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Puerto

Los submarinos canarios de John Ford

El cineasta ambientó en las Islas una película sobre refriegas navales de la Primera Guerra Mundial | La contienda generó en el Archipiélago penurias y emigración

Presencia de submarinos en el Puerto de La Luz en el primer cuarto del siglo XX.

“Nos acercamos a las islas Canarias, vamos a uno de esos puertos plataneros”, cuenta el capitán Bob Kingsley a sus oficiales al comienzo de Mar de fondo (Seas Beneath), una película dirigida por John Ford en 1931. Antes de consagrarse en el western, el cineasta dedicó un filme a las hazañas de una unidad militar estadounidense que trata de desbaratar los planes de un submarino alemán durante la Primera Guerra Mundial, una ficción no demasiado alejada de lo que ocurrió en estas aguas entre 1914 y 1918. Las escaramuzas en este rincón estratégico del Atlántico eran constantes durante aquellos años en los que unos y otros usaban los puertos de las islas para aprovisionarse de víveres, combustible y secretos del enemigo, aunque más allá de la épica hollywoodiense, los estragos de la guerra acabaron causando nuevos tiempos de penuria y emigración en el Archipiélago.

Ford rodaba por entonces tantas películas al año que el término fordismo habría podido acabar sirviendo para hacer mención a su prolífica producción. Mar de fondo, en la que daba muestras del mismo interés por los asuntos bélicos y navales que años después le llevaría a filmar en vivo el desembarco de Normandía como comandante de la Armada estadounidense, es considerada por la crítica una obra menor, pero presenta una trama poco habitual al estar ambientada en Canarias. Aun así, el cineasta jamás pisó el Archipiélago para ambientarse: fue otro istmo de otra isla, el de Two Harbors en la californiana Catalina, el que sirvió como localización para esta historia de aventuras que supuso una de sus primeras incursiones en el cine sonoro.

recorte del periódico ‘Diario de Las Palmas’ con incidentes relacionados con la Gran Guerra.

recorte del periódico ‘Diario de Las Palmas’ con incidentes relacionados con la Gran Guerra.

Kingsley y los suyos se hacen pasar en Mar de fondo por la tripulación de un barco mercante que navega por aguas próximas a las islas durante el verano de 1918, mientras tratan de dar caza en secreto a un submarino alemán. “El mayor de todos”, de acuerdo con el capitán. Nunca se desvela el nombre del punto exacto en el que atracan para reponer víveres y obtener algo de información, pero parece ser un lugar de tránsito habitual de barcos extranjeros y el sitio donde hay que estar para enterarse de lo que está ocurriendo. “Desde Londres nos informan de que es donde van los submarinos del enemigo a repostar”, informa el capitán a sus oficiales en la misma conversación.

Los datos de tráfico cuantifican el desgarro que supuso para las Islas la Gran Guerra

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Una vez en tierra firme, la película cae en clichés -hombres tocando la mandolina y mujeres de faralaes-, pero retrata algo que sí ocurría habitualmente en Canarias durante aquella época de conflicto bélico. Sus puertos eran lugares de avituallamiento de flotas mercantes, a veces armadas en corso, que aprovechaban las conexiones internacionales de las empresas marítimas aquí radicadas para obtener así valiosa información de inteligencia que pasaban a sus ejércitos en la incipiente guerra submarina que se libraba hasta las latitudes del cabo Blanco. En pocas palabras, un nido de espías. Así ocurre, por ejemplo, con el personaje de fräulein Lolita, que embriaga con un vino llamado lágrima de amor a uno de los protagonistas para tratar de sonsacarle sus verdaderas intenciones en la isla. “En ese puerto es posible que te pase cualquier cosa”, le había advertido un marino experimentado poco antes de desembarcar.

recorte del periódico ‘Diario de Las Palmas’ con incidentes relacionados con la Gran Guerra.

La historia de Ford hace algo más que transmitir ese espíritu pendenciero incardinado en la imagen no solo de los puertos canarios, sino de todo el mundo. También lleva a la ficción los escarceos navales que ocurrieron cerca de Canarias durante la Primera Guerra Mundial, hechos que en su día causaron tanto asombro como alarma en las Islas. Desde el comienzo de la contienda, cuando en el continente europeo aún vivían un verano de ensueño, se sucedían casos como el del mercante Kaiser Wilhelm der Grosse, un coloso de los mares que había sido intervenido en corso por el ejército alemán y que acabó hundido mientras recibía suministros del buque carbonero Arucas, con base en Las Palmas de Gran Canaria. “Hallándose con otros buques cerca de Río de Oro dando carbón al Kaiser, apareció un crucero inglés que empezó a cañonearles”, publicaba el cronista del Diario de Las Palmas el 28 de agosto de 1914.

Los sumergibles fueron el principal avance de la tecnología bélica naval de aquella guerra. Con la evolución de la contienda y el despliegue de los submarinos, los sucesos se multiplicaron. El mismo diario publicó en primicia y con gran detalle el hundimiento de la goleta portuguesa Emilia el 17 de noviembre de 1916: “A unas diez millas al este en línea recta del faro de La Isleta oyeron un fuerte cañonazo y de pronto un submarino alemán que le hacía señales de parada”, narraba la crónica. De acuerdo con el relato del capitán, la tripulación del sumergible les conminó a entregar todos sus víveres y a hacerse a la mar en los botes salvavidas poco antes de hundir su nave. Minutos después fueron rescatados por una falúa y trasladados a puerto a bordo del acorazado Princesa de Asturias. Un millar de personas esperaba en el muelle Santa Catalina la llegada de los tripulantes, que fueron seguidos por la muchedumbre hasta la Comandancia de Marina.

Presencia de submarinos en el Puerto de La Luz en el primer cuarto del siglo XX.

Los hechos del Emilia venían precedidos por otro suceso con un vapor portugués de nombre Machico, atacado por un submarino un día antes al norte de Alegranza. La refriega llegó a la prensa internacional: el 23 de noviembre de aquel año, el New York Times publicó que “recibió seis disparos, pero ninguno le alcanzó”. Las informaciones sobre su paradero, confusas al principio, alimentaban la creciente preocupación en las islas por las consecuencias de la contienda en sus proximidades, como atestiguan estas líneas del Diario de Las Palmas el mismo día que publicaba el hundimiento del Emilia: “Para Canarias, estos hechos entrañan gravedad. La guerra submarina traída a la proximidad de las islas, en la ruta de África y América, ha de resentir nuestro tráfico comercial, tan quebrantado desde que comenzó esta contienda formidable, y agravará seguramente el conflicto de las subsistencias que se nos presenta de modo pavoroso”.

Con menos épica, pero más asentados en la realidad que las epopeyas del comienzo de la edad de oro de los grandes estudios de Hollywood, los datos de tráfico en los puertos cuantifican el desgarro que supuso para las islas todo lo que sucedió en el mundo tras el asesinato del archiduque Franz Ferdinand. Las Palmas pasó de 6.717 barcos en 1913 a 1.786 en 1918 y Santa Cruz de Tenerife cayó en ese mismo periodo de 4.248 a 1.036. “Las repercusiones de la guerra siguen agravando la situación de Canarias, a la hora actual bastante crítica”, editorializaba el Diario de Las Palmas el 25 de enero de 1918.

Los puertos isleños eran lugares de avituallamiento de mercantes, a veces armados en corso

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“De hecho”, continuaba el vespertino, “nos hallamos bloqueados y el puerto y los muelles ofrecen un aspecto desolado sin movimiento de buques ni tráfico de mercancías”, porque “al ser declaradas estas aguas zona peligrosa por la presencia de submarinos alemanes, líneas de vapores que aquí hacían escalas las suspendieron, dirigiéndose a Dakar y a otros puertos”. La guerra concluyó entre el armisticio de ese noviembre y el tratado de Versalles del siguiente junio, pero la crisis se prolongó con la pandemia de gripe que, inadvertida por el fragor de la batalla, ya surcaba su segunda ola durante aquel verano de 1918 que había servido como marco temporal para la película de Ford.

Cartel anunciador de la película ‘Mar de fondo’ (The Seas Beneath).

La penuria que auguraba el Diario de Las Palmas no hizo más que agravarse. Muchos en Canarias hicieron las maletas y se subieron a bordo de barcos como el Valbanera para huir del hambre, de la enfermedad, de la guerra, de un sufrimiento que nunca parecía tener fin. Aquel vapor de la Pinillos se fue a pique en septiembre de 1919 cerca de Cuba y se llevó con él las vidas de casi medio millar de personas. A ellos, como a tantos otros náufragos que siguen dejando sus sueños en el mar, aún no hay ningún taquillazo de Hollywood que los recuerde.

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