Un par de minutos pasan de la medianoche. El reloj ya marca que es día 5 de marzo. Sobre el parque de Santa Catalina nombran a Drag Séregon reinona del Carnaval. A pocos metros, en la trasera del Edificio Miller, las primeras mascaritas se empiezan a agrupar para celebrar un nuevo mogollón. Allí también más de un centenar de policías locales y nacionales se sitúan. Son los encargados de velar por la seguridad de las fiestas más multitudinarias. Comienza la noche. En el llamado hospitalito situado frente al hotel AC la tranquilidad reina hora y media después. Más de 70 miembros de la Cruz Roja están preparados para cualquier emergencia, como señala Enrique, el encargado de todos ellos. Algunos políticos, como el concejal de Seguridad, Jesús González Dumpiérrez, o el subdelegado del Gobierno en Canarias, Vicente Oliva, se interesan por lo que ocurre. Reina la tranquilidad.

A las dos y cuarto de la madrugada ya hay al menos dos detenidos, aunque por motivos menores. "¡Documentación!", señala uno de los inspectores de la Policía Judicial de la Jefatura Superior de Policía de Canarias. Es uno de los 20 agentes de paisano que pasan desapercibidos. "Los delitos que más se suelen ver en carnavales son los relacionados con hurtos, la delincuencia habitual", agrega, para explicar, mientras vigila junto a otro compañero la zona, que su labor es el "mantenimiento del orden público y amedrentar al delincuente". Para ello realizan numerosos controles. "Ahora sabe que estamos aquí", dice refiriéndose a un individuo conocido entre los policías por cometer varios robos y al que acaban de cachear. Desde el cielo, el helicóptero de la Policía Nacional sobrevuela todo el meollo. Este inspector reconoce que es costoso el que se vigile desde el aire el mogollón, pero "nos ayuda mucho porque ellos con el foco de luz que poseen ven el parque como si fuera de día", indica, lo que hace que puedan detectar con más celeridad los focos más problemáticos.

Pasan las horas y la diversión continúa. También algunas peleas. "Por favor, policía, chiringuito número 13". Quien habla es Félix Álvarez, el DJ de la zona de los Chiringays. Son poco más de las cuatro de la mañana y los agentes se acercan al citado negocio. "Será posible que por cuatro gilipollas no podamos disfrutar de la fiesta", dice a micro abierto, y vuelve a subir el volumen de Sobreviviré, de Mónica Naranjo.

A las 04.30, puntual, la música deja de sentirse. Álvarez opina: "La seguridad, bien; pero tarda en llegar", dice. "Aquí hay muy buen rollo en general, pero siempre está la misma gente, que son siempre los mismos, que lo rompen de vez en cuando", agrega.

La fiesta acaba y el balance en principio es positivo. "Ha habido algunas detenciones, pero nada importante que reseñar", indica el inspector de la Policía Nacional. En el hospitalito se respira tranquilidad. "Ha sido una noche pacífica", dice un agente de la Policía Local. Dentro, los componentes del Servicio Especial de Atención a la Mujer y al Menor (Seamm) de la Policía Local se encargan de conocer la identidad de dos menores con intoxicaciones etílicas para informar a sus progenitores. Ellos son los encargados de velar por la seguridad de algunos adolescentes que ingieren alcohol hasta caer al suelo y ponerse en contacto con sus padres para ponerles un nudo en la garganta cuando conocen la noticia. Después se tranquilizan. El sol asoma por el horizonte y el servicio de Limpieza toma el Parque. El día amenaza resaca.