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Crisis migratoria | Las historias de los protagonistas

El largo viaje de Keita

Sheku, un joven maliense de 25 años, es uno de los 60 migrantes que están alojados en un hotel de la capital grancanaria desde el pasado viernes

El largo viaje de Keita

Keita Sheku comenzó su viaje hace cuatro meses, cuando partió de Malí, uno de los países africanos más golpeados por la inestabilidad política y económica en la última década. Cruzó medio desierto del Sáhara para después embarcarse por el océano, de las maneras más precarias posibles en ambos casos, hasta llegar a las costas de Gran Canaria, hace cosa de una semana, aunque no recuerda bien la fecha concreta, afirma. Este joven de 25 años es uno de los 60 migrantes que hay alojados en un hotel de Las Palmas de Gran Canaria desde el pasado viernes, 4 de septiembre; jornada en la que la Delegación del Gobierno en Canarias tomó la decisión de utilizar establecimientos turísticos vacíos por la pandemia para albergar de manera temporal a quienes llegan en patera o cayuco a la Isla y solventar así la situación de hacinamiento que vive actualmente el muelle de Arguineguín.

"Ni siquiera recuerdo cuántas personas íbamos en la patera, estaba demasiado fatigado por el mar", señala Keita a las puertas del hotel. Este joven dejó atrás en Malí a sus padres y a tres hermanas, una mayor y dos más pequeñas, detalla. En su pueblo se dedicaba a la ganadería; concretamente, ayudaba a dar a luz a los becerros, actividad que sustenta en buena medida la economía maliense. Pero hace cuatro meses decidió emprender un largo viaje con Europa como destino, indica.

A bordo de una camioneta descapotada en su parte trasera cruzó el desierto del Sáhara, desde Malí hasta Marruecos, pasando por Mauritania. "Viajábamos por la noche, para evitar el calor del sol, pero, sobre todo, esquivar los controles de la policía y los militares", indica. Ni siquiera recuerda bien cuántas personas le acompañaban en aquel vehículo en busca de la costa africana, "íbamos muy apretados, teníamos mucho calor allí subidos", señala, en una mezcla de mímica y francés, pues no sabe hablar aún castellano.

Una vez en la costa del Sáhara Occidental, Keita se subió a una patera rumbo al Archipiélago. "Tardamos cinco días en cruzar el mar, al final no teníamos para comer ni para beber", explica aún exhausto al recordar la dura travesía entre el continente y la Isla. Finalmente, desembarcó en Arguineguín a comienzos de la semana pasada, "algo desorientado", señala. Pasó varias noches al raso bajo las lonas del improvisado campamento que Cruz Roja ha montado en el puerto de la localidad moganera. De hecho, este recinto ha llegado a albergar en una misma noche hasta 332 personas, recién llegadas de África.

Al igual que Keita, varios miles de personas han cruzado el Atlántico hasta el Archipiélago en el último año, especialmente a Gran Canaria. Ante esta situación, Cruz Roja ha acondicionado varios centros turísticos en la Isla para poder dar un cobijo seguro a estas personas. Por un lado, unos apartamentos en Maspalomas, y por otro, un hotel en la capital grancanaria, el cual permanecía cerrado desde el pasado mes de marzo, momento en el que se declaró el estado de alarma por la Covid-19. Es en este último punto donde ahora permanece el joven maliense.

Lo cierto es que esta medida ha permitido a este pequeño hotel capitalino retomar su actividad después de casi seis meses paralizado. Es más, la empresa ha podido rescatar del ERTE a diez de sus 15 trabajadores. "Esto ha permitido aliviar la situación de incertidumbre en la que estábamos viviendo", apunta Marta Santana, recepcionista del establecimiento, y quien define a los migrantes como personas "muy respetuosas". Salvo los desayunos, que corren por cuenta del alojamiento, del resto de comidas y de atenderles se encarga personal de Cruz Roja, el cual permanece allí en turnos de mañana, tarde y noche.

De Malí también provienen los jóvenes Diameva Dianza y Akuma Kanté. Ambos partieron de su país natal cuando tenían 18 años recién cumplidos, el primero se dedicaba a la agricultura en el campo y el segundo acababa de terminar sus estudios secundarios. Se conocieron por el camino, con la ciudad de Barcelona como destino final. Llegaron a Gran Canaria hace ya varios meses y, desde entonces, han permanecido primero en un polideportivo en el barrio capitalino de El Batán y después, a comienzos de este verano, en la residencia escolar de Guía. Allí conocieron a Babacar Diop, senegalés de 28 años, con quien pasean por los alrededores del hotel.

"Éramos 49 personas en la barca", señala Diameva, aunque no recuerda bien si con ellos iban también niños, mujeres o si por el contrario eran todos hombres. No obstante, a pesar de lo dura de la travesía, lograron alcanzar la costa grancanaria en poco más de dos días, por lo que estuvieron bien aprovisionados con galletas y otros productos, señala. Su idea es poder reencontrarse con su tío, el cual vive en Barcelona. Intención que comparte Akuma, también con un familiar cercano residente en la ciudad condal.

Lo cierto es que una parte considerable de los migrantes alojados en el hotel capitalino provienen de Malí. Este país del Sahel -región en la franja sur del Sáhara-, es uno de los más pobres del mundo. Concretamente, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo situaba en su informe de 2018 este estado africano en el puesto número 184 de un total de 189 territorios en cuanto a Índice de Desarrollo Humano se refiere -un parámetro basado en la esperanza de vida, la alfabetización y nivel económico de cada lugar en estudio-. Es más, desde el año 2012 se han sucedido varios golpes de Estado -el último, el pasado 18 de agosto-, además de una intervención militar por parte de Francia en 2013.

Pero en el establecimiento capitalino también hay personas procedentes de países africanos como Costa de Marfil, los cuales también se han visto azotados, en mayor o menor medida, por la hambruna y la inestabilidad política y económica en las últimas décadas. Babacar Diop es senegalés. En su caso relata que hizo una ingeniería por medio del servicio militar durante tres años y posteriormente una especialización para ser topógrafo. "Estudié un año y después emprendí el viaje a Marruecos", explica.

Desde la costa marroquí se subió a una patera hasta alcanzar las de Fuerteventura en unos dos días, y es que el tiempo "acompañó", indica. "Conmigo viajaban 35 personas", detalla el joven, de las cuales seis eran mujeres, además de un niño pequeño. Al poco tiempo lo trasladaron a Gran Canaria, al polideportivo de El Batán, donde conoció a los malienses Diameva y Akuma. Ahora el sueño de Babacar es poder reencontrarse con un familiar que, también, vive en Barcelona, aunque reconoce tener otros allegados que residen en Francia, "pero España es mejor", apunta. Con todo, por delante le queda, a él y a los otros 59 migrantes alojados en el hotel, un periodo de incertidumbre.

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