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Un anticuario en las calles de San Roque

Alberto González, vecino del barrio, ha decorado un parterre con objetos de la basura

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Decenas de bicicletas colgadas en el barrio de San Roque

"Donde usted ve basura yo veo dinero". Lo dice Alberto González Ramírez, vecino de San Roque, y dedicado a la chatarrería desde hace más de cuarenta años. Un oficio que aprendió de su padre y que le ha permitido vivir dignamente y criar a tres hijos en el popular barrio. Su historia vital pasaría desapercibida si no fuera porque ha logrado devolver la vida a los objetos cotidianos que desecha la gente en la basura y en los puntos limpios. Y lo ha hecho del modo más artístico que sabe, ornamentando una de las callejuelas del barrio que le vio nacer con un variopinto muestrario de objetos cotidianos que recorre las últimas décadas de la vida de una familia española.

Bien vale subir a San Roque y perderse entre sus calles para descubrir el rincón de este 'anticuario', que ha instalado en la calle donde nació un museo etnográfico a la vista de cualquier paseante. La iniciativa de Alberto González nació de un modo sencillo hace ya varios años, harto de que en uno de los parterres se cagaran los gatos y los perros callejeros, y también los de algún vecino. Empezó colocando alguno de los objetos que guardaba en su casa y poco a poco fue decorando la palmera, los alrededores y un muro cercano.

En el museo al aire libre podemos encontrar piezas de la vida familiar, principalmente relacionadas con las tareas del hogar, así como herramientas de trabajo de diversos oficios; algunos desaparecidos, incluso juguetes, instrumentos musicales y objetos relacionados con el ocio y la diversión como radiocasetes o cámaras fotográficas.

Llama la atención el número de bicicletas de todos los tamaños que se exponen en un muro. Y es que Alberto González guarda aun en su memoria la primera bicicleta que le trajeron los Reyes. "Antes se compraba de fiao, y mi madre también lo hacía. Un día llegó con una bicicleta para mi y mis cuatro hermanos y fue la ilusión más grande de mi vida", recuerda sobre el esfuerzo que hicieron sus padres para contentar a sus hijos. Quizá en esa vida humilde en la que nació se encuentre también el por qué de su propuesta artística, ya que ha conseguido devolver a los objetos parte del valor que tuvieron en su pasado.

"Tenía 12 o 13 años cuando empecé con un saco y un martillo a recorrer las laderas de la ciudad con mi padre para buscar chatarra. Veníamos cargados desde Santa Brígida o Lomo la Cruz hasta el barrio con un saco con 30 o 40 kilos a las espaldas. El material luego lo vendíamos", cuenta este cincuentón y abuelo de dos nietos, que señala que para extraer más material y, por consiguiente más dinero, "escachábamos hasta los calderos".

Alberto González confiesa que el oficio de chatarrero le gustó siempre y, aunque llegó a trabajar en una empresa de suministros de barcos, nunca lo abandonó. "La chatarra siempre me ha sacado de muchos apuros", confiesa el hombre, que afirma haber vivido y vivir dignamente de un oficio no muy bien reconocido en ocasiones. "Cincuenta años más que viviera, cincuenta años más que estaría en la chatarra. No tengo otro oficio, mi padre vivió de ella y yo también he vivido dignamente, he criado a mis hijos, me he hecho una casa y me voy de vacaciones cuando puedo", precisa.

Antes de la crisis económica que provocó el debacle financiero de 2008, el chatarrero trabajaba con 37 talleres, donde recogía tubos de escape y material que se desechaba tras arreglar las avería de los automóviles. Luego lo clasificaba y lo vendía a una fundición a la Península. Pero la crisis también le afectó, algunos talleres cerraron y otros vieron en su oficio un modo de ganarse la vida con lo que desestimaron su colaboración. Y Alberto tuvo que volver a las 'laderas' de la ciudad para continuar con el negocio.

"Trabajaba hasta con talleres de San Mateo pero ahora solo trabajo con uno y me busco la vida", reconoce este hombre, que desde primera hora de la mañana está en marcha en la calle para encontrar material. Él no rebusca en la basura, como pudiera parecer, sino que va a los sitios específicos donde sabe que puede encontrar material de desecho, que luego vender. "Trabajo con esfuerzo y constancia; busco hasta debajo de las piedras", afirma este vecino de San Roque, con un hijo que sigue su oficio. "Todo tiene su valor y donde usted solo ve basura yo veo dinero. Unos días se saca 50 euros; otros 25, y así es, como la balanza de la vida", comenta el filósofo.

El chatarrero afirma que apenas se encuentran ya objetos en las laderas de la ciudad desde que instalaron los puntos limpios en la ciudad y se multa por tirar desperdicios, aunque desafortunadamente ve alguno de vez en cuando. Confiesa no entenderlo habiendo espacios donde depositar lo que ya no interesa. "Es lo mismo que dejar la basura fuera del punto limpio, si hay un horario pues por qué no van a la hora en vez de dejarlo en la puerta", manifiesta el reciclador, que guarda todo aquello que le gusta para su pequeña colección particular.

En el rincón que ha decorado en San Roque, y que mantiene superlimpio, hay lecheras, radios, máquinas de coser, de escribir, farolillos, escobas, timbres, crucifijos, cabeceros de cama, esculturas, timbres de puerta, herraduras, camiones de bomberos, pesas, calderos, paragüeros, tomavistas de cine y un sin fin de artículos que recuerdan cuánto hemos cambiado. "En otros países le darían mucho valor pero aquí todo lo tiramos a la basura", dice el hombre.

Su oficio es el de buscar cosas y no el de reparar, aunque algunas de las que enseña bien valdrían unos euros si alguien las arreglara y adecentara. Alberto asegura no tener tiempo para ello. Su interés estriba en el entretenimiento que le confiere encontrar una pieza y pensar en qué lugar de su calle va a colocarla. Aunque en el fondo esconde otra afición y es la del deporte. Lo mismo va de La Orotova al Teide en bicicleta, que va de Mogán a La Aldea corriendo. Y es que estar en forma es fundamental para poder cargar las piezas que la gente desecha.

El improvisado mural no siempre se mantiene igual, el chatarrero va cambiando las piezas cada cierto tiempo por lo que el rincón permanece siempre vivo. Y anima a la periodista a venir en unas semanas y a ver el cambio.

La afición de Alberto no ha provocado ningún encontronazo con los vecinos, a los que les agrada su iniciativa dado que ha adecentado y dado otro aire a la callejuela más allá del típico parterre de plantas. Tanto es así que el joven cantante grancanario Leyvan lo ha utilizado como fondo para un videoclip.

Todos los vecinos han respetado la instalación de Alberto. "Los objetos tienen dueño", puntualiza el chatarrero por si alguien tiene la intención de elegir alguno de ellos y llevárselo a casa sin su permiso. Sabe donde está cada uno de ellos pese al desorden que pudiera parecer a simple vista. Los antiguos objetos están expuestos hasta para sacar una sonrisa, como la improvisada foto que él mismo nos regala tecleando una vieja máquina de escribir.

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