Nuestra ciudad y su templo catedralicio están bajo el patronazgo de Santa Ana -otra cosa es el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, que tiene como tal patrono al Cristo de la Vera Cruz, aclara el canónigo José Lavandera-, iglesia muchas veces centenaria que, pese a estar bajo esta advocación contaba solo hasta la primera mitad del pasado siglo XX con una representación escultórica de la madre de la Virgen desde que en 1673 el escultor palmero Antonio Lorenzo Campos realiza el que hoy llamamos retablo de la capilla del Santísimo en el primero de cuyos tres cuerpos incluyó una talla de Santa Ana con la Virgen Niña y a sus lados, más pequeñas, las de San Joaquín y San José, incorporadas un año después, retablo que fue restaurado en 1802 por Luján por cuyo trabajo cobró 450 reales y poco más tarde arregló igualmente las pequeñas imágenes, a cuya autoría se atribuyen las de San Pedro y San Pablo, por cuyo trabajo le pagó el Cabildo eclesiástico 110 pesos, según el canónigo Santiago Cazorla. Por algunas referencias escritas localizadas en alguna parte, sabemos que una imagen de Santa Ana salía en procesión por las callejuelas que circundaban el primitivo templo a mediados del siglo XVI por acuerdo del Cabildo catedral de 26 de julio de 1539, tradición que recuperó siglos después la misma corporación religiosa en 2008 procesionando ahora por el interior del templo la pequeña talla de la madre de la Virgen de Lorenzo de Campos antes comentada.

Pero es lo cierto que, a pesar de la citada referencia a la existencia en la primitiva catedral de Canarias de una imagen de Santa Ana de la que desconocemos otras noticias, y a la tallada por el escultor palmero en 1673, fue el canónigo Pedro López Cabezas quien a principios de los años cuarenta del pasado siglo advirtió a sus compañeros la llamativa circunstancia de que, pese a estar aquella iglesia bajo la citada advocación, su altar mayor no tenía ninguna talla representativa. Y acaso por ser su sobrino Antonio Limiñana López, presidente del Cabildo de Gran Canaria, aprovechó esta circunstancia para hacer realidad su propósito siendo así que en 1941 el escultor José de Armas recibe de la corporación insular el encargo de tallar una imagen de la madre de la Virgen para ser regalada y colocada en el altar principal de la Catedral, como nos refiere Javier Campos en su monografía sobre el escultor de Agaete y que se talló en un cilindro de madera de okola que fue expresamente traído desde la entonces Guinea Ecuatorial sobre el que Pepe de Armas talló la magnífi-ca imagen concluida en 1944 y bendecida un año después sobre la que se dice que, a pesar de haberse inspirado en un lienzo del pintor Juan de Roelas, las connotaciones de esta escultura son más modernas, pues representa a Santa Ana sedente en un taburete, vestida de hebrea, dando lecciones a la Virgen Niña ataviada con túnica blanca.

La talla tiene una altura de 125 centímetros por cuyo trabajo el escultor no cobró nada y solo tuvo como gastos, entre otros, 3.000 pesetas del costo de la madera, 2.000 por la policromía, 2.100 por jornales a trabajadores que colaboraron que hizo un total de 7.714 pesetas de la época, según anotaciones conservadas en su archivo particular.

Esta talla de Pepe de Armas, que en 1998 al término de la restauración de la Catedral de Las Palmas fue contemplada en su pórtico y atrio antes de ser colocada de nuevo en la peana del remozado altar mayor, es la que este martes ha salido por primera vez en procesión por las calles que circundan la Plaza Mayor de la ciudad y que los responsables del templo se han apresurado a advertir que se ha hecho de forma excepcional no estando previsto se repita en años sucesivos, principalmente porque el enorme peso de la talla no hace factible repetir la experiencia.