Este jueves ha fallecido Juan Ramírez Valido, sacerdote jubilado, informa la Diócesis de Canarias. Tenía 94 años. El viernes a las 13.00 horas tendrá lugar la celebración de la eucaristía en la Catedral de Canarias y después el sepelio en el cementerio de Las Palmas.

Ramírez Valido nació el 17 de abril de 1926 en el barrio de Marzagán, de Las Palmas de Gran Canaria. Después de estudiar Latinidad, Humanidades y Filosofía en el Seminario Diocesano de Canarias y licenciarse en Filosofía y Teología en la Universidad de Comillas, se ordenó sacerdote el 20 de septiembre de 1952.

Fue profesor de Filosofía y Teología del Seminario de Canarias, rector del Seminario Menor y, a finales de la década de los años 50 del pasado siglo, Monseñor Pildain lo nombró canónigo maestrescuela del Cabildo Catedral de Canarias. También fue profesor del Colegio Teresiano de Las Palmas y del Instituto Tomás Morales hasta su jubilación el 30 de junio de 1991, después de 39 años dedicados a la docencia.

En octubre de 1998 fue nombrado Prelado de Honor del Papa cuyo Título Pontificio, según decreto firmado por Juan Pablo II, fue comunicado oficialmente desde el Vaticano a don Ramón Echarren, obispo de Canarias, el 28 de enero de 1999, nombramiento que junto a los de los también prelados Santiago Cazorla León y Vicente Rivero Díaz los realizó el Papa en respuesta a la petición del obispo de la Diócesis atendiendo a los méritos que concurrían en los nuevos prelados.

El 28 de enero de 1999 Juan Ramírez Valido recibió el homenaje público de Marzagán y Jinámar, y de todos sus discípulos al descubrirse una placa en el frontis de su casa natal con la inscripción: "En esta casa nació el Ilustrísimo monseñor don Juan Ramírez Valido, primer hijo de Marzagán licenciado universitario, eminente profesor de Filosofía y Teología, canónigo de la Santa Iglesia Catedral de Canarias y Prelado de Honor de SS el Papa. El pueblo, sus amigos y discípulos. Diciembre 1998". En el acto también se descubrió la placa que daba el nombre de Calle Monseñor Juan Ramírez Valido a la vía de su casa natal, que ya se conocía desde hacía muchos años por los habitantes marzaganeros y jinamarenses como 'La Calle del Cura'.

Monseñor Juan Ramírez, sacerdote, canónigo, prelado de honor del Papa, preclaro profesor, pensador profundo y conversador ameno y cordial, fijó siempre la raíz primera de su vocación sacerdotal en don Antonio Collado, el célebre cura de Lomo Magullo a quien vio en una ocasión y se preguntó qué es lo que necesitaba un hombre para ser cura. Don Juan era entonces un chiquillo y vivía la primera experiencia de contemplar un sacerdote de cerca. España estaba en plena República "y era raro ver un cura por la calle porque no salían de las casas; y, además, el padre Collado vestía sotana". Pero según nos manifestó don Juan, allí no surgió su vocación. Quien le despertó su vocación fue don Andrés de la Nuez, párroco de Jinámar en 1935, cuando don Juan tenía nueve años de edad.

De aquellos años don Juan conservó muchos recuerdos hasta su muerte: "las elecciones, las campañas, los carteles de propaganda en favor de Largo Caballero, de Prieto... El día en que estalló el Movimiento. El 18 de julio. Aquella tarde llegaron los falangistas, la gente corría huyendo...". Tuvo una infancia feliz y sin traumas. El ambiente de su casa era cristiano... Hasta que decidió ir al seminario, en tiempos de don Andrés de la Nuez cura de la parroquia de la Concepción de Jinámar. Se examinó de ingreso en el curso 1937, aunque como consecuencia de hallarse España en plena guerra, el curso lo comenzó el 29 de enero de 1938, víspera de las primeras órdenes que impartió monseñor Pildain como obispo en Canarias. Don Juan Ramírez fue de los primeros seminaristas de Pildain...

En el Seminario Diocesano estudió Latinidad, Humanidades y Filosofía... Hasta que dio el salto a la Universidad Pontificia de Comillas. En Filosofía, don Juan Ramírez fue el primero de la clase y entre los profesores adquirió un extraordinario prestigio de excelente estudiante. En segundo de Filosofía, el día de San Luis, en una sesión académica, habló sobre el valor del signo. Nos recordaba don Juan, en medio de la emoción, que un día de vacación su padre fue a visitarlo y, cuando estaba hablando con él en uno de los pasillos, llegó Pildain y le dijo a su su padre: "Le vengo a pedir permiso para que usted deje ir a su hijo a estudiar a Roma". Su padre, lógicamente, preguntó inmediatamente al prelado "y eso ¿quién lo paga?, porque yo no puedo". Pildain contestó, "Usted no se preocupe que eso corre por mi cuenta", al tiempo que el obispo advirtió a don Juan "tú no digas nada de esto a nadie". Don Juan no fue becario de la Diócesis, siempre lo reconoció públicamente "¡yo fui alumno becado por Pildain!", nos confesó emocionadamente en una ocasión, "¡hasta los libros me los pagó Pildain, algo que agradeceré mientras yo viva a aquel gran obispo, figura irrepetible..." Y apostillaba, pleno de emoción, "¡Si Pildain no hubiera existido habría que crearlo, por todo lo que supuso para Canarias y para la Iglesia!".

El fin de la Guerra Mundial coincidió con la conclusión de sus estudios de Filosofía. Pildain le indicó que por las circunstancias que rodeaban a Europa recién finalizada la Guerra, el ir a estudiar a Roma era un poco difícil y le sugirió ir a Comillas. Y don Juan fue a Comillas. "¡Bendita la hora que fui a esta Universidad!", nos solía decir cuando hablábamos del tema. En su etapa de estudiante en la Universidad de Comillas don Juan Ramírez dejó una estela de mente privilegiada, de gran filósofo y de excelente teólogo, hasta el punto que todavía aún permanece viva en el recuerdo del claustro de aquella institución. Tuvo la suerte que el primer año, el día de Santo Tomás de Aquino, en la sesión académica pública celebrada en el Aula Magna, expuso una tesis y defendió con claridad todas las objeciones y dificultades que le formularon desde el claustro de profesores. Participó asimismo en otras numerosas sesiones académicas similares, tanto en Filosofía como en Teología, lo que le proporcionó atesorar un extraordinario clima de prestigio en el claustro y fuera de él. De Comillas regresó a Canarias con 26 años de edad y Monseñor Pildain le encomendó las clases de Filosofía del Seminario y, más tarde, además, las de Teología.

Lo más destacado de don Juan Ramírez Valido fue su mente prodigiosa. Derroche de perspicacia, perspicuidad, sagacidad, discernimiento, intuición, lucidez, talento... En el claustro de la Universidad de Comillas aún recuerdan a este sacerdote grancanario, nacido en Marzagán. Nos lo ratificó personalmente en una ocasión don Gabino Díaz Merchán, compañero suyo de curso. Pero aun siendo su inteligencia privilegiada, existieron otras cualidades que se escondían en la personalidad de este sacerdote grancanario que renunció a otras glorias eclesiásticas por obedecer y servir a la Diócesis de Canarias.

Sus orígenes lo descubren como hijo de un empleado del almacén de tomates, de la empresa de don Bruno Naranjo. Él mismo comenzó a poner tablillas, entre los 8 y los 12 años, cuando empezaron a hacerse los "ceretos" de tomates. Su padre, don Gabriel Ramírez, y su madre, doña Dionisia Valido, constituyeron una familia numerosa –ocho hijos, cinco varones y tres hembras- que conocieron los obstáculos, impedimentos, aprietos, escollos, ahogos, apuros consecuencias de la carestía de la vida y las necesidades. Todos salieron adelante pese a los difíciles años de posguerra, en los que transcurrió su infancia. Estudió en la 'Escuela del Rey' hasta los 8 años, con un gran maestro, don Enrique Caro, de inolvidable recuerdo para Monseñor. Por el trabajo tuvo que estudiar de noche, en la 'Escuela de Maestro Pepe', un conocido hombre de Jinámar que enseñaba Matemáticas, como pocos. Allí estudió 'las cuatro reglas' y algo más, que le sirvió muchísimo para el ingreso en el Seminario.

En la vieja casona de Vegueta, pensó que algún día llegaría a ser un cura de pueblo; pero, después que monseñor Pildain le dijo que lo iba a mandar a estudiar a la Universidad Pontificia, toda su ilusión en su formación seminarística la empleó en prepararse en profundidad, con vistas "a un día llegar a ser profesor". Don Juan no olvidó nunca el día que recibió el birrete de canónigo de manos de monseñor Pildain, obispo de quien gozó siempre especial afecto y consideración. Pudo haber sido obispo, cuando menos, de haber continuado en Comillas y preparado la tesis doctoral. Pero no es fácil que un sacerdote canario, incrustado en las Islas, llegue a obispo, en un mundo donde las relaciones humanas también son fundamentales dentro de la Iglesia.

De la Universidad de Comillas, Monseñor Juan Ramírez guardó gratísimos recuerdos. En primer lugar, haber aprendido, sobre todo, dos cosas: el amor profundo a la Iglesia y el amor profundo al Magisterio. Además, Comillas tenía en aquella época una extraordinaria altura intelectual, un excelente ambiente de estudio y un gran ambiente espiritual; el Padre García Nieto -hoy venerable, camino de los altares y, según los que lo conocieron, uno de los grandes santos de la historia de la Iglesia- fue su director espiritual. De formación profunda, inquebrantable obediencia al Magisterio y sólida fe, don Juan Ramírez fue en vida -y lo seguirá siendo desde ahora en que está junto a Padre Dios en el Cielo- testimonio fehaciente de que el sacerdote no es la persona que se entrega a Dios porque desprecia al mundo, sino porque lo valora. Don Juan no se entregó en obediencia para renunciar a la libertad, sino para que el mundo sepa en qué consiste la libertad, que es la capacidad de llegar a Dios. Se entregó a Dios, donde su libertad llega a la plenitud, para que el mundo sepa en qué consiste ser libre.

¡Gracias, Monseñor Juan Ramírez Valido, padre, amigo, consejero y maestro!