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El templo de San Lorenzo cumple 340 años como símbolo del vecindario

La parroquia matriz, una de las más antiguas de la Isla, se erigió gracias al sacrificio del pueblo

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La parroquia de San Lorenzo cumple 340 años José Carlos Guerra / Juan Francisco Santana

Si existe una parroquia que ejemplifica la forma de ser de un pueblo, esa bien podría ser la de San Lorenzo, que cumple 340 años desde que fue colocado el Santísimo en la primitiva ermita, convirtiéndola en sede de culto independiente y plantando la semilla de una comunidad consciente de su carácter único.

El vecindario de San Lorenzo está de celebración. Uno de los símbolos de la ciudadanía que habita en el barrio capitalino cumplió 340 años el pasado 11 de marzo: la parroquia matriz en honor al santo diácono y mártir. Erigida como sede de culto independiente de la Catedral de Las Palmas de Gran Canaria en 1681, es considerada como una de las construcciones religiosas más antiguas de la Isla, y la segunda más longeva de la ciudad, solo detrás de El Sagrario, que hoy día se encuentra en el templo de San Agustín pero que por aquel entonces se encontraba en la seo canaria.

Con el paso de las décadas, el sentimiento de pertenencia a una comunidad persé fue haciéndose cada vez más intenso entre la población de la localidad, hasta el punto que el hecho de disponer el Santísimo en la primitiva ermita les dotó de una independencia que pocos territorios en aquella época tenían en Gran Canaria. Según los historiadores, la parroquia se consiguió con muchos esfuerzos por parte de una población que era extremadamente humilde y bajo la condición de que ellos mismos serían los que sustentarían el curato, sin ayuda del Obispado. Muchos consideran que este logro fue el germen del orgullo del pueblo de San Lorenzo, que fue independiente hasta 1939, en plena Guerra Civil, cuando fue anexionado por la fuerza a Las Palmas de Gran Canaria.

La antigua ermita, comenzó a construirse en 1640 y le costó al pueblo la friolera de 2.648 reales de la época, un dineral casi inabarcable para una población tan pobre, terminando los trabajos en 1645. Hasta ese momento, los vecinos se veían obligados a bajar caminando -generalmente descalzos- hasta la Catedral, donde escuchaban la misa de la madrugada. Quienes vivían en el Lugarejo de Tamaraceite, como se llamaba el barrio en aquellos tiempos, solicitaron disponer de una parroquia en 1666, pero al no tener avales esta solicitud se retrasó y no fue hasta 1681 que el obispo Jiménez dio el visto bueno. “La iglesia se debe sobre todo a los esfuerzos de grandes personajes de la época, sobre todo al capitán Lázaro de Ortega, el primer alcalde conocido de San Lorenzo, a su esposa María Vidal y a un yerno suyo, Lucas Lorenzo, que vino de Guía”, explicó el historiador, Juan Francisco Santana, un estudioso de las crónicas del pueblo. También a la figura de Salvador Rodríguez, quien estuvo al frente del municipio en el momento en que se logró la instalación del Santísimo. Por su parte, el primer párroco que se instaló en la localidad fue Juan González Travieso, sacerdote de la Casa Blanca, en Arucas (actualmente pertenece a Firgas), que tenía un gran poder económico y varios esclavos bajo su mandato. Su sucesor fue su sobrino.

El párroco, en el siglo XIX, tuvo que vender varios elementos para costear el suelo.

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La actual parroquia de San Lorenzo terminó de erigirse hace relativamente poco tiempo pese a que cumple 340 años. La vecindad del pueblo trabajó duro durante muchas décadas, cada uno de ellos aportando lo poco que tenían para ponerlo al servicio de la fe. La nave central era la ermita primitiva, a la que se le fueron anexionando las naves laterales con el paso de los años y el incremento de población. Y es que, tal y como destacó el cronista oficial de Las Palmas de Gran Canaria, Juan José Laforet, “no hubo subvenciones de ningún tipo” para construir el templo, sino la colaboración de particulares. Un apoyo muy grande dio el marquesado del Buen Suceso, motivo por el cual la Virgen del Buen Suceso siempre ha tenido una gran devoción en la localidad.

Por su parte, Santana tiene claro que la tradición religiosa del pueblo de San Lorenzo sigue prácticamente intacta en la actualidad, sobre todo entre quienes viven en el casco, alrededor del templo. Esta ciudadanía “está convencida de ser un pueblo con arraigo”, y de hecho lo fue hasta 1939, y siempre se ha mostrado “muy activo y muy pendiente de su parroquia”. Y una curiosidad: la decisión de erigir el culto al santo diácono y mártir se tomó de casualidad, después de que las personas que habitaban el Lugarejo en el siglo XVII lo decidieran “a suertes”.

Prueba de ese esfuerzo y del compromiso de toda la ciudadanía es lo que costó ponerle un suelo de baldosas al templo, mediando ya el siglo XIX. Según los documentos que se tienen de la época, el 25 de noviembre de 1843, el párroco Cristóbal Caballero y González solicitó autorización al Obispado de la Diócesis de Canarias para vender un cáliz de plata que, el propio obispo Romo, en una visita reciente a la parroquia, tachó de inútil por su mal estado de conservación. Tras el beneplácito, lograron dinero para invertirlo en el baldosado de la iglesia que, según lo que escribía en esa carta, se encontraba “en el estado más deplorable, sin losas ni ladrillos y solo reducido a tierra”. Sin embargo, ese peculio fue insuficiente para culminar los trabajos, de tal forma que en 1847 también tuvieron que pedir permiso para traspasar la campana de la torre, un elemento con gran historia pero que se encontraba rajada, la cual había pertenecido a la ermita de Tenoya antes de ser llevada a San Lorenzo. Con esos cuartos ya sí lograron terminar la obra del suelo que, en opinión de Laforet, “hace denotar ese esfuerzo con un más que bonito suelo de losas de piedra”.

Una vida, la de esta parroquia, llena de peripecias y aventuras, que en sus casi tres siglos y medio de historia ha visto pasar numerosas generaciones de familias del antaño municipio, y que se mantiene inalterable al paso del tiempo, salvo por algunos trabajos que se han llevado a cabo para su mantenimiento y conservación en perfectas condiciones. Una de esas ocasiones se dio en 1886, cuando se pidió autorización para proceder a reparar una de las naves laterales que tenía un tamaño más elevado que la central y que hacía que se mojara por las lluvias. Ya para su 300 aniversario, en 1981, se instaló una placa de piedra en una de las naves laterales que conmemora la onomástica. Y ese es uno de los pocos elementos que se añadieron al edificio, que se mantiene prácticamente inalterado desde su fundación en 1681.

Uno de los episodios más importantes en la historia de la parroquia matriz se dio en 1851, en medio de la epidemia de cólera que diezmó la población de Las Palmas de Gran Canaria, y que también tuvo su afectación en el municipio de San Lorenzo, que contaba con Ayuntamiento propio desde la Constitución de 1812. En esos años, el templo se convirtió en un centro de atención a los vecinos, y también en una suerte de archivo documental que registró gran parte del devenir de aquella crisis sanitaria. “Fue una epidemia terrible, que huyendo la gente de la ciudad, se trajo a San Lorenzo, donde se hicieron grandes esfuerzos para tratar de pararla: se encontraron formas de combatir la enfermedad con medicinas caseras”, comentó Juan Francisco Santana. Según esos datos con que se cuenta, 28 personas fallecieron por la enfermedad en Tamaraceite, otras 56 en Tenoya, una más en Siete Puertas, y en el casco de San Lorenzo, se enterraron a 54 en un lugar y, ante el gran número de afectados, se tuvo que habilitar el lomo de los Silos, donde se dio sepultura a 25 más.

Rico patrimonio

La parroquia de San Lorenzo no solo debe ser tenida en cuenta por su antigüedad y su valor arquitectónico, sino que también cuenta con un importante y rico patrimonio artístico y escultórico. Si bien no se cree que la talla de San Lorenzo sea del excelso imaginero canario Luján Pérez, sí se tiene en cuenta que pudo haber llegado desde la escuela de Sevilla o, incluso, desde tierras genovesas a mediados del siglo XVIII. Según destacó Santana, uno de los conjuntos más bonitos que alberga el templo llegó desde tierras sudamericanas. En junio de 1760, el presbítero Agustín Naranjo y Nieto hizo desde Caracas una donación de cuatro piezas de arte indiano: una arquita adornada de varias reliquias, un cofrecito de tortuga de carey, un copón de plata sobre dorado y una cajita de cedro con llave para guardar los tres anteriores. Todo un lujo.

El templo cuenta con un patrimonio artístico rico con piezas que llegaron desde Sudamérica.

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Además de este conjunto de gran valor, también hay entre el ajuar parroquial un cáliz de filigrana del siglo XVII, realizado por el ilustre orfebre Alonso de Ayala y Rojas, tal y como aparece inscrito en la base del mismo: “El alférez Alonso de Ayala me cesit (me hizo en latín)”. Y también una custodia de plata que data del año 1731. También destaca, según palabras del cronista oficial de la ciudad, su Semana Santa, “muy bonita y muy al estilo de lo que eran estas celebraciones de siempre”, con un espíritu muy parecido al de las procesiones de finales del siglo XIX y principios del XX, y que ya se han perdido un poco en los grandes actos religiosos del centro histórico de la ciudad.

Es igualmente reseñable su enorme variedad de tipologías e imágenes, desde tallas en miniatura a candelero, así como las pinturas y retablos tallados tanto en madera como en piedra. Asimismo, cuenta con lámparas, muebles, orfebrería y vestimentas litúrgicas que son reliquias artísticas. Todo ello da formato a esta larga historia de 340 años.

La parroquia y la comunidad

Laforet subrayó que una de las cosas que más le llaman la atención del proceso por el que se erigió en parroquia la antigua ermita de Lugarejo no es solo el “hecho religioso”, sino sobre todo que en aquel movimiento vecinal “estaba un poco la semilla de una acción de un grupo de vecinos que se sentían una comunidad con fuerzas para tener objetivos propios”. Es lo mismo que opinó el historiador Juan Francisco Santana, para quien la iglesia no ha dejado de situarse del lado del pueblo en todo este tiempo en sus aspiraciones de ser esa corporación única y diferente que quiere desgajarse del resto de la ciudad por su idiosincrasia. 

El cronista oficial de Las Palmas de Gran Canaria aseveró que la sensación que tiene al estudiar la historia de San Lorenzo es que siempre ha existido un pueblo “que tiene consciencia que es una comunidad organizada, con un interés común en su fe, pero también porque es un símbolo de ser una sociedad conformada”. Las pruebas están ahí, ya que Lugarejo tiene sus propios regidores desde el primer tercio del siglo XVII, con lo que se denominaban alcaldes peraneos hasta 1812, cuando la Constitución de Cádiz les otorgó la entidad de municipio soberano con su propio ayuntamiento constitucional e independiente.

Y también hizo hincapié en el hecho de que, para los vecinos, las fiestas del barrio, consideradas Fiestas de la Ciudad de Las Palmas de Gran Canaria desde 1990, tienen su origen en la consecución de su tan ansiada parroquia, por lo que son igual de antiguas que el templo. La alegría de un pueblo que siempre ha tenido ese sentido de pertenencia a una comunidad única gracias a esta iglesia.

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