Grupos familiares y de amigos. Esos fueron los objetivos ayer de la policía municipal que inspeccionó la playa de Las Alcaravaneras para controlar si los ciudadanos cumplían con las nuevas medidas restrictivas impuestas para atajar la propagación del coronavirus. Los encuentros sociales y familiares son el escenario perfecto para la difusión del virus, de ahí que el Gobierno autonómico haya recomendado desde este sábado "limitar los encuentros sociales y familiares", y que de hacerlo sea con personas del grupo de convivencia estable, así como que no sean más de diez personas. Por supuesto están prohibidos los eventos y actos que congreguen a más de una decena de sujetos.

A las doce del mediodía no había excesivamente gente en la playa de Las Alcaravaneras pero los habituales de la playa ya tenían cogido su sitio. Una patrulla de la policía municipal hacía escala en la playa para comprobar el cumplimiento de la normativa covid-19. La situación sanitaria es tan preocupante que ningún lugar de la ciudad se escapa estos días al control de la autoridad.

La concejalía de Seguridad y Emergencias ha desplegado agentes por los cinco distritos de la ciudad para detectar a los infractores de la normativa sanitaria ante las alarmantes cifras de personas contagiadas. La curva de infectados este domingo llegaba a las 3.517 personas en Gran Canaria. Y 2.289 casos activos correspondían solo a Las Palmas de Gran Canaria.

El oficial Antonio Arrocha se disponía a bajar a la arena con su colega Ana Bernardo cuando daban el alto a un ciclista que discurría por el carril bici. El hombre, sin mascarilla, no infringía ninguna norma sanitaria impuesta por el coronavirus ya que se permite hacer deporte en solitario sin el tapabocas. El alto se le daban por llevar indebidamente auriculares, ya que los cascos impiden oír cualquier señal de peligro que le hagan otros corredores o conductores.

La patrulla ya había estado de inspección en la playa de La Laja y en el barrio marinero de San Cristóbal. Todo estaba en apariencia tranquilo por esos lares por lo que habían decidido recorrer Las Alcaravaneras, punto caliente de la ciudad por el número de personas que se concentran. "Es demasiado temprano para los bañistas", comentaba el oficial al ver que había poca gente diseminada en la arena.

Desde el paseo marítimo detectaban la primera infracción en Alcaravaneras: un bañista hablando con otras personas sin mascarilla a la altura del puesto sanitario de la Cruz Roja. Efectivamente, el joven no tenía el tapabocas, cuando es obligatorio mientras uno se mueve por la arena. Y se le pidió la documentación personal para identificarlo.

"La tengo ahí", dijo el bañista, señalando el lugar donde tenía las bolsas de la playa, a donde había llegado con un amigo, que, sin embargo, sí la llevaba puesta. A los agentes no les quedó otro remedio que adentrarse casi hasta la orilla de la playa para localizar el carné con las botas todoterreno y a varios grados ya de calor.

La estampa hizo sospechar al resto de los bañistas que pasaba algo en la playa, y todos se pusieron en alerta. Incluidos los que estaban ya tomando el sol. Y de nuevo los agentes se encontraron con otro usuario sin mascarilla a punto de emprender una caminata por la orilla para tostarse más al sol. El aviso de que iba sin ella fue recogido al vuelo y recondujo su partida.

El joven buscó y buscó entre sus pertenencias pero el carné no aparecía por lo que hubo que llamar a la central para identificar que los datos de domicilio particular que daba eran los correctos y que no tenía ninguna causa pendiente. El bañista incumplía otra infracción: hay que ir documentado en la vía pública, aunque ésta sea la playa.

El chaval, que colaboró en todo momento con los agentes pese al mal rato que pasó, aprovechó la espera 'telefónica' para preguntarles sí debía de ir con mascarilla cuando montaba en bicicleta. "Sí haces deporte: no. Pero si estás utilizando la bici para desplazarte de un sitio a otro: sí", respondió amablemente el oficial.

Resuelta su identificación, los agentes emprendieron la marcha para seguir detectando a infractores entre los bañistas. La siguiente parada sería en un grupo de seis personas muy juntitos bajo un par de sombrillas y dispuestos a tomar el aperitivo en el que había mejillones escabechados, queso y otras viandas.

"Hay que estar con mascarilla y separados porque me parecen que no son familia", les advertía el oficial al ver en el grupo dos varones y dos mujeres de mediana edad. Todos se quedaban atónitos ante el comentario pero a nadie se le ocurría distanciarse de la mesa de camping a punto de abrir boca. Y mucho menos de ponerse la mascarilla.

Todos agradecieron que el agente pasara de largo sin poner la correspondiente multa pese a que justificaron su unidad en que eran familia. Pero la familia es una cosa, y la convivencia otra, y los casos de contagio han demostrado que las reuniones familiares son caldo de cultivo del virus por lo que extremar las medidas de seguridad, incluso cuando se está con los allegados, es de suma importancia dado que al no vivir bajo el mismo techo se llevan costumbres y se tienen relaciones diversas. De ahí el hincapié de las autoridades sanitarias en no bajar la guardia contra el coronavirus cuando se está en compañía de congéneres y de recomendar que haya las menos reuniones posibles, de que estas sean de menos de diez personas. Y si se está junto, al menos con mascarilla y guardando la distancia debida.

Unos metros más adelante, otro grupo familiar cumplía, sin embargo, la normativa a rajatabla: mascarilla y distancia de seguridad. El clan era mayoritariamente femenino y jugaban al bingo en mesitas individuales. Tanto se habían desplegado para mantener la distancia entre ellos que ocupaban un importante espacio de la playa. Ayer, sin embargo, estaban de suerte ya que apenas había gente en Las Alcaravaneras por lo que la distancia de seguridad se podía mantener sin problemas.

"Esto es lo que tiene que haber, vigilancia en la playa", gritaba una señora al ver pasar a la patrulla de la Policía Local por la arena.

El siguiente grupo que las autoridades localizaron también cumplían con las normas. Lo curioso es que, en este ocasión, se trataba de adolescentes que se habían colocado en círculo para poder hablar entre ellos. "¿Podemos estar así?, preguntó uno de ellos al policía. "Sí, aunque son uno más de diez, pero están bien separados y llevan la mascarilla", le respondió el agente. "¿Saben que no pueden ser más de diez?", les apuntaba para la próxima ocasión. "¿Se puede fumar?, le espetaba otro. "No, está prohibido", indicaba el oficial.

No ocurría lo mismo con otros dos grupos de adolescentes, más mayores que los primeros, que se apoyaban en el espigón junto al muelle deportivo. Aquí no cumplían con el distanciamiento por lo que las autoridades tuvieron que advertirles de la separación pese a ser un grupo de amigos.

La patrulla había llegado al final de la playa aplicando educación ciudadana a los bañistas y decidió acudir a Triana para continuar con el control sanitario. En la calle mayor, los grupos se apostaban alrededor de alguna terraza, pero ninguno superaba el máximo de diez personas. Lo mismo ocurría en los locales de restauración de las vías adyacentes a Triana.

La policía tuvo que llamar la atención, sin embargo, a varias personas de colocarse bien la mascarilla. Especialmente a gente mayor que la llevaba puesto por debajo de la nariz y que se encontraba en los bancos de la calle viendo pasar el tiempo. También a algún comensal que había terminado la consumición y que estaba ya de conversación con el amigo o familiar. No se salvó ni el artista callejero que a la hora del almuerzo se sacaba algunos monedas en la histórica calle con el tapabocas bajo la nariz.