Los precintos bailan con el viento y a lo lejos se vislumbra algún que otro coche de la Policía Local. Tanto el paseo como la arena de la playa de Las Canteras están completamente vacíos. Literalmente. La imagen estremece y de no ser porque es algo que se ve con los propios ojos, podría pensarse que se está ante una escena de película apocalíptica. Pero no lo es. Es la realidad que ha dejado la pandemia del Covid-19 en Las Palmas de Gran Canaria donde las calles permanecen prácticamente desérticas y la costa ha sido cerrada, acorde al estado de alarma que impera en todo el país desde las 23.00 horas del pasado sábado.

La entrada en vigor del decreto aprobado por el Gobierno central para la regulación de la limitación del movimiento de la ciudadanía en todo el territorio español transcurrió sin mayores incidencias en la capital grancanaria. No obstante, el inicio de la primera jornada de confinamiento obligatorio para contener la propagación del coronavirus arrancó con cierta reticencia por parte de algunas personas que, desoyendo la orden, decidieron seguir haciendo vida en el espacio público.

Prueba de ello son los vídeos que desde primera hora empezaron a circular por las redes sociales en los que se podía ver a gente paseando, corriendo y hasta cogiendo olas en Las Canteras, tal y como denunció Mi playa de Las Canteras en su cuenta de Twitter. Una situación que no solo causó indignación entre muchas personas que apelaron a la responsabilidad, también provocó la intervención de la Policía Local que no tardó en personarse en el litoral para desalojar a los 'despistados'. Muchos de ellos eran turistas que parecían ajenos a los acontecimientos que azotan a todo el mundo, así como a las medidas adoptadas en España. Otros, sin embargo, eran vecinos que optaron por no romper sus rutinas en tiempos difíciles para todos donde lo único que se ha pedido a la población es que permanezca en casa.

A primera hora de la tarde la imagen ya era diferente. Y es que el cuerpo de seguridad municipal procedió a precintar la costa para prohibir el acceso a la misma. Asimismo, varios vehículos policiales se quedaron en distintos puntos del paseo para vigilar el cumplimiento del decreto nacional. Lo mismo ocurrió también en la playa de Las Alcaravaneras donde, tras sacar de la arena a un par de ciudadanos, se procedió a su cierre, dejando con ello la misma estampa de desolación. Un vacío pleno en una jornada de ventolera en la que un agente custodia la entrada a esta parte del litoral.

La Policía Local también tuvo que quedarse en el entorno del parque Santa Catalina, donde tan solo un día antes seguía habiendo tránsito de turistas y vecinos, a pesar de las recomendaciones de las autoridades políticas y sanitarias que pedían no salir y permanecer dentro de las respectivas viviendas como medida de contención del Covid-19. El estado de alerta no fue declarado por el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, hasta última hora de la tarde del pasado sábado, tras siete horas de consejo de ministros.

Una de las principales medidas que conlleva esta decisión gubernamental es la prohibición de salir a la calle, salvo algunas excepciones como son ir a trabajar, ir a comprar comida, ir al médico o al banco o a asistir a personas que sean dependientes por su edad o discapacidad. También se permite estar en la vía pública para que las mascotas hagan sus necesidades. En esta coyuntura se encuentra Estela Gómez, quien trabaja los fines de semana cuidando a una anciana a cuyos perros, Arca y Conde, tuvo que sacar ayer a pasear. Sentada en un banco de un poco transitado parque Santa Catalina, observa el panorama y habla con su marido sobre cómo va a ser su vuelta a casa. "Yo vivo cerca de San Mateo y hasta allí me iré en un rato en guagua, pero luego mi marido tiene que ir a recogerme para poder llegar a mi casa y dicen que igual cierran carreteras o nos paran y yo solo he venido a trabajar", explica con preocupación.

Aún así, Gómez asevera estar de acuerdo con lo decretado a nivel estatal. "Si es lo que hay que hacer para que esto acabe, se hace", apunta. Ella misma también extrema las precauciones, sobre todo al trabajar con una persona mayor que está dentro del grupo de población de riesgo. "Mantengo las distancias con la gente y me lavo constantemente las manos", cuenta. Además, también lleva un bote de alcohol en el bolso para desinfectar picaportes de puertas o botones de ascensor. Y es que son tiempos en los que, como dice el refrán, "más vale prevenir que curar".

Quien también salió ayer a la calle para comprar alimentos fue Juan Domínguez, quien confesó llevar "fatal" el confinamiento, aunque es "consciente de que es algo necesario". La comida, junto al papel higiénico, se ha convertido en uno de los bienes más preciados para el encierro. La gente continúa procesionando a los supermercados que son de los pocos negocios que permanecerán abiertos durante esta crisis, por razones obvias. También los pequeños establecimientos donde se venden productos de primera necesidad como Frutisol, donde la pasada jornada seguían despachando víveres.

"Estos días ha habido muchísima más afluencia de clientes que, sobre todo, se han llevado mucha fruta y verdura", asegura uno de los empleados del local, Yeray Cabrera Alonso, que antes de finalizar su jornada laboral también ha aprovechado para comprar algunos productos. "Pero porque me hacen falta", apunta divertido para aclarar que no está viviendo la fiebre del repostaje compulsivo de viandas. Al igual que Cabrera o Domínguez, muchos vecinos de la capital grancanaria realizaron algunas compras ayer. O, al menos, lo que más se veía era gente con bolsas de plástico caminando por una ciudad casi fantasma.