Callejear por el centro histórico puede deparar al viandante verdaderas sorpresas urbanas. Así, las intrincadas callejuelas, evocadoras de tortuosos trazados de la primera historia de la ciudad, conviven con rectilíneas vías que discurren de norte a sur o ascienden desde el mar atravesando el núcleo fundacional de este a oeste. Las delicadas fachadas de históricas viviendas privadas se contraponen a imponentes edificaciones representativas de los poderes públicos y religiosos. Las amplias plazas, convertidas en populares puntos de encuentro, rivalizan con otras pequeñas plazoletas que parecen, en cambio, creadas para el disfrute de la intimidad y el silencio. Entre estos últimos espacios destaca por encima de cualquier otra la plaza del Espíritu Santo.

Emplazada en la confluencia de las calles Dr. Chil, Espíritu Santo y Castillo, se halla presidida por una monumental fuente diseñada en 1867 por Manuel de León y Falcón (Las Palmas de Gran Canaria, 1812-1880). Es a este autodidacta proyectista –que firmó sus diseños bajo el nombre de Manuel Ponce de León– a quien también se deben algunos de los edificios que circundan este pintoresco lugar, así como un buen número de los inmuebles que conforman, especialmente en los barrios de Vegueta y Triana, la escenografía y los volúmenes que se alzan en los márgenes de las calzadas de la antigua ciudad. Pero a su relevante faceta como proyectista arquitectónico y urbanista hay que sumar su buen hacer con los pinceles –actividad por la que en 1848 llegó a ser nombrado pintor de cámara del rey–, sin olvidar su aportación en el ámbito de la enseñanza de las artes ejercida como profesor de dibujo y pintura en el Colegio de San Agustín (1845-1849 / 1853-1855) y en otras academias establecidas en diversas sociedades culturales capitalinas (Gabinete Literario, El Liceo y la Real Sociedad Económica de Amigos del País).

Todo su trabajo, toda su imaginación y creatividad, ya fuera trazando líneas arquitectónicas, pintando retratos, alineando calles o participando tanto en las instituciones públicas –integrando la comisión de policía y ornato en el Ayuntamiento capitalino (1840-1872)–, como en asociaciones privadas –participando en la fundación de El Museo Canario o siendo socio de mérito del Gabinete Literario– los volcó sobre Las Palmas de Gran Canaria. Porque, tal como afirmó la catedrática María de los Reyes Hernández Socorro –máxima especialista en su obra–, Manuel de León y Falcón fue, ante todo, «…un artista para una ciudad…».

La contribución de Ponce de León al desarrollo y transformación de su ciudad natal hace de él un personaje esencial en la historia de la urbe. Sin su creativo impulso, sin su aportación como tracista arquitectónico durante la segunda mitad del siglo XIX, el aspecto que presentaría el conjunto histórico conformado por Vegueta y Triana sería, sin duda, otro.

Tan contundente participación en la definición de la imagen de la capital tendría un reconocimiento público sobre el trazado de la propia ciudad. De este modo, su nombre ha quedado vinculado de manera perenne a dos calles emplazadas en dos barrios. Por un lado, en la entrada a San Francisco de Paula, una placa, situada en el acceso a una angosta y sinuosa vía sin salida que ya figura trazada en los planos en 1950, recuerda a Manuel de León y Falcón. En esta ocasión se le asocia a su actividad como arquitecto (calle Arquitecto Manuel León Falcón). Fue esta una profesión que ejerció, como atestigua el centenar de proyectos que le han sido atribuidos, aunque nunca contara con una titulación específica. Porque, aunque estudió en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (Madrid) entre 1842 y 1845, nunca obtuvo la credencial oficial que lo reconociera como tal facultativo.

Pero no es esta la única. El nombre de León y Falcón volvería a ser elegido para designar una vía de más de 600 metros en La Minilla, área que comenzó a urbanizarse en los últimos años de la década de 1960, coincidiendo con el trazado del primer tramo de una vía que, con el tiempo, sería dedicada a Manuel de León. Habría que esperar aproximadamente hasta 1997-1998 para que fuera dibujada la línea completa de la vía, que alcanzaría así su máxima extensión al prolongarse hasta la rotonda Doctor Alejandro Martínez Jiménez.

Por lo tanto, Manuel de León y Falcón es una de las pocas personalidades –como también sucede con Gregorio Chil y Naranjo– que cuenta con el honor de poseer dos calles con su nombre. Pero al doctor Chil y Manuel Ponce de León no solo los une esta circunstancia. Ambos han pasado a la historia, además de por otros muchos méritos, por haber participado en 1879 en la fundación de El Museo Canario. La relación de amistad que los unía, sumada al interés que siempre manifestó Ponce de León por las artes, el patrimonio, la cultura y el coleccionismo, fue una de las razones de peso que lo animarían a formar parte de aquella iniciativa. Sin embargo, la muerte lo sorprendió al año siguiente de la fundación, razón por la que su trayectoria como miembro de la primera junta directiva fue breve.

No obstante, su persona, su actividad como proyectista arquitectónico y como pintor, y, sobre todo, sus inquietudes culturales han dejado su huella. En efecto, además de contar el museo entre sus fondos figurativos con los planos y alzados del proyecto de la pescadería municipal que compuso en 1870, así como con el retrato que entre 1858 y 1860 pintara de Domingo José Navarro, la Sociedad Científica adquiriría, tras su fallecimiento, parte de sus colecciones privadas. Las piezas que integraban su gabinete de Historia Natural –de las que en la actualidad solo se conservan algunos ejemplares– y las armas de fuego que poseía en su domicilio pasaron a engrosar sus fondos en 1880. La compra de estos objetos no ha de resultar extraña, puesto que el doctor Chil, primer director del museo, siempre tuvo en alta estima al artista identificándolo como «…uno de los patriotas más entusiastas y que más contribuyó a fomentar el gusto por las bellas artes…» en Las Palmas de Gran Canaria, ciudad sobre la que, sin duda, volcó todo su ingenio y creatividad.