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Crisis del coronavirus La atención a los más débiles

Un comedor contra el hambre

La parroquia de San Pedro mantiene por ahora su servicio de comedor, cuyos usuarios han aumentado tras decretarse la cuarentena

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A medida que se acercan las cuatro de la tarde, cerca de un centenar de personas, en su mayoría hombres, comienzan a formar una cola delante del comedor social de la parroquia de San Pedro en La Isleta. El comedor, que lleva años funcionando al servicio de los más empobrecidos, no ha parado de servir comidas pese a la cuarentena.

La parroquia y los voluntarios siguen al pie del cañón, aunque algunos de estos últimos han sido obligados a permanecer en sus casas porque, debido a sus edades, forman parte de la población de riesgo.

El comedor sigue adelante con su labor. Lo único que ha cambiado son las medidas de seguridad, se recomienda a los usuarios que guarden la distancia de un mínimo de un metro y en lugar de un plato de comida ahora se reparten bocadillos, una pieza de fruta, zumo y agua. Y mascarillas.

Mayor actividad que en la calle se registra en la cocina de San Pedro, cuando se acerca la hora del reparto diario. El párroco Jorge Hernández y cuatro voluntarios preparan los bocadillos -unos de fiambre y otros de queso- los plátanos y las bebidas. El protocolo de seguridad lo complica todo y ahora hay que meter la comida en bolsas y luego colocarla en una mesa, donde la recogerán los comensales.

En estos momentos, el servicio atiende a 80 personas. El número ha aumentado tras la declaración del estado de alarma porque se han cerrado otros comedores sociales. A partir de este martes está previsto que todos sean atendidos en el comedor de El Polvorín, ya que el Ayuntamiento, que ha habilitado también un comedor y un albergue en la Fábrica del Hielo, se encargará de garantizar techo y comida a esta gente.

El pasado lunes, además de la comida, se ofreció a los comensales de San Pedro unas mascarillas de tela, que han estado confeccionando un grupo de vecinas de La Isleta. Uno de los voluntarios que atienden el reparto es Jesús, un sin techo que echa una mano en la preparación del operativo y a cambio le dan la comida. Jesús lleva un año durmiendo en su coche en las cercanías de Santa Catalina, pero desde que se decretó la cuarentena tiene problemas porque no se puede permanecer en la calle. "Gracias a que la Policía Local me conoce, pero ya me han dicho que con la que está cayendo no puedo seguir durmiendo en el coche. Ya me registré y a partir de este martes me empiezo a quedar en el albergue del centro de acogida de la Fábrica del Hielo", relata Jesús, un obrero de la construcción que nació en Galicia pero lleva 30 años en Gran Canaria. Debido a las vueltas que da la vida, Jesús se ha visto en la calle y endeudado hasta las cejas. Cobra una pensión de jubilación pero no le alcanza para pagar un alquiler. "Me he quedado sin casa y con deudas", admite Jesús, que se incorporó al equipo de voluntarios de San Pedro desde el pasado mes de agosto. "Nuestra gran preocupación", resalta Jorge Hernández, "es que nadie se quede sin comer. El Ayuntamiento ya nos ha dicho que recoge y da de comer a la gente que está en la calle y nosotros ahora estamos haciendo un listado con las personas que no tienen para comer aunque vivan en una casa. Estamos pendientes de conseguir las direcciones de esa gente", para organizar un dispositivo de reparto a domicilio. Hernández se encarga de hablar personalmente con cada uno de los que reciben la comida para enterarse de su situación personal, cómo están, qué problemas tienen y también de buscar la forma de implicarlos en la búsqueda de una salida a sus dificultades. La historia de cada uno es muy diferente aunque el problema final es el mismo: carecen de medios para sobrevivir. Entre los voluntarios que los atienden están Enrique, Carmelo y también Lidia, que se incorporó al servicio en noviembre pasado, tras su prejubilación en El Corte Inglés. Enrique califica de "compleja" la situación que vive esta gente, a la que hay que apoyar a su juicio con "medidas extraordinarias". En opinión de Lidia, cuya primera misión en la parroquia fue gestionar el ropero de Cáritas, "algunos se resisten a ir a un albergue, pese a que ahora pueden hacerlo. Me dicen que no quieren que los acorralen otra vez o que se niegan a someterse a un horario de entrada, como cuando eran adolescentes". El párroco agradece el trabajo y la atención prestada por el barrio de La Isleta y a los más de 35 voluntarios que colaboran con la parroquia para ayudar a los más débiles. Destaca también la labor de "Paco Reyes, el coordinador del comedor, al que hemos tenido que mandar a casa como a todos los que tienen más de 65 años".

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