Las calles están llenas de historia, la historia de quienes las habitaron, las transitaron, pero también de quienes les dieron nombre, como le ocurriera en vida al doctor René Verneau.

En 1884 este médico y antropólogo físico, natural de La Chapelle-sur-Loire (1852-París, 1938) desembarcaba en el puerto de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria. Era la segunda vez que recalaba en el archipiélago. Su estancia tenía por objeto dar continuidad a un proyecto de investigación que perseguía indagar en los orígenes de las poblaciones aborígenes de las islas desde la antropología física. Pero en este nuevo viaje, su visita a Gran Canaria tenía un especial aliciente: la Sociedad Científica El Museo Canario, que había iniciado su andadura hacía cinco años. Bajo la dirección del que fuera uno de sus principales fundadores, el médico Gregorio Chil y Naranjo, esta institución reunía, conservaba e investigaba importantes testimonios arqueológicos de los antiguos canarios, entre los que destacaban los restos óseos humanos, principal interés de René Verneau.

Cursó medicina en la Universidad de París, si bien desde el comienzo de los estudios, las lecciones y conferencias impartidas por renombrados antropólogos como Broca, Hamy o Quatrefages determinaron su vocación antropológica, a la que dedicaría buena parte de su vida profesional. Ello no resulta extraño si consideramos que Francia fue la cuna de esta disciplina, cuyo objetivo era el estudio de la variabilidad física humana mediante el análisis antropométrico, generando tipologías con las que se pretendía determinar orígenes, migraciones, cultura e historia de poblaciones.

En 1873 sería nombrado preparador de antropología en el Museo Nacional de Historia Natural de París, donde ejercería como profesor titular de Antropología desde 1909. En ese mismo año accedió al cargo de conservador del Museo de Etnografía, pasando a dirigirlo años después. Fue también profesor honorario del Instituto de Paleontología Humana, presidente de la Sociedad de Antropología de París y redactor jefe, junto a Marcellin Boule, de la prestigiosa revista L’Anthropologie, además de miembro honorario, titular o correspondiente de diferentes sociedades científicas, entre otros muchos cargos académicos. Su intensa labor le fue reconocida mediante la concesión de numerosas distinciones honoríficas.

Compaginó esta actividad con la medicina, trabajando en la beneficencia municipal y como inspector de escuelas, además de como médico jefe durante la I Guerra Mundial.

Fue su vocación por la antropología lo que lo condujo hasta las islas, en el marco de una misión científica encargada por el Ministerio de Instrucción Pública de Francia y con la que trataba de dilucidarse la relación entre los aborígenes de Canarias y el tipo de Cro-Magnon. Las estancias de Verneau en el archipiélago, un total de seis entre 1876 y 1935, no se limitaron al estudio de la taxonomía racial. El interés por vincular las diferentes tipologías físicas identificadas con unos rasgos culturales particulares lo llevó a estudiar ampliamente la huella arqueológica de estas poblaciones. Así, prácticas sepulcrales, hábitat, grabados rupestres o producciones como las figuritas de barro o las pintaderas fueron, entre otras cuestiones, analizadas por el autor, recogiendo sus trabajos en una abundante producción bibliográfica que vio la luz en revistas y libros de ediciones españolas y francesas. Es a él a quien se debe el primer monográfico sobre los sellos de barro aborígenes de Gran Canaria, publicado en 1883, a los que acuñaría con la voz de «pintaderas» por ser así denominados «en el valle de Santa Lucía de Tirajana».

Esta labor habría sido imposible sin las abundantes exploraciones que realizó a diversos yacimientos arqueológicos de cada una de las islas del archipiélago. De estos enclaves dejaría interesantes y ricas descripciones, en algunos casos de notable valor por las transformaciones o incluso desaparición que algunos sufrirían con el tiempo, y de lo que la necrópolis de La Isleta es un ejemplo. Además de las intervenciones en diferentes yacimientos, no dejó de estudiar los registros arqueológicos reunidos por las sociedades científicas del momento, y muy especialmente los de El Museo Canario.

Con esa institución, de la que fuera designado socio honorario desde sus inicios, el antropólogo francés mantendría un estrecho vínculo. Así lo delata el epistolario conservado en el archivo de la sociedad o sus abundantes donaciones a la biblioteca. Por encargo de la propia entidad, llevaría a cabo la «clasificación y ordenación» de los restos humanos expuestos en las dos salas dedicadas a la antropología física, creando además una sección que reunía algunas evidencias de patologías óseas. Desarrolló también trabajos de catalogación en las salas de cerámica y otros materiales aborígenes. A través de sus publicaciones y conferencias coadyuvó a difundir la importancia y valor de El Museo Canario fuera del archipiélago. Las contribuciones que Verneau realizara para el avance de la institución condujeron a su nombramiento como director honorario en 1926. Tres años más tarde, el museo gestionaría su nombramiento como comendador de número de la Orden Civil de Alfonso XII, que le sería concedido en 1930 y al que le seguiría el de comendador de la Orden de la República en 1934. En 1932 el museo daría su nombre a las dos salas dedicadas a la antropología física.

Por otra parte, el estudio científico que vino a desarrollar en Canarias le permitió entrar en contacto con la sociedad del momento, plasmando en obras como Cinco años de estancia en las islas Canarias una pintura de la realidad social, económica y cultural del archipiélago en tales fechas.

El trabajo de Verneau constituye uno de los mejores exponentes de las maneras de trabajar y de las corrientes de pensamiento dominantes en la arqueología de fines del XIX y principios del XX, con un fuerte peso de la antropología física y del positivismo. La huella de su trabajo tuvo continuidad, y hasta bien avanzado el siglo XX las clasificaciones raciales de la población aborigen siguieron guiando la reconstrucción de estas sociedades. Como él, otros antropólogos de diferentes puntos de Europa o incluso de América se sucederían por las salas del museo tras la búsqueda de unos orígenes y de unos vínculos que trataban de resolverse a partir de métodos antropométricos.

En reconocimiento a su intensa labor científica, en el año 1926 el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria acordó nombrar a René Verneau Hijo Adoptivo de Gran Canaria y dar el nombre de Doctor Verneau a un tramo de la antigua calle de San Marcos, registrándolo en una lápida de mármol que con la ocasión se dispuso en la fachada de El Museo Canario, que se levanta en esta vía.