David Le Breton, en su ensayo Elogio del caminar, hace referencia a que ya no paseamos por nuestras calles. A que el coche, el transporte público, se ha adueñado de nuestra forma de trasladarnos y no recorremos las calles como antes. No nos fijamos en qué nombre tiene ese pequeño callejón que atravesamos de camino al trabajo, ni esa plaza llena de gente desayunando café antes de entrar a sus despachos. Todo se ha convertido en prisas por llegar a tiempo, por entrar a una jornada laboral de ocho interminables horas y finalizarla con unas ganas tremendas de volver a casa. Ese recorrido que realizamos diariamente está lleno de calles, plazas, callejones, bocacalles, aceras y adoquines y nunca nos paramos a mirar por qué lugar estamos caminando. Qué nombre se le da a esa calle. Qué historia hay tras ese nombre. Conocemos las más famosas, las más transitadas, por ser el centro del tráfico diario, pero las calles que nos llevan a nuestras casas, a nuestro bar o a la playa, las desconocemos.

En el barrio de Escaleritas, en una zona residencial, se encuentra la calle Ignacia de Lara Henríquez, una calle como otra cualquiera. Una calle que solo significa, para la persona que vive en ella, su residencia y el número del edificio en el que se encuentra su casa. En cambio, en la tradición española se le ponen nombres de personalidades a las calles, de forma que cuando transitamos por ellas conocemos esos nombres, conocemos que Francisco Gourié es paralela a la avenida Rafael Cabrera, pero pocos somos los conocedores de las historias que llevan a esos nombres a imponerse en una calle.

La calle Ignacia de Lara Henríquez, como dijimos antes, se encuentra en Ciudad Alta y seguramente es desconocida para todos aquellos que no vivan en el barrio. En cambio, nosotros no queremos dejar en el olvido a una personalidad como Ignacia de Lara y a través de su calle vamos a contar su historia.

Ignacia de Lara Henríquez fue una poeta, escritora y activista política nacida en Las Palmas de Gran Canaria el 16 de agosto de 1880. Una vez terminados sus estudios e interesada en las letras y la literatura, comenzó a relacionarse con nombres más conocidos, como Alonso Quesada, Tomás Morales o los hermanos Millares Cubas. Además, fue coetánea de mujeres literatas como Josefina de la Torre. Ese interés por la literatura y esas conversaciones con sus amigos la convirtieron, a ella también, en productora de dos obras: Tiré de un recuerdo y como las cerezas… (1921) y su segundo libro Para el perdón y para el olvido (1924), aportaciones desconocidas por muchos, pero enriquecedoras de nuestro patrimonio cultural. Estas las escribió lejos de la isla, en la península, lugar al cual se mudó una vez contrajo matrimonio con Miguel Colorado D’Assoy, natural de Mallorca. Cargadas de emociones y sentimientos, Ignacia de Lara las escribe con cierto desahogo por las múltiples infidelidades que sufre por parte de su marido, por un matrimonio feliz en su principio, pero triste cerca de su final.

En 1931, tras la muerte de su marido, Ignacia de Lara volvió a Las Palmas y se introdujo en la política. Por esa sensibilidad especial que tenía la autora, siempre había sido consciente de las desigualdades que sufrían las mujeres en la vida cotidiana. Una vez que se estableció en la isla se le hicieron más evidentes las marcadas diferencias de las mujeres asalariadas canarias. Es por este hecho por lo que comenzó una lucha más activa en el panorama político haciéndose cargo de la presidencia de Acción Católica de la Mujer, que, pocos días después, devendría en Acción Popular de la Mujer, estamento femenino del partido político Acción Popular, con la intención de realizar un trabajo eficaz con respecto a las necesidades sociales del pueblo y, especialmente, de las mujeres. Muchos escritos de la autora, anteriores a su participación política, ya reflejaban ese deseo de cambio social y de preocupación por la sociedad. Elaboró un discurso participativo de la mujer en el cual quería que todas se implicasen en los cambios sociales que necesitaba la sociedad del momento. Reclamó para la mujer una educación intelectual, social y política, para que pudiera entender lo que sucede a su alrededor y ser partícipe a su vez.

Ignacia de Lara quiso para sus coetáneas nuevas oportunidades en el panorama social. Esto se ve reflejado en numerosos artículos, relatos o escritos que mandaba a la prensa y que se publicaron en las diferentes cabeceras. Tristemente, al igual que muchas de esas cabeceras han desaparecido, con ellas se olvidaron muchos de esos escritos.

Igualmente, y gracias a la conciencia de Ignacia de Lara, quien entendía la importancia de la memoria, se recoge en El Museo Canario su archivo personal. Como mujer de letras interesada en la cultura, Ignacia de Lara recopiló y guardó todo aquello que consideraba de interés y muchas de sus publicaciones de las cabeceras anteriormente nombradas. Gracias a esa recopilación tenemos la oportunidad de conocer, un poco más, a esta personalidad tan importante del panorama cultural canario. A su fallecimiento, Ignacia de Lara legó la totalidad de su archivo a la institución para aportar más de esa sabiduría femenina, que bien poco se había visto representada, a El Museo Canario.