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El origen de los perros de la plaza de Santa Ana

Fueron diseñados por el escultor francés Alfred Jacquemart y se vendían por catálogo, editado en 1857

El origen de los perros de la plaza de Santa Ana

El paseo, casual, días pasados por las inmediaciones de la Plaza de Samta Ana y la insistencia de un amigo, nos va a permitir evocar de manera resumida para conocimiento de las nuevas generaciones una croniquilla publicada hace ya bastantes años en este mismo periódico sobre el origen de los populares ocho perros que adornan el frontis principal de nuestra Plaza Mayor. Estos han formado parte -y continúan- de varias generaciones de niños que juguetearon sobre sus lomos en momentos inolvidables, recuerdos que han quedado plasmados en miles de fotografías familiares y postales.

Según Ann Miller (descendiente de Thomas Miller, el primero de este apellido que llegó a la isla) que residía entonces en Londres en carta que dirigió en 1991 a Nicolás Díaz-Saavedra, escribía que “ha sido una tradición en la familia que estos perros de hierro fundido y de tamaño natural fueron donados a la Ciudad por James Miller” (conocido también como Diego Miller) que fue uno de los tres hijos de Thomas que sobrevivieron a la epidemia de cólera de 1851. Aclarando que “aunque la donación se tiene por cierta no ha podido encontrar entre los viejos papeles de la familia constancia documental, pero los muchos datos que ilustran la tradición solo podrían conocerse en su entorno familiar si no fuera porque la tienen por cierta”.

Lo que sí es cierto es que en abril de 1895, en tiempos de la alcaldía de Felipe Massieu, según una nota de Diario de Las Palmas, los perros ya estaban colocados y que dos años más tarde, 1897, los contempló Camilo Saint Säens según recoge en una carta enviada desde Gran Canaria a un amigo cuando le señala “han colocado una colección de perros, en hierro en una de las plazas de la ciudad en diversas posturas”. Nuestros perros aparecen unos sentados y otros echados, algunos con aves de caza entre sus patas. Varios indicios hicieron suponer al principio, al parecer erróneamente, que habían sido diseñados por el inglés Adrián Jones (1845-1938) quien había sido veterinario militar, escultor y pintor especializado en animales, especialmente caballos, autor de monumentos de Londres como es la Cuadriga de la guerra en el arco de Wellington (conocido también como Arco de la Constitución), en Hyde Park, porque en las bases de las esculturas aparecen las letras A. J., pero luego veremos que la autoría corresponde a otro artista.

Después de modelarse en barro, como es habitual, los perros fueron fundidos en hierro, algunos, como en el caso de los de la capital pintados de color verde por lo que a simple vista se les supone de bronce. Las fundiciones se realizaron en el taller “Barbezat et Cie” de la localidad parisina de Val D´Osne, según las inscripciones que también figuran en cuatro de sus pedestales. La atribución a Jones se basó en el hecho de que viajaba regularmente a Paris donde se le localizó en la década de 1890.

Pero volvamos a nuestros perros. Ann Miller aportó además en su carta a Nicolás Díaz-Saavedra una curiosa noticia. Dice que el veterinario inglés Trevor Turner, que en el pasado siglo viajaba con frecuencia a Gran Canaria, descubrió que los de Santa Ana son idénticos a otros dos que están a la entrada del Queen Morther Hospital for Animals del Royal Veterinary College, que todavía funciona en la localidad británica de Hatfield, que comunicó el hallazgo a Basil Miller quien se puso en contacto con aquel hospital donde le informaron que aquellos también tienen las mismas inscripciones que los que están en nuestra plaza Mayor.

Los dos perros ahora colocados en el jardín del hospital veterinario inglés estuvieron originariamente a la entrada de la iglesia londinense de San Jorge de Hannover Square por donación de un sastre quien durante la II Guerra Mundial, preocupado porque fueran afectados por los bombardeos, pidió al párroco que los colocara en la cripta del templo donde permanecieron hasta 1980 y como el sastre no volvió a reclamarlos, el responsable del templo acordó donarlos al centro veterinario con la condición de que le hicieran réplicas en metacrilato para ponerlos en el primer emplazamiento en las afueras de la iglesia.

Ann Miller, pese a la tradición respecto a los de Santa Ana ya comentada, contaba en aquella carta que la donación siempre circuló a través de varias generaciones de su familia, pero que no había podido localizar entre los viejos papeles conservados de los Miller, noticia sobre la llegada de los perros a Las Palmas de Gran Canaria. De la que Ana María Quesada Acosta en su libro “La escultura conmemorativa en Gran Canaria 1820-1994” inserta otra versión anónima, recogida oralmente, de que viajaban en un barco con destino a una ciudad africana y que al sufrir una avería hubo de recalar en nuestro puerto donde fue reparado y su tripulación bien atendida por lo que su capitán careciendo de otros medios para agradecerlo decidió donarlos a la Ciudad.

Pero aquel primer texto dado a conocer hace ya algunos años, tuvo varias respuestas enriquecedoras sobre la que pudiera ser la verdadera trayectoria de las pequeñas esculturas de los canes fundidas en hierro. Varios de los comentarios coinciden en rectificar la autoría de Adrian Jones porque el verdadero autor fue el escultor y animalier francés Henry Alfred Jacquemart (1824-1896, dejando su firma en las letras A.J., que también se encuentran en los perros de Santa Ana), especializado en la escultura animal donde adquirió gran reputación , destacando, entre otras grandes obras, el rinoceronte que hizo para la Exposición Universal de 1878, actualmente instalada en la explanada del Museo d’Orsay de Paris.

Un amable lector que se firmó entonces como Chema Tante tenía -y que debe tener claro- sus teorías pues aunque coincide con algunas de las apuntadas, sin despreciar la donación de Miller, se inclina más por la del capitán del barco porque, asegura, “es una de las de mayor insistencia que ha circulando en la rumorología popular”. Aunque él también se inclina por la de que tal vez fueron adquiridos por el alcalde Felipe Massieu y compradas a través de un catálogo.

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