La Provincia - Diario de Las Palmas

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CRISIS DEL CORONAVIRUS

El barrio de Arenales pierde sabor con el cierre del París

El Restaurante se clausura tras 47 años de actividad en la capital grancanaria

El empresario Eugenio Guerra Guerra fotografiado este sábado ante el Restaurante París, en Las Palmas de Gran Canaria. ANDRÉS CRUZ

Se acabaron para siempre los mejores churros de pescados, los mejores calamares, las mejores croquetas y las mejores papas pajas en el barrio de Arenales, en Las Palmas de Gran Canaria, con el cierre definitivo del Restaurante París tras 47 años de actividad ininterrumpida. Seguro que hay otros lugares en esta zona de la capital grancanaria donde superan estas recetas del negocio propiedad de Eugenio Guerra Guerra pero zampárselos en este negocio tenía, cuanto menos, historia.

La restauración de la ciudad escribe, sin duda, una de sus líneas más tristes con el cierre de este negocio que abrió sus puertas en 1973 "cuando aún se estaban construyendo" esta céntrica zona próxima a la plaza del Obelisco, según recuerda Eugenio Guerra. "Son muchos años trabajando y desde hace tiempo ya tenía en la cabeza la idea de cerrar pero es verdad que esta situación del coronavirus ha sido la que definitivamente me animó a tomar esta decisión", cuenta este empresario septuagenario, armado con su mascarilla.

"Es lo que toca", prosigue. "He trabajado mucho y es hora de descansar", añade antes de comenzar a repasar la historia del local "que ha sido mi vida", como admite Guerra Guerra, pero que también es la historia de un barrio y una ciudad que comenzó a desarrollarse alrededor del establecimiento, aunque la aventura profesional y empresarial de este grancanario de Valleseco comenzó a escribirse entre 1969 y 1970, cuando un Eugenio Guerra Guerra de 19 años de edad comenzó a trabajar.

"Empecé en el bar Central, en Guanarteme, porque mi padre, que era labrador, le pidió a un amigo que me echara una mano y me buscara un oficio porque yo estaba estudiando en el Seminario. En casa no había tradición de hostelería ni nada de eso", rememora este trabajador incansable que es muy popular y apreciado en el barrio porque, entre otras cosas, el París no cerraba nunca. Bueno, una vez al año.

El resto de las mañana, las tardes y las noches Eugenio y su equipo -"sin mis trabajadores yo no habría llegado a nada", repite en varias ocasiones durante la entrevista- el París estaba siempre disponible para un café, una caña después de un Cabalgata o una tapa de ensaladilla y unas vueltas de solomillo cualquier noche.

Esa ha sido una de las claves del éxito del negocio que regenta Eugenio Guerra Guerra: una cocina sencilla pero de mucha calidad y con productos de primera. "Mis hijos ahora con lo del coronavirus me decían por qué no nos hacíamos de Glovo con comidas a domicilios pero yo no estoy para modernidades", bromea este hombre corpulento y con cara de serio pero que en el fondo es muy socarrón. Eugenio es de esos canarios que se ríe hacia dentro. Pero se ríe. Y mucho.

Continuando con su periplo profesional, tras el Central vino El Rayo, en la calle Ripoche, y el Tigaday, hasta que a principios de los años 70 y junto a dos socios se hacen con la explotación de los restaurantes Don Dín, en el Puerto y las Alcaravaneras. Poco después se suma a aquellos prósperos negocios de referencia en el momento el Restaurante París.

"Ya el nombre lo tenía puesto", responde sobre el por qué de ese guiño tan internacional aunque, todo hay que decirlo, a pocos metros se encuentra el Bar Nueva York, con lo cual parece que el barrio de Arenales siempre tuvo una visión muy global para bautizar sus establecimientos.

Sin ir más lejos, siempre se dice que el Rey Juan Carlos I, en una de sus visitas a Casa África, muy próxima al París, tras un cóctel preguntó a protocolo si el París seguía abierto porque le apetecían unos churros de pescado. Eugenio no sabe si es verdad o no -"por aquí ha venido tanta gente", confiesa- pero se le ocurre que "quizá supiera de nuestros churros porque quien sí venía mucho era Manuel Fernández-Escandón, que fuera primer gobernador civil de la provincia de Las Palmas tras la llegada de la democracia".

Otro hito del París fue su terraza. "Fue la primera de la zona: al principio teníamos dos sombrillas y dos mesas", recuerda sobre aquel primer montaje. "Conseguimos la licencia cuando estaba UCD en el Ayuntamiento", asegura este empresario que considera "la constancia" una de las cualidades que le ha permitido tener éxito.

Casado y padre de dos hijos, "niño y niña", dice orgulloso, ahora su pasión es su nieta. "Cuando veo a mi hijo lavándola me doy cuenta que yo jamás lo lavé a él ni a su hermana, todo el día estaba enterrado trabajando", reflexiona en otro momento de la entrevista. "Quiero descansar, creo que me toca. Me han dicho que al principio lo voy a pasar mal pero tengo tanto tiempo que recuperar junto a mi familia... El sacrificio que han hecho mi mujer y mis hijos por mí es un acto de mucha generosidad y me toca estar más con ellos".

El París, mientras hablamos durante la entrevista, permanece cerrado ante nuestras narices. "Lo voy a traspasar pero como no tengo prisa quiero hacerlo bien . Este negocio es un caramelito y ya le han salido muchas novias pero ya le digo que no hay prisa", responde en otro momento este vecino de la capital grancanaria que como ejemplo de la cantidad de horas que ha pasado trabajando en el restaurante que ahora cierra cuenta un anécdota: "mi casa, donde vivo, la compré sobre plano en una mesa del restaurante un día que vi a un arquitecto que conocía desplegando unos papeles enormes".

-¿Y qué cree que es lo que más va a echar en falta ahora que cierra el París?

- "Pues a algunos de los clientes y a los trabajadores porque muchos de ellos se han convertido ya en familia".

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