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ANÁLISIS

La nueva ciudad abre los ojos: mejor juntos que revueltos

las turbulencias sanitarias de la pandemia anuncian la aceleración de la tendencia hacia una urbe menos densa, con más espacio común y más humana, ventilada y respetuosa con el medio ambiente, un modelo en el que los expertos ven una oportunidad para las capitales del futuro

La nueva ciudad abre los ojos: mejor juntos que revueltos

Edward L. Glaeser, economista, profesor en Harvard, escribió hace nueve años que las ciudades, “en los países más ricos de Occidente, han sobrevivido al tumultuoso fin de la era industrial y ahora son más prósperas, más saludables y más atractivas que nunca”. Esto era un buen punto de partida en 2011, cuando publicó un celebrado ensayo de título sugestivo y significativo, El triunfo de las ciudades, y podía seguir sirviendo en general, sin entrar en detalles, para el mundo de febrero de 2020. Pero viene marzo, proyecta la imagen apocalíptica de la Gran Vía de Madrid completamente vacía, como nadie la había visto fuera de la secuencia de arranque de la película Abre los ojos, e invita a reflexionar. A abrir los ojos.

Luego están los polideportivos y recintos feriales convertidos en hospitales de campaña, los centros de ocio que fueron morgues y los geriátricos medicalizados. Se ve el sufrimiento de la pandemia concentrado en las metrópolis de la prosperidad y todo lo que de repente ha hecho que el paradigma de la concentración urbana -aglomeraciones cada vez más grandes, económicamente mejores cuanto más absorbentes y abigarradas- colisionase ruidosamente contra el principio emergente y urgente de la sostenibilidad. No estaba todo tan controlado. La tendencia a la densidad metropolitana acrecienta la vulnerabilidad a la propagación de enfermedades. La pandemia ha revuelto también el cuerpo urbano, incitando a repensar su futuro a la luz de lo aprendido en el alboroto turbulento del Covid-19.

Nada nuevo. Hay controles administrativos actuales que nos conectan directamente con las transformaciones inducidas por las epidemias de peste de la Edad Media, o sistemas de saneamiento herencia del cólera del XIX, que hizo a ciudades que habían vivido amuralladas y hacinadas durante siglos buscar espacios extramuros (una fue Barcelona) y reedificarse para oxigenarse, dejar pasar el aire y expandiéndose evitar la difusión de la enfermedad. Es una certeza histórica la constancia de que la ciudad y la salud caminan de la mano.

¿Y ahora? El coronavirus también vuelve a ser un aguijón que espolea el cambio urbano, sobre esto hay cierto consenso entre los urbanistas. Tal vez hacia una ciudad más amigable para el ser humano, más peatonalizada y “ventilada” en el sentido de la separación y la distancia, más atenta a ampliar y redefinir los “espacios intermedios entre lo público y lo privado”, menos densa o más respetuosa con el medio ambiente… El virus “no va a inventar una ciudad”, reflexiona el arquitecto Víctor García Oviedo, acelerará los cambios, o más en concreto la puesta en práctica de proyectos que ya habían sido diseñados. “Nos ha puesto delante el espejo, nos ha hecho ver nuestras propias vergüenzas”. Como en el cuento del traje nuevo del emperador, hemos visto que el rey estaba desnudo y el mensaje es “acelere”. “Dese prisa”. Ya sabíamos que las ciudades menos compactas eran más saludables y sostenibles, que eran más habitables cuanto más verdes y hechas a la medida del ciudadano, pero ahora todo esto es de pronto también un problema de salud pública. La garantía de la “distancia social” se ha vuelto un asunto de supervivencia y, de repente, urge hacer todo lo que ha se sabía que había que hacer.

“El mayor invento de nuestra especie”, que eso es la ciudad en la visión de Glaeser, vuelve a ese punto en el que debe recalcular la ruta y la dirección, urgida de nuevo a la acción por la revolución inesperada de una peste. García Oviedo y sus colegas arquitectos Sonia Puente y Jesús Menéndez, junto a los economistas Fernando Rubiera y Ramiro Lomba y al historiador y geógrafo Benjamín Méndez, han confluido en una reflexión que vislumbra un nuevo universo urbano que reserva un espacio de oportunidad para el área metropolitana que las ciudades tienen pendiente de ordenación.

El punto de partida dice que en el trazado urbano que alimenta la pandemia vamos a estar mejor juntos que revueltos, y que para eso hay centros urbanos que tienen de entrada una configuración bien situada si se sabe gestionar: la solución a los problemas que la pandemia ha destapado en la gran aglomeración urbana puede encontrarse, argumentan, en la distancia y los “pasillos de seguridad” que garantizan “las áreas policéntricas”, siempre que se sepa consolidar “un reparto equilibrado de zonas residenciales, productivas, de intercambio y esparcimiento y descongestión ante la contaminación”. Es, rematan, el “modelo perfecto” para después del coronavirus. “Una oportunidad única” de adaptación a las nuevas exigencias que alumbrará la nueva sociedad pospandémica. La ciudad, asumen, está en continuo movimiento y, por lo tanto, en constante debate, y el Covid-19 enseña caminos nuevos para agitarlo.

Más aire

Frente al crecimiento “en mancha de aceite”, el modelo de expansión urbana que tiende a ocupar los espacios intermedios de la ciudad igual que una mancha de aceite absorbe las gotas que la rodean, la nueva realidad del coronavirus pide un movimiento contrario: amplitud, desahogo, holgura… “Prestar más atención a los espacios intermedios entre lo público y lo privado. A las plazas, la peatonalización, las terrazas”, resaltan los expertos.

Menos gentrificación

Más mezcla de usos. Se precisa, resaltan, “una manera distinta de pensar la ciudad”. Los centros urbanos se duelen de “síntomas de gentrificación”, de desplazamiento progresivo de sus funciones tradicionales y de una uniformización de usos que tal vez ya no quepa. A los ojos de los arquitectos urbanistas, esos centros “deberían volver a su función tractora mediante la mezcla de usos, con el comercial y los negocios de proximidad como uno de sus componentes al lado del residencial, el cultural, el deportivo, el terciario avanzado…” El distanciamiento social, rematan, es más factible “en ciudades medias y pequeñas”, “en nuestros pueblos y dentro de ellos en las dotaciones, equipamientos y zonas verdes con menor densidad de uso”.

Con las “vergüenzas” al descubierto

No es cierto que crisis en chino también signifique oportunidad, como decían los mantras buenistas de la recesión de 2008, pero al menos esta sí ha servido para destapar algunas ineficiencias del modelo urbano occidental. Ha reanimado viejas convicciones dormidas sobre la importancia de determinadas funciones de la ciudad, por ejemplo. Así, el miedo al desabastecimiento ha devuelto al imaginario colectivo cierta conciencia sobre la urgencia de disponer de un comercio de proximidad, tanto “el que garantiza el suministro de los artículos básicos” como “el de las reservas estratégicas de bienes esenciales”. Además de productos, rematan, esos negocios “generan vida y diversidad de usos y funciones, además de seguridad en el espacio público”.

Más espacio al aire libre que centros comerciales

Las “vergüenzas” destapadas por la pandemia enfocan igualmente una carencia de “espacios de esparcimiento al aire libre”. La visión de los urbanistas precisa más y sostiene que “los centros comerciales y hoteleros no pueden seguir cumpliendo esas funciones… Es necesaria una nueva mirada sobre el espacio público, priorizando a las personas y sin caer en excesos de privatización”.

La movilidad como ingrediente de la calidad de vida

Las nuevas áreas urbanas de estructura triunfante en el universo posterior a la crisis del Covid-19 encuentran además una clave esencial en la accesibilidad, en la movilidad sostenible y el transporte público concebidos como ingredientes principales de la calidad de vida.

¿Miedo en el transporte público?

El transporte público lleva directo a un cruce de caminos: es la respuesta eficiente a la pregunta por la movilidad urbana, pero a la vez podría haber sido un foco de infección durante la pandemia. La respuesta al dilema invita a volver a la escala de las ciudades medias y pequeñas, bien conectadas y “ventiladas”. Como quiera que el virus también ha servido como ensayo de una sociedad con flexibilidad horaria y trabajo a distancia, se sugiere hacer frente a las aglomeraciones del transporte generalizando el teletrabajo y rompiendo “las rigideces horarias heredadas de la revolución industrial decimonónica para evitar en lo posible las horas punta”.

Cambiar la estructura, no sólo el “maquillaje”

La red urbana de occidente es heredera directa de la Carta de Atenas, que en 1933 repensó las ciudades hacia un modelo racional, higiénico y moderno a la manera de entonces que ahora vuelve a pedir un replanteamiento. En la conciencia de que el cuerpo urbano está vivo, se mueve y muta, la versión de los urbanistas consultados habla de la consabida reforma interior del tejido de la ciudad por dentro, de la arquitectura de las tres “erres” -rehabilitar, regenerar, rehabilitar- o de cambiar la “estructura y el maquillaje”.

No se trata sólo de incluir en la edificación “la eficiencia energética y la sostenibilidad, sino también de transformar las jerarquías en la ocupación del espacio urbano y en la valoración de los suelos para que se pueda controlar la parte especulativa en los procesos de reestructuración urbana”.

La “separación social”, de serie

En esta “ciudad-región” que ellos querrían articular “se mantienen las ventajas de ciudades medianas y pequeñas sin perder los principios de las economías de escala y aglomeración” que adornan a las más grandes. Si se ordena, se pueden conservar a la vez la calidad de vida y el tamaño del mercado. En las nuevas circunstancias sanitarias, “modelos como el de ciudades medias resultan más favorables. ¿Por qué? Porque mantenemos una separación social entre núcleos pero, a la vez, disponemos del nivel de servicios básicos o esenciales de las aglomeraciones urbanas. Además, el menor tamaño de los núcleos viene a reducir las desigualdades sociales. Es decir, poblamiento y territorio son un factor positivo”.

Policéntrica y dual

Hay mucho que hacer, eso sí. Se antoja crucial la implicación del liderazgo político y de las administraciones y sobre todo la cooperación y la capacidad de alzar la vista más allá del propio ombligo. Se sabe que la peculiaridad policéntrica del área puede dificultar esa tarea, pero a la vez es ahora su valor esencial. Su trama de ciudades y núcleos de población medianos y pequeños “hace innecesarias las costosas operaciones urbanísticas para asegurar la calidad ambiental, sanitaria, educativa y social que sí necesitan las grandes urbes”. La crisis sanitaria, dice la receta, “debe servir de oportunidad para reajustar el modelo, un modelo que tiene que incluir la previsión para gestionar las incertidumbres”.

“Lo viejo muere”, resumió en su día el filósofo Antonio Gramsci. “Lo nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”. En esas estamos, orillando la tentación de los falsos profetas, esa locución redundante. Hace menos tiempo que Eduardo Mendoza puso en boca de uno de los personajes de su penúltima novela, El rey recibe, una convicción que decía que “la función de un profeta es profetizar, no acertar. El profeta predica lo que la gente quiere oír. El futuro, bueno o malo, pero sin incertidumbre”.

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