A veces las mejores ideas surgen de las desgracias”, cuenta Giovanni Muzzalupo, uno de los feriantes que se apostan estas semanas y hasta el próximo 5 de enero en la rambla central de Mesa y López. Acompañado de sus pollos locos, que él mismo ha patentado como Crazy Love Chicken, mantiene el buen ánimo y la alegría a pesar del poco ajetreo del inicio de la Feria Navideña.

En la zona comercial se nota el ambiente enrarecido y las calles más desiertas que de costumbre. Pero este artista y diseñador no se abate fácilmente. Hace cinco años perdió todo en una riada y no le quedó otra que reinventarse y empezar de cero. “He tardado más de un año para que los pollos locos anden así. Hay mucho de contrapeso, de prueba y error”. Ha merecido la pena, estos simpáticos bichejos llaman la atención a distancia.

Donde otros años era habitual ver marabuntas de personas carretando bolsas con regalos, ahora hay apenas cuatro gatos, quizá algunos más si coincide en hora punta y días clave, pero nada que ver con el tumulto diario habitual de los tiempos prepandémicos. 

He vendido menos de la mitad de lo que vendí el año pasado por estas fechas”, detalla Shirlaf Mosquera, mientras espera sentada tras su puesto a que se acerque algún ser vivo aunque sea a preguntar. Ella y su familia viven de las ferias y del mercadillo de la playa de Las Canteras, donde vende cuadros al óleo pintados por su padre, bisutería de plata y lava volcánica, o cadenas con pedrería para colgar las mascarillas.

Dijo alguien muy sabio y muy plagiado que en las crisis nace la inventiva y la oportunidad. Y en las 23 carpas desplegadas entre la Plaza de España y la calle Galicia saben mucho de esto, pues tras el confinamiento han tenido que inventar formas de sobrevivir y nuevos productos que vender acorde con tan víricos tiempos.

Los andares de los pollos locos Juan Carlos Castro

Es el caso de Mónica Calabria y Claudio Miggiano, una pareja de artistas de la confección que realizan peluches, carteras, estuches o mascarillas con ropa reciclada. “Todo lo hacemos con materiales usados, nos gusta tener un estilo de vida sostenible”, explica Calabria. Estos artesanos del reciclaje son de los que ven medio lleno hasta el vaso de chupito y permanecen plenos de esperanza a pesar de la escasa concurrencia. ”No sé si es que había perdido la costumbre de ver gente, pero ayer estuvimos con mucha ilusión”. 

De la misma filosofía simbiótica y optimista es Francisco Silvestre, artesano del reciclaje que convierte los residuos del vecino en las joyas de su quehacer. “Ella es el tiburón y yo la rémora, vivo de lo que ella tira” explica mientras señala a su vecina de stand, la satauteña Paula Yu Socorro Medina, que vende mojos, jugos y mermeladas elaboradas por su madre con producto local. “Con las pipas del tuno indio de su mermelada yo hago estos anillos, con el hueso del aguacate de su humus yo lo tallo y hago collares que luego barnizo con cera canaria”. Igual si pasa por ahí y se le cae la monda de la naranja este artista del sincretismo le fabrica un regalo de Navidad.

Entre sus abalorios hay jacarandas tratadas con goma laca o flamboyanes cuya vaina convierte en alhajas únicas y sostenibles. “Soy un afortunado por tener ayudas del Estado, no me puedo quejar”.

Volviendo a su vecina de ventas y simbionte, Paula Socorro, regenta uno de los puestos más visitados y reclamados de la jornada. Y es que nada más ver los vivos colores de sus mieles, mermeladas y almogrotes uno empieza a salivar. “Este año va fastidiadillo”, comenta su padre. A ellos los salva que mucha gente ya conoce sus productos y vienen a tiro hecho a comprar. Y es que esta familia tiene stands en Vegueta, San Lorenzo, Vecindario, Teror y Puerto Rico, este último cerrado por la ausencia de turismo.

La carpa de Miguel Montesdeoca huele a cuero, lo que es una buena señal para conocer la calidad de sus bolsos, riñoneras, cinturones y pulseras que tiene desplegadas en todo su esplendor, y su olor. “Trato de tomarme las cosas como vienen, no hay otra. Lo que no voy a hacer es volverme loco”. Su filosofía y la dedicación a su trabajo le permiten mantener la paz mental, tan necesaria en estos tiempos, a pesar de la falta de garbanzos a fin de mes.

Los andares de los pollos locos Juan Carlos Castro

Tiene que haber de todo en la viña del consumo y a Agustín Padrón y Lorena Ramos la vuelta a la actividad no les pinta del todo bien. Ella lleva la fábrica de Bizcochos Suspiros Dorados de Moya y tras siete meses cerrados no ha recibido ninguna ayuda estatal, a diferencia de la mayoría de artesanos preguntados que sí la han recibido. “La cosa está fatal. Ayer fue flojísimo no sólo en cuanto a las ventas sino en general, vino muy poca gente”, lamenta Padrón.

El diseñador de bisutería con arcilla polimérica, Pepe Chiofalo, comparte la sensación de fracaso de esta edición. “Ya ni espero nada, me he acostumbrado”, lamenta desde su puesto, solitario y desangelado, casi seguro de no cruzarse a un turista ni por casualidad. Y es que no sólo ha perdido al extranjero como cliente, sino como motor económico que engrasa el engranaje de las islas y hace gastar al consumidor local. Al menos, eso sí, ha recibido prestaciones del Gobierno para capear el desastroso temporal. “La segunda no la recibí porque no pagaba el cese de actividad, creía que no servía para nada y luego resultó que sí. Además no cuesta casi dinero, tenía que haberlo pagado”, detalla. Algo que hará a partir de ahora de cara a tener más posibilidades para recibir las prestaciones íntegras. Al menos ha aprendido algo útil de esta situación tan complicada.

Como dicen que dice la filosofía oriental y constata el artista de los pollos locos, Giovanni Muzzalupo, las crisis pueden ser siempre una oportunidad.