Érase una vez una ciudad que un buen día se despertó de la siesta invadida por el desierto. Sus habitantes desaparecieron como por arte de magia y no volvieron a asomar sus cabezas hasta que siete días después reclamaron las calles como sus ancestros les habían enseñado, disfrutando de la vida igual que si se fuera a acabar mañana. Como en un viejo cuento infantil alemán, lo hicieron siguiendo el ritmo de la música, aunque quien les guiaba esta vez no era un flautista, sino una carroza... o 124, para ser exactos. La verdad es que todo esto no es una fábula, sino la Cabalgata del Carnaval 2020 de Las Palmas de Gran Canaria, que vivió ayer su penúltima gran jornada calle a calle, mascarita a mascarita, desde La Isleta hasta Triana. En esta procesión no faltó nadie: por Juan Rejón, Albareda, Presidente Alvear y León y Castillo se sucedían cenicientas cojas, sombrereros locos, patinadores zombies y no seis, sino un sinfín de personajes en busca de autor.

La cita iba de eso, de disfraces, aunque más de uno cambió la mascarita por la mascarilla. Con el coronavirus convertido en el influencer de los agentes patógenos, los médicos hicieron acto de presencia en la calle para ayudar a los grancanarios con la enfermedad. ¿Ayudar a curarla? ¡No, a cogerla! Precisamente en esas andaban los doctores Arturo y Adrián, recién llegados de China vía Santa Brígida. En sus manos, un fuchi fuchi con unas grandes letras azules que ponían "COVID-19". "Nos fuimos hasta allí en un jet privado y lo sacamos de un pangolín", contaban.

No les faltaban ganas de dispararlo contra la gente, aunque parece que lo que tenían en mente no era una acción de bioterrorismo, sino un gesto de altruismo fiestero sin parangón en la historia de la Medicina. "La idea es que nadie vaya a trabajar, todo el mundo de fiesta", explicaban. Su hoja de ruta estaba clara y lista para quien se quisiera apuntar a ella: "Seguiremos hasta los carnavales del sur, regalamos 14 días de baja, ¿los quieres?".

La presencia de sanitarios carnavaleros se multiplicó este año. De médicos también iban José y Óliver, que daban consejos sobre el virus como "darse muchos besos", igual de útiles que un bote de medicamentos homeopáticos. Y no solo ellos: siguiendo la estela atronadora de una de las carrozas estaba Tere, también con su uniforme sanitario, aunque con una reivindicación mucho más real: "Nada de coronavirus, yo llevo este uniforme porque en Canarias faltan muchos médicos".

Dice el refrán que doctores tiene la Iglesia, aunque el máximo representante eclesial ayer no llevaba bata y estetoscopio, sino sotana y mitra: el mismísimo Papa -aunque también es posible que fuera el antipapa- apareció al comienzo de la Cabalgata subido a un impresionante descapotable rojo. En declaraciones a LA PROVINCIA/DLP, lanzó un aviso al resto de participantes en la Cabalgata: "El pecado se quita mañana".

Entre tanta autoridad médica y religiosa se colaron también otros personajes. Repartiendo buen queso de San Mateo estaba José y su grupo de amigos del Risco de San Nicolás, que con sus vestidos de viejitas celebraban ayer 10 años llevando el mismo disfraz a la Cabalgata: "¡Si es que ya somos personajes del carnaval!", presumía. También el grupo del carril bici (perdón, bici-oso, o al menos eso ponía en sus chalecos reflectantes), que a cada paso ampliaban disimuladamente un poco más la vía ciclista de León y Castillo con la inestimable ayuda de quienes se ponían a su lado: igual valían dos bailarinas bien barbudas y fornidas con su demi plié et grand plié que unas viejitas con patinete.

Médicos, papas, extraterrestres, cenicientas, brujas, sombrereros locos, atracadores de 'casas de papel' con máscaras de genios surrealistas e incluso los que se creían disfrazados pero que en realidad solo llevaban una camisa hawaiana y calcetines subidos... Ayer todos corrían de un lado para otro tratando de pillar el ritmo que marcaban las carrozas, con una sonada excepción: un grupo de vendedoras que se decían recién llegadas de Agaete con el género fresco. Tan, tan fresco que parecía que habían llegado con él a la ciudad 24 horas antes de tiempo. "Sardiiinas, sardiiiiiinas frescas", gritaban a los cuatro vientos. ¿Lo estaban realmente? A ver quién se atrevía a decirles que no sabiendo lo que se viene encima. Seguramente habrá que esperar hasta última hora de esta tarde para comprobarlo.