La Obra Social de Acogida y Desarrollo ha acogido durante esta pandemia sanitaria a 40 personas más que vivían en la calle en extrema pobreza o en situación precaria. Es una de las situaciones que ha debido de afrontar la organización sin ánimo de lucro, cuya rutina se ha visto rota por el coronavirus. Como en otras familias, los usuarios y trabajadores han tenido que aprender a convivir con el Covid-19, una tarea nada fácil teniendo en cuenta que muchos de sus residentes tienen patologías mentales.

La organización, fundada por el padre Jesús García Barriga, vuelve lentamente a la llamada nueva normalidad. En la Casa de acogida, donde viven actualmente 174 personas, se funciona con el protocolo de medidas impuestas por Sanidad para residencias de mayores y centros sociosanitarios con el fin de evitar contagios; unas instrucciones que los usuarios siguen sin inconvenientes. Y el Centro Especial de Empleo de Tapicería, Carpintería-Ebanistería, Decoración y sus tiendas solidarias han vuelto a abrir sus puertas al público.

Su director, Agustín González, confiesa que tras el confinamiento, en el que la casa estuvo cerrada a cal y canto para evitar la propagación del virus, ha habido más personas que han demandado sus servicios. Tanto personas que vivían literalmente en la calle como otras que no disponían de un hogar en condiciones óptimas. También de ciudadanos anónimos que buscaban cobijo a terceros viendo la situación de extrema pobreza en la que vivían y el peligro que su movilidad podía suponer si se contagiaban del virus.

“Las limitaciones de la casa son las que son pero siempre hay un hueco, y si no se busca, la idea es no dejarles en la calle”, dice González, que agradece el trabajo que ha realizado la plantilla en estos meses tan duros para asistir a todo el que ha llamado a su puerta, mientras atendían la problemática de los usuarios fijos.

“Hay residentes que no salen a la calle por temor al contagio”, dice su director

Tanto es así, que incluso han dado cobijo a un perro, cuyo dueño, que vivían en un banco de la calle, no se quería desprender de su mascota al ingresar en la casa de acogida. “Es muy tranquilo, lleva dos meses con nosotros y se ha adaptado a la convivencia; también los usuarios que incluso están pendientes de darle de comer o ponerle agua”, relata.

Otro de los casos que han tenido que afrontar es el de una persona que salía con un alta hospitalaria y no contaba con los recursos de vivienda dignos necesarios para llevar a cabo la recuperación por lo que hubo que buscarle un hueco en la casa.

La Obra Social de Acogida y Desarrollo lleva desde mediados de los 90 ocupándose de las personas que viven en la calle y de las que han sido abandonadas por sus familias, tratando de recuperarlas como individuos y como parte de la sociedad. Entre sus usuarios, hay enfermos mentales, alcohólicos, inadaptados sociales, discapacitados y personas sin recursos económicos. La mayoría de ellos se mueve entre los 35 y los 67 años de edad.

Cada persona tiene una historia detrás, unas carencias y unas necesidades, que tratan de solventar de manera integral desde la entidad, que cuenta con una plantilla de 84 personas distribuida en varios equipos de trabajo.

La secretaria de la institución, Doris Benítez Rodríguez, explica que los meses del estado de alarma fueron muy duros porque había que convencerles de que no se podía salir a la calle cuando el centro, que funciona como una residencia, tiene siempre sus puertas abiertas. “Fue muy complicado porque las personas con patologías mentales tienen muchos rutinas, y hubo que romperlas dada la situación. Pese a ello no hubo ningún incidente; nosotros mismos nos hemos sorprendido”, explica.

Actividades lúdicas

El equipo multidisciplinar, conformado por 1 médico de medicina general; 1 psiquiatra; 1 psicóloga; 1 enfermero; y 2 trabajadores sociales, así como el de botiquín, compuesto por 8 personas, fue fundamental para mantenerlos activos durante el día con diversas actividades lúdicas y recreativas dentro del centro con el fin de que la jornada se les hiciera corta. “Había que seguir con la normalidad dentro del caos que impuso el virus”, añade Doris.

Los trabajadores supieron trasmitir tan bien el problema de lo que ocurría en la calle a los usuarios, y de que ellos debían colaborar en mejorar la situación sanitaria, que, como el resto de la ciudadanía, salían a aplaudir a los sanitarios y fuerzas de seguridad del estado a las ocho de la tarde.

“Se acostumbraron a las circunstancias; contemplábamos algunos supuestos dada la complejidad de la situación y de que cada usuario tiene sus propias necesidades, pero no hubo ninguna incidencia durante ese periodo”, puntualiza el director del centro, que alaba la coordinación que hubo con la gerencia de Atención Primaria para evitar contagios y para concienciarles de que había que quedarse en el centro. Una actividad que continúa desarrollándose actualmente con el protocolo sanitario establecido y con charlas anti-covid porque no se puede bajar la guardia frente a este desconocido coronavirus.

En la casa se ha fijado el protocolo de una residencia de mayores para evitar contagios

“Hay residentes que no salen por voluntad propia, ante el temor; que ellos mismos manifiestan, de poderse contagiar”, relata el director de la institución para explicar que, como cualquier otra persona, cuando se encuentra protegida por el entorno familiar teme enfermar o morir.

La casa se blindó pero no fue ajena a lo que ocurría en el exterior, en la sociedad. La falta de mascarillas hizo reaccionar al Centro Especial de Empleo, que da trabajo a personas con discapacidad, que modificó el taller de tapicería, cerrado por la crisis sanitaria del Covid-19, en una improvisado centro artesanal de tapabocas para los usuarios y trabajadores de la Obra Social de Acogida.

Ante la escasez que había para adquirirlas en las farmacias comenzó, posteriormente, a elaborarlas para otras organizaciones no gubernamentales que, como ellos, daban respuesta a personas sin recursos sin protección sanitaria alguna.

Más de 4.000 mascarillas salieron del centro de empleo con destino a la Fundación Cruz Blanca, San Juan de Dios, la Red Europea de Lucha contra la pobreza y la exclusión social, entre otras entidades, tras la consulta técnica pertinente para su fabricación dado que las mascarillas no estaban homologadas. La organización no cobró nada por ellas salvo el coste de su fabricación.

El Centro Especial de Empleo, en el que trabajan 38 personas, abrió sus puertas tras la desescalada. Se trata de una pieza fundamental, junto a las tiendas solidarias, en el engranaje de la entidad social ya que parte de sus ingresos económicos provienen de los trabajos de tapicería, carpintería y decoración que realizan.

El 75% de las personas que trabajan en el centro tiene como mínimo un 33% de discapacidad, según marca la Ley de Inserción de Discapacitado y otras normas derivadas, para que pueda funcionar como un Centro Especial de Empleo y beneficiarse así de las exenciones fiscales.

Tiendas solidarias

En los talleres, en los que trabajan también 4 personas de apoyo, fabrican sofás, sillones, sillas, muebles a medida, restauran piezas y retapizan y confeccionan cortinas, cojines y edredones. Bien poniéndose de acuerdo con los propios particulares o vendiéndolos en las tiendas solidarias ya que la Obra Social recibe también donaciones de enseres, ropa y otros artículos que luego revende.

El dinero que recaudan con la venta de estos objetos es invertido después en el propio centro de empleo, en la casa de acogida y en las diversas actividades que realiza la entidad sin ánimo de lucro.

La Obra Social de Acogida recibe también subvenciones del Gobierno de Canarias, tanto del departamento de Servicios Sociales como del Comisionado de Exclusión Social y del Servicio Canario de Empleo además del Cabildo de Gran Canaria y del Ayuntamiento, así como de instituciones privadas y particulares.

La entidad funciona como una gran familia, cuya intendencia llevan a cabo 20 personas, que se encargan de las labores administrativas, lavandería, cocina y mantenimiento. También cuenta con 9 monitores para trabajar con los usuarios en diferentes talleres. Ellos también han sido piezas fundamentales en esta crisis sanitaria, en el que las organizaciones sociales han tenido que modificar su logística para no dejar a nadie en el camino.

El coronavirus no ha podido con ninguno de ellos, ni con usuarios ni con trabajadores. Así lo afirman desde la organización no gubernamental, que no baja la guardia dada la situación de pandemia. El objetivo de la Obra es que nadie vuelva a la calle tras tocar a su puerta; menos aún en tiempo de Covid.