La Provincia - Diario de Las Palmas

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1595-2020: 425 años de la victoria de la ciudad sobre sir Francis Drake

El 6 de octubre de 1595, la silueta de los veintisiete buques de la flota inglesa amenaza al alba la costa de Las Palmas de Gran Canaria

Sir Francis Drake

Sir Francis Drake se había curtido como marino desde su adolescencia, y curtido estaba también su odio acérrimo hacia los españoles, debido a los ataques que por parte de aquellos había sufrido durante su época juvenil de comerciante de esclavos. El odio, al igual que la gloria, hace insulso el sabor de la sangre, y en poco tiempo el marino Drake se convierte en corsario. Sus incursiones en América frente a la flota española, en las que se hace con el tesoro real antes de su embarque, le proporcionan riqueza y reconocimiento por parte de la reina Isabel I de Inglaterra, quien en 1577 le encarga que parta para mermar los intereses españoles y descubrir la “Terra australis incognita” en el sur de América. Durante esta expedición, a bordo del Pelikan, rebautizado como Golden Hind, se hace nuevamente con el tesoro español, y debe regresar por el Pacífico para evitar su captura, llegando tres años después a Plymouth, con lo que se convierte en el primer marinero inglés en dar la vuelta al mundo. La reina le otorga el título de Sir, y sobre las dos estrellas de su escudo de armas reza la leyenda “Sic parvis magna”, destacando que la grandeza tiene origen humilde. En 1581 es nombrado miembro del Parlamento, y es elegido alcalde de Plymouth. En 1587 ataca en Cádiz a la flota española, y en 1588 participa en el fracaso de la denominada Armada Invencible.

Cualquier hombre de su tiempo hubiera vivido plácidamente en el retiro de su palacio, la abadía de Buckland. Pero un hombre de mar no está hecho para contemplar los días de lluvia desde una confortable chimenea. En 1595 es designado para una expedición que ataque los intereses españoles en América, que Isabel I organiza con discreción, a pesar de lo cual el espionaje español previene a su corona de los preparativos. La emoción de una nueva aventura brilla en su mirada. Sin embargo, el mando será compartido con John Hawkins, primo de Drake, y esto genera desde el principio tensiones y desacuerdos. El primero de ellos los lleva a detenerse en las islas Canarias a instancias de Drake, quien al precisar más víveres por haber enrolado a más tripulación de la prevista insiste ante su consejo de guerra en atacar para tomar provisiones. El 6 de octubre de 1595, la silueta de los veintisiete buques de la flota, con sir Francis Drake a bordo del Defiance, amenaza al alba la costa de Las Palmas de Gran Canaria. El dragón espera, deteniendo el tiempo en sus manos, sometiendo a los habitantes al temor según el capricho de sus designios.

Debido al cambio de rumbo, no se había recibido en Las Palmas alerta sobre la llegada de la flota, pues se la suponía de camino a América. Los recursos de defensa de la ciudad eran limitados. El éxito o el fracaso dependían de tomar las decisiones correctas para su gestión. Eso es la economía, al fin y al cabo: la gestión optima de los recursos escasos. La fortaleza de las Isletas, precursora del que hoy conocemos como el castillo de La Luz, era la principal defensa. Durante los meses previos al ataque de Drake, la ciudad se había preparado ante diferentes escaramuzas de piratería, principalmente de Berbería. Alonso de Alvarado, nombrado gobernador el 3 de abril de 1595, había ordenado reparar la artillería para la defensa de la ciudad, después de haber comprobado a su llegada su penoso estado. Así, había reforzado la fortaleza de las Isletas, el castillo de Santa Ana, y la torre de San Pedro.

El teniente de gobernador, Antonio Pamochamoso, había realizado maniobras para preparar las compañías ante eventuales ataques. Aquel 6 de octubre de 1595, ya nada sería igual. El cañón de La Luz da la alarma, y la mañana despierta con campanas y tambores. Las compañías se reúnen para prepararse, los ciudadanos, a pesar de su inexperiencia y de la carencia de medios, forman las milicias, prestos para el combate, y los monjes cavan zanjas donde parapetar la defensa. Ante la superioridad artillera de aquella flota, Alonso de Alvarado insiste en que la clave para la defensa reside en impedir el desembarco. Si el inglés pisa la arena, la ciudad caerá. Antonio Arias, regente de la Real Audiencia, intenta ejercer influencia para organizar la defensa insistiendo en resistir desde las murallas, incumpliendo con ello la orden de Felipe II, ya que el rey había sido explícito ordenando de manera reiterada excluir en absoluto al regente del gobierno militar, el cual debía quedar bajo el mando de los gobernadores sin darles ninguna orden sobre cómo proceder.

Alonso de Alvarado tuvo que hacer frente, además de a los ingleses, a los obstáculos sobre su propio mando, y finalmente imponer su criterio de defender el ataque desde cerca de las playas para impedir que los ingleses desembarcaran, pues una vez en tierra la superioridad numérica inclinaría la balanza a favor de los ingleses. Por ello, en lugar de dispersar esfuerzos en las fortalezas, concentra soldados en la defensa de las playas, en donde dispone a las compañías para que disparen a los esquifes que transportan a los ingleses desde los buques. Soldados y ciudadanos inexpertos se unen en una lucha con un solo fin. La lluvia de mosquete es continua y permite hacer frente a cada intento de desembarco de los corsarios.

Alonso de Alvarado, nombrado gobernador el 3 de abril de 1595, había ordenado reparar la artillería para la defensa de la ciudad, después de haber comprobado a su llegada su penoso estado

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La memoria de la Ciudad de Las Palmas de Gran Canaria se aloja en El Museo Canario. Gregorio Chil y Naranjo, su primer director, narra la llegada del nuevo gobernador de Canaria Alonso de Alvarado y la derrota de sir Francis Drake en su obra Estudios históricos, climatológicos y patológicos de las Islas Canarias, digitalizada por El Museo Canario y disponible en nuestra nueva página web.

La biblioteca de El Museo alberga ediciones de gran interés sobre estos hechos, como Templo militante, en la que la pluma de Cairasco de Figueroa recogió cómo Drake infravaloró la capacidad de la ciudad: “en Canaria no hay defensa, ni saben qué cosa es Marte, gente ociosa y regalada, sin experiencia, sin arte”. Lope de Vega versa en La Dragontea: “Las alas verdes al dragón desata, que el escorpión entonces tiene asidas, mostrándole su aspecto afortunado, sobre su misma casa levantado” (…) “en Canaria y su puerto, e islas, donde al ensayo con obras se responde”. El rastro de Drake se sigue en la biblioteca de El Museo Canario también de la mano de Agustín Millares Torres en sus Recuerdos históricos, editado por la propia institución; La batalla de Las Palmas en 1595, editado por la Real Sociedad Económica de Amigos del País en conmemoración del 400 aniversario de los eventos; Canarias y el Atlántico: piratería y ataques navales, de Antonio Rumeu de Armas; o Alonso Alvarado y Antonio Pamo Chamoso: los ataques de Drake y Van der Does a Las Palmas, de Manuel Lobo Cabrera.

La gesta fue posible gracias a muchas personas, algunos personajes conocidos, otros anónimos ciudadanos, que más allá de sus criterios pusieron su esfuerzo para un fin colectivo. “No eran hombres sino demonios los que peleaban en tierra”, declararían los ingleses capturados como prisioneros. Una vez Drake se hubo retirado y el peligro desaparecido, comenzó un duelo por apropiarse de la victoria. Antonio Arias y Alonso de Alvarado comenzaron una batalla de plumas. Como recoge Rumeu de Armas, “corrió más tinta en las escribanías de la ciudad que pólvora dispararon los fuertes contra Drake”.

La historia nos enseña que lo importante no es solo lo que ocurrió en sí mismo, sino lo que podemos aprender de ello. La conciencia colectiva que demostró la ciudadanía de Las Palmas de Gran Canaria en 1595 frente a un nuevo ataque fue la mejor defensa de la ciudad y significó la salvación y la victoria. Las claves de un mando bien organizado, con una capacidad para gestionar los recursos limitados con los que contaba, y la colaboración de la población, hicieron posible una hazaña que aún se continúa escribiendo. No se trata de establecer paralelismos entre acontecimientos históricos no relacionados, pero sí resulta de gran utilidad aprovechar la oportunidad que el conocimiento de la historia nos brinda para aplicarlo a otras situaciones presentes y futuras.

Más allá de las distancias de los eventos, es posible aprender de las actitudes de personas que ya se enfrentaron a peligros que amenazaban su sociedad. No es el pirata el que ataca nuestra sociedad hoy. El coronavirus no necesita patente de corso. Arranca de nuestros brazos a nuestros seres queridos sin pedir rescate. Derriba las murallas de nuestro sistema sanitario sin necesidad de cañones, y parte en dos el mástil de nuestra convivencia día tras día. Pone en evidencia la fragilidad de nuestra cohesión social y atemoriza nuestra solidaridad sin ni siquiera mostrarnos su rostro. Abundan más las justificaciones por las divisiones que los ejemplos de cooperación supeditando la necesidad del momento. No es esta la batalla del relato. La lucha será larga, y la urgencia reside en las decisiones acertadas y los compromisos firmes; no hay lugar para batallas personales. Eso, en todo caso, después, como hicieran los protagonistas de nuestra historia.

No siempre resulta posible divisar la amenaza en el horizonte. Pero la sensación de emergencia es crucial para activar los mecanismos de supervivencia. Tenemos sobre la pandemia una experiencia ínfima en el tiempo, de tan solo unos meses, pero sus cicatrices nos durarán toda la vida. Ahora conocemos su letalidad, y ya no hay excusas para las dudas o la falta de anticipación. Necesitamos decisiones tomadas con determinación, control para asegurar su cumplimiento e ingenio para poder anticiparnos de manera continua sin temor, pues siempre es más fácil relajar medidas que pagar las consecuencias de haberlas tomado demasiado tarde. Necesitamos valor para resistir los días duros que siguen a los que ya hemos vivido, y un sistema de protección claramente definido y de gestión ágil que asegure la capacidad de mantener la estructura social mientras dure la batalla con la que debemos acostumbrarnos a convivir en lugar de continuar resistiéndonos a renunciar a hábitos que, aunque importantes en condiciones de vida habituales, en medio de la batalla no son más que resistencias al cambio adaptativo necesario para toda supervivencia.

Como reflexionaba Drake en sus últimos días, “Yo ya no conozco las Indias. Nunca pensé que un lugar pudiera cambiar tanto”; para plantar cara a la pandemia debemos demostrar nuestra capacidad de adaptación, porque conoce cómo vencernos tal y cómo éramos. Pero, por encima de todo, necesitamos recuperar nuestra conciencia colectiva a la altura de la historia, por encima de las miserias individuales, superando los intereses personales y mostrando nuestro compromiso con las medidas necesarias para proteger a nuestra población. Una conciencia responsable de la que los libros de historia hablen cuando nos recuerden como ciudadanos y de las que las siguientes generaciones puedan sentirse orgullosas.

*Director de El Museo Canario

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