Hubo un tiempo en el que el monteverde cubría buena parte de la cara norte de Gran Canaria, la mítica selva de Doramas de la que hablan las crónicas de la Conquista. Tras la llegada de los castellanos, esta fue sustituida por tierras de cultivo, hasta prácticamente desaparecer con el paso de los siglos. En los altos de San Lorenzo, más arriba de La Milagrosa, se conserva en el recoveco del barranco de Los Caideros un bosquete de irreductibles Laurus novocanariensis, el único ejemplo de laurisivila dentro del término de Las Palmas de Gran Canaria, según resalta el catálogo de zonas de interés medioambiental del municipio. Un pequeño vergel al abrigo de un escarpe que forma parte del Paisaje Protegido de Pino Santo. No obstante, los campos de papas y las antiguas fincas de labranza, hoy muchas de ellas abandonadas, se multiplican por las laderas circundantes de este paraje.

Este verde y frondoso rincón tiene tan solo 1,6 hectáreas de superficie, es decir, unos 16.000 metros cuadrados. Y lo cierto es que apenas se trata de una mancha de vegetación muy tupida, rodeada de tierras transformadas por el hombre o por bosquetes propios del monte termófilo. No obstante, este enclave se encuentra a unos 550 metros de altitud, lugar propio de transición previa a la laurisilva. Pero, el alto valor que otorgan los expertos a este lugar radica en la inusual concentración de laureles canarios.

"Es la única representación del bosque de lauráceas en el municipio [...] un relicto de laurisilva en el sentido literal del término", señalan los expertos. Visto desde fuera, una serie de eucaliptos rojos - Eucalyptus camaldulensis - de gran porte puede confundir al visitante. Más allá de estos, el resto de especies arbóreas son exclusivamente laureles, según recalcan los técnicos. Bajo estos, en el sustrato arbustivo, las especies propias del monteverde suponen el 95% de la cobertura vegetal del lugar. Entre estas, destacan varios ejemplares de taracontilla - Dracunculus canariensis- o de bicácaros - Canarina canariensis-, las cuales sobresalen por sus coloridas y llamativas flores. Esta última está incluida en el catálogo de especies protegidas del Gobierno de Canarias, a pesar de no estar en peligro de extinción.

Realmente, uno de los motivos por los que este reducto destaca es la escasa presencia de este tipo de bosques en el noreste de Gran Canaria. No obstante, la cuenca del Guiniguada ha sido una de las más modificadas por el ser humano a lo largo de la historia. El botánico Carlos Suárez publicó en 1994 un estudio, Relictos de Monte Verde en la isla de Gran Canaria, de los principales ejemplos de laurisilva en la isla redonda, 15 en total repartidos por diversos municipios. Tan solo dos de estos estarían situados en la citada zona hidrográfica -ambos en San Mateo-.

Según un texto publicado por el geógrafo Carlos García García para la Fundación Canaria Archipiélago los ingenios azucareros que llegaron a la Isla tras la conquista hicieron meya en la cuenca del Guiniguada. "En esta primera fase de la colonización se entra a jecho (a hecho) en las masas forestales, [...] que van siendo desmontados aceleradamente", señala el experto. Y lo cierto es que en 1518 se emitió una Real Cédula con la intención de "remediar" el desastre en el que se habían convertido los bosques de Gran Canaria, apunta García. Pero, a efectos prácticos, el documento tuvo poca repercusión en el corto plazo.

Habría que esperar a estar ya muy avanzado el siglo XVI para ver la caída de la industria del azúcar, señala el geógrafo. Para ese entonces habría que incluso recurrir a maderas de otras islas para alimentar los ingenios. Pero el daño casi irreversible ya estaba hecho sobre la cubierta vegetal de Gran Canaria.

El monteverde siguió sufriendo la acción de la mano del ser humano. No obstante, según recoge Suárez en su libro, "el hambre de tierras de cultivo" a principios del siglo XIX reconvirtió muchos terrenos, entre otras causas, por el auge demográfico. Y así hasta la actualidad. Lo cierto es que entorno al único enclave de laureles de la capital grancanaria abundan las tierras de cultivo, las cuales en buena parte lucen hoy abandonadas.

Precisamente, según detalla el catálogo de patrimonio etnográfico de la capital el caserío del Lomo de Los Caideros se consolidó a inicios del siglo XIX. Esta pequeña aldea rural, hoy bajo protección municipal, rodea prácticamente el pequeño enclave de laureles. No obstante, lleva el mismo nombre que el barranco que da vida a este reducto de monteverde. Algunas de las modestas viviendas agrícolas, propias de la arquitectura campesina canaria con tejado a dos aguas, piedras de cantería y la mayoría de una sola planta, se encuentran totalmente engullidas por la maleza. Hoy las casas abandonadas se alternan con las que sirven de segunda residencia y con las pocas donde aún vive alguien, según explican los propios vecinos.

Con el paso de los años y a medida que el campo se ha ido abandonando el bosque ha recuperado terreno perdido. Aunque en este caso, la avanzadilla la han tomado principalmente especies propias del piso termófilo, como el acebuche - Olea cerasiformis-, el cual ocupa el perímetro del enclave de laureles. No obstante, el barranco del que tributa el pequeño caidero lleva el mismo nombre y alcanza las inmediaciones del núcleo de San Lorenzo. Un paraje valorado en el catálogo municipal como de "muy alto valor ecológico".

Buenas condiciones

Lo más sorprendente es que en mitad de un bosque termófilo que poco a poco ha ido retomando el terreno perdido ha logrado desarrollarse un enclave de laurisilva "en buenas condiciones", según recalca el Ayuntamiento. No obstante, el lugar se encuentra prácticamente en el límite de la zona con gran potencial para albergar monteverde en Gran Canaria, según las estimaciones vertidas en los mapas realizados por Suárez en 1994.

El bosque aprovecha así las "singulares condiciones ambientales", según el catálogo, que ofrece el encajonamiento del barranco en este punto. No obstante, los árboles se encuentran bajo un pequeño caidero, donde impera la humedad y favorece la umbría, lugares óptimos para el desarrollo de la laurisilva. Justamente, los expertos resaltan la alta presencia de brinzales, es decir, plantas germinadas a raíz de los laureles adultos. "Es indicadora de un alto grado de evolución del bosque", señalan los técnicos. Toda una señal de que este lugar tiene futuro.