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El sueño de San José

Un grupo de vecinos de San José se ha empeñado en cambiar la cara de este barrio abigarrado, de este entramado de escalinatas y callejones que se encaraman sobre el risco

José Miguel Domínguez, José Alemán, Paco Luis Hidalgo, Chloe García y Santiago ARmas. QUIQUE CURBELO

Algunos dicen, con cierta ironía, que el barrio de San José es también la parte alta de Vegueta. La zona deprimida aún por explorar para muchos paseantes que recorren habitualmente las principales calles que rodean la Catedral, el Museo Canario y las grandes casas con historia al borde de la plaza de Santa Ana, pero que jamás se adentran tan arriba. Ese otro lado, la frontera recóndita no ofrece demasiados atractivos y además mantiene esa cierta mala fama que ahuyenta. La realidad es que San José sigue siendo ese mundo aparte: la periferia alejada de una capital que vive al margen de sus riscos.

Las viviendas de este barrio abigarrado, que cuelgan de forma caótica, en un entramado de callejones y sobre todo de vertiginosas escalinatas, se hizo a palos de ron, como le contaba la madre de Chloe García Coruña, "los vecinos se ayudaban unos a otros, se invitaba a algo de picar, algún ron, y entre todos en unas horas te levantaban el techo".

San José siempre fue la trastienda, el barrio que se hizo poco a poco, de noche, en las horas libres que los trabajadores que se encargaban de los cultivos de las zonas de plataneras, del cuidado del ganado y después, con la irrupción del turismo, de la construcción de los apartamentos del sur comenzaron a edificar sobre estos terrenos baldíos una casa en la que vivir más o menos cerca del centro de la ciudad.

Ana Hidalgo, estudiante de Lingüística española y que ha estado cursando parte de su doctorado en Estados Unidos, recuerda perfectamente cómo su abuelo José del Rosario Doreste después de venir del sur, donde trabajó en la construcción, "se ponía a hacer la vivienda en el barrio, y no sólo él, también mis abuelos paternos y mi padre, que con ocho años también ayudó".

Y así, a trompicones, con más cal que cemento, las familias de obreros, de jornaleros del campo se fueron organizando en torno a un espacio elevado, un lugar próximo a la ciudad y desde el que se podía otear una de las vistas más singulares de la capital. San José se situaba en la retaguardia y en la puerta de salida de Las Palmas de Gran Canaria hacia la carretera que llevaba al sur. Pero aquel lugar de gente serena, conciliadora, sufrió los embates de la crisis y de la irrupción de la plaga de la heroína. El barrio olvidó sus orígenes y fue retomando otros derroteros, una mala fama que lo acompañó y que permanece como un sitio peculiar en el que hay que guardar ciertas cautelas.

Paco Luis Hidalgo, orgulloso de ser del barrio de San José, sí echa de menos la solidaridad de antes, la grandeza de una sociedad que siempre estaba ahí, para ayudar al otro, "fíjate, antes te encontrabas a alguien tirado, hablando claro, medio borracho y con las perras fuera del bolsillo, y la gente se acercaba y le volvía a guardar el dinero para que no se le perdieran, eso ahora es imposible".

A Paco Luis, que ha dedicado su vida al fútbol y a la música, integrante del trío San José, especializado en cantar boleros, y música canaria, se le llena la boca recordando los logros de su barrio, "de aquí han salido muy buenos luchadores, futbolistas y sobre todo hemos destacado en vela latina, aquí está la Sociedad Poeta Tomás Morales. Si comparas la vela con el fútbol, nosotros somos el Real Madrid de la vela latina".

Un proyecto ilusionante

Y en medio de esta realidad compleja, de este laberinto de casas sin pintar, de escaleras con más de 200 escalones, y una sociedad que lucha por salir como puede de la crisis y de la precariedad, un grupo de vecinos está apostando por darle un nuevo y original empuje al barrio.

La idea parte de Chloe García Coruña. Su familia materna procede de San José, y aunque ella nació fuera, se considera una más del barrio. Después de pasar largos periodos lejos de la Isla, hace unos años regresó dispuesta a buscarse un futuro en Gran Canaria. Empezó por alquilar una de las casas del barrio a los extranjeros y la respuesta no ha podido ser más positiva. Según cuenta, estos inesperados clientes se muestran encantados con poder disfrutar de este lugar singular, con carisma, "ni te imaginas la demanda que hay para poder quedarse aquí".

Precisamente, de sus viajes por otras partes del mundo, a Chloe se le ocurrió tratar de mejorar el aspecto de esta zona. En Lisboa o en Valparaíso en Chile, los enormes dibujos de colores que amenizan las paredes y callejones de barrios deprimidos han logrado que la gente acuda en volandas hasta estos lugares. Hay numerosos turistas que encuentran en estos sitios el lugar perfecto para pasear, detenerse y hacerse multitud de selfis. Una circunstancia que ha cambiado el ambiente y las perspectivas económicas de estas partes de la ciudad. Con la instalación de diversidad de tiendas y locales que ofrecen productos originales, y en general de creación de emprendedores de la zona.

Chloe pone como ejemplo al barrio alto de Lisboa, "allí te encuentras con viviendas maltrechas, algunas peores a las que puedes ver en San José, pero con los murales llegan a tener tanto encanto que a todo el mundo le fascina esta parte de la capital". Entonces se plantea: "por qué no podemos hacer algo similar aquí, y no sólo en mi barrio, sino en otras zonas de Las Palmas de Gran Canaria".

En el proyecto, que esta semana se ha presentado al concejal de Participación Ciudadana, se argumenta que desde el punto de vista sociológico y psicológico la realización de estos murales suponen una herramienta de transformación social y cultural: "a través del trabajo creativo es posible desarrollar aptitudes que contribuyan a modificar actuaciones personales y relaciones sociales-comunitarias. La creatividad no es considerada como un conocimiento más sino una manera de usar el conocimiento y de aplicarlo para obtener un resultado innovador. Realizar un mural plantea en todo momento la singular situación en que se ponen en juego tanto las particularidades y fuerzas de cada uno de los que intervienen, fomentando un sentimiento de pertenencia, respeto y cuidado de aquello que se ha realizado en común".

Esta joven emprendedora lleva algún tiempo ultimando esta iniciativa, una propuesta con la que busca transformar la idea generalizada que se suele tener sobre este barrio. Y para lograr que el patito feo mute en cisne ha contado con la colaboración de varios vecinos y del diseñador gráfico y fotógrafo Santiago Armas Moreno.

La idea es dibujar sobre escalinatas y callejones grises pintaderas canarias en tonos muy vivos. La dificultad estriba en la perspectiva. Se trata de lograr que desde lejos se vea el dibujo en su conjunto. También se animará a todos los vecinos para que participen a la hora de rellenar el diseño con los colores y el mural quede de la forma deseada. La vinculación de los inquilinos del barrio es esencial para lograr el éxito definitivo de esta propuesta innovadora.

Santiago Armas lleva semanas trabajando de forma imparable en la realización de los bocetos y también ha elaborado el montaje en el que se puede ver de forma magnífica cómo será el resultado final. De qué manera con pintura, imaginación y la colaboración de todos lo que ahora es una alargada escalera gris descascarillada pueda quedar convertida en un monumento al paisaje urbano y cosmopolita.

Para Armas la propuesta de Chloe resulta sobre todas las cosas muy ilusionante, "se puede empezar a cambiar la idea que se tiene sobre San José. No me extrañaría nada que muchos turistas vengan de forma expresa a este lugar para ver lo que se ha hecho. Yo estoy encantado con esta iniciativa y espero que salga adelante".

Una de las personas que está apostando de manera especial por este proyecto es el actual presidente de la Asociación de Vecinos, José Alemán. Confía plenamente en que la mayor parte de residentes se animen a colaborar con el proyecto y que esto pueda suponer un aliciente para que otros tipos de negocios revitalicen el barrio.

José Alemán es un enamorado de San José. Para él, a diferencia de lo que ocurre en otras zonas de la capital, "aquí siempre hay gente en la calle, hay vida y todos sabemos con quién estamos hablando, porque todos nos conocemos. No cambio para nada mi barrio por otro cualquiera de la ciudad".

Para el presidente de la Asociación de Vecinos, San José, a pesar de las apariencias, no deja de ser un barrio con enormes posibilidades. Un espacio que nació de la solidaridad de sus vecinos y que mantiene, a pesar de los avatares, y de las sucesivas crisis, esa seña de identidad.

En lugar de estar en un barrio más de la periferia, San José parece muchas veces un pueblo. Ese mundo aparte en el que los vecinos salen a la calle y juegan a las cartas o al dominó en medio de la acera alargada que hay cerca de la iglesia. En la Sociedad Poeta Tomás Morales de vela latina se siguen contando historias mientras la televisión habla sola, sin que nadie le preste atención. Fuera de los bares y de las numerosas peluquerías que serpentean la avenida principal, los corrillos de gente hablan de sus cosas en un ir y venir de mujeres y hombres que se saludan y se preguntan por la salud del otro. Un abuelo con su nieto de la mano suben despacio las escaleras infinitas que atraviesan el barrio. Si San José fuera un cuadro seguramente hubiera estado en la sala cubista de algún museo de arte contemporáneo.

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