilidad y necesidades actuales

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Así es el nuevo hotel Santa Catalina

El hotel Santa Catalina, uno de los edificios más emblemáticos de la capital grancanaria, ha vivido una profunda transformación en el último año y medio. De la mano del grupo Barceló, el establecimiento reabrió sus puertas hace poco más de un mes bajo el nombre de Santa Catalina, a Royal Hideaway Hotel con un aire renovado. Los trabajos han permitido recuperar zonas degradadas del edificio pero, además, lo han traído al siglo XXI. Los arquitectos Ramón Chesa y Javier Mena, junto a los mallorquines Manuel Mingot y Nadal Caldentey, han sido los encargados de hacer realidad esta tarea sin hacer sombra, en ningún momento, a la creación original de Miguel Martín Fernández de la Torre.

"La idea ha sido volver a tener un hotel en el parque, como era originalmente", explica Mena. No obstante, en las últimas décadas un muro de unos cinco metros de alto, según relatan, separaba el establecimiento de los jardines traseros del Doramas. Cuando, en realidad, Martín Fernández de la Torre diseñó toda la manzana "como un mismo conjunto". Por otro lado, el equipo de arquitectos tenía una ardua tarea por delante: adaptar el edificio a las normativas de accesibilidad actuales y a las necesidades de un hotel de cinco estrellas gran lujo del siglo XXI. Cambiar ascensores o eliminar obstáculos innecesarios han sido algunas de las intervenciones que han tenido que realizar en este año, señalan.

"Este es un hotel atípico en su línea de explotación, es histórico, algo que no es habitual para una cadena internacional de este tipo", explica Chesa. "Había un condicionante, conocer el edificio y lo que significaba para la ciudad, de ahí nuestra parte; y luego estaba la experiencia de sus arquitectos en connivencia con las necesidades de Barceló como marca", detalla los aportes de cada uno dentro del equipo.

El Santa Catalina cerraba así sus puertas en mayo del año pasado para un profunda reforma, una de las mayores intervenciones que ha sufrido el edificio después de que el arquitecto Martín Fernández de la Torre lo ideara en torno a 1950. Barceló acababa de adquirir la concesión de explotación y, tanto la empresa como el Ayuntamiento, tenían la fiel intención de adaptar y recuperar el inmueble. Para ello, Mena y Chesa analizaron con detenimiento los planos originales del establecimiento, pues su intención era que este "no perdiera su esencia" y, al mismo tiempo, "recuperar su carácter abierto y transparente".

Mena ha llegado a estar hasta dos años analizando y estudiando el hotel, el cual destaca por ser un claro ejemplo de arquitectura neocanaria o regionalista, como prefiere denominarla. "La documentación histórica era algo muy importante para mantener su esencia como pieza simbólica de la ciudad", apunta mientras define al edificio como un establecimiento "con personalidad propia". De tal manera que "para poder intervenir en él era fundamental saber qué elementos eran originales y cuales no", detalla el arquitecto.

"Estamos pendientes de terminar la rehabilitación del Museo Néstor y el Pueblo Canario", apunta Chesa, en referencia al "conjunto" que conforman estas piezas junto al hotel y el parque Doramas, pues "era la idea de Néstor [Martín Fernández de la Torre, hermano del arquitecto]". La reforma ha incidido en esta cuestión. En la parte delantera, el asfaltado del acceso ha sido cambiado por adoquines, con la intención de "reforzar su carácter peatonal", señala el equipo. Además, el jardín, que se va a mejorar de acuerdo al proyecto presentado, estará cerrado por las noches con verjas, "porque así fue en sus orígenes según hemos constatado en fotografías de la época", explica Mena. Pero, la mayor de las intervenciones se ha centrado en la fachada trasera del edificio.

Para ello había que eliminar una serie de elementos que "no tenían valor o lo estropeaban", indica Mena. "Las anteriores intervenciones crearon una fachada ciega, casi una trasera", apunta en referencia al muro que separaba el edificio del Parque Doramas. Chesa destaca que esas reformas convirtieron esta parte del establecimiento en una "especie de tapia", con unas escaleras de emergencia añadidas a costa de una serie de balcones que se desmontaron. Sin contar con los cerramientos de los dos patios del inmueble, donde incluso se llegaron a emparedar ventanas con bloques al introducir el casino, resaltan.

Al mismo tiempo, también se encargaron de "limpiar de elementos extraños" la fachada colindante con el Pueblo Canario. Mientras, en el lado norte tuvieron que modificar el salón Palmeras, pues la forma abovedada del techo "rompía la geometría del hotel", apuntan. Además, fue necesario restar a este espacio una serie de metros para crear un pasillo de cinco metros de ancho, detallan, para conectar el hotel con la nueva piscina.

Es en este ala donde han podido dejar "su huella", pues desecharon la idea de crear "un pastiche o imitación" a la hora de crear una zona administrativa junto al Palmeras. De tal manera que propusieron una pieza arquitectónica contemporánea; al igual que hicieron en el spa y la piscina, pues la existente tenía unas dimensiones que no entraban dentro de lo permitido para un cinco estrellas gran lujo como el Santa Catalina.

Pero, lo más difícil, según el equipo, más allá de todos estos elementos "extraños", sería encajar los nuevos servicios en el hotel y adaptarlo a la normativa vigente en materia de accesibilidad. La conversión de un sótano, que hasta ahora servía de vestuario del casino, en un bar de tapas, La Bodeguita 1890, la creación de un restaurante a la carta en la planta superior, Poemas by Hermanos Padrón, y el traslado del comedor principal al lado opuesto de las cocinas obligaron al equipo a crear un pasillo subterráneo que uniera ambas alas.

Terraza 'chill out'

"Había un entendimiento de los hoteles completamente diferente al que hay ahora", apunta Mena. Para conectar todo el edificio, desde el sótano hasta la azotea, ahora convertida en terraza chill out, se han integrado dos ascensores de alta capacidad en unos antiguos almacenes de planta, "único punto que permitía conectar todo el edificio", recalca, por lo que fue necesario modificar la recepción. "Ha sido la intervención más fuerte que hemos realizado", señala el arquitecto; además resolvieron así el acceso al nivel de los patios y los salones como el central, el cual ha sido renombrado como Miguel Martín Fernández de la Torre. En otros casos, para acceder al Bar Carabela, hubo que rebajar el suelo para dejarlo "a nivel de piso" desde el vestíbulo.

También hubo cambios en las barandillas de los balcones, al tener estos solo 0,85 metros de alto. "Cuando la normativa exige 1,10 metros mínimo", explica Mena. Para solucionar el problema en la fachada principal añadieron unos tubos de latón, "muy discretos para no desvirtuar el original". En cambio, en los laterales optaron por colocar vidrios "y solventar así la diferencia en las medidas", detalla Chesa por su parte.

En cuanto a la decoración, "si bien en un primer momento íbamos a participar en ella, el interiorismo lo desarrolló un equipo propio de Barceló", señalan ambos. Con todo, las intervenciones introducen el hotel en el siglo XXI con amplias mejoras, "sin perder su esencia, ni el carácter simbólico que tiene el Santa Catalina para la capital grancanaria", añaden los arquitectos.

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