La calle del Doctor Juan de Padilla no es una de las más conocidas de Las Palmas de Gran Canaria a pesar de estar estratégicamente situada en el bullicioso barrio de Triana, pues queda relativamente oculta para el tráfico masivo y para el trasiego peatonal entre las dos calles que la flanquean paralelas a derecha e izquierda: la avenida Primero de Mayo y la calle Pérez Galdós con su continuación General Bravo. Partiendo de la calle Domingo J. Navarro, donde alberga la fachada posterior de Correos, nuestra calle se extiende hacia el sur, se cruza con Perdomo y llega hasta San Bernardo, y desde allí la vemos prolongarse en una última manzana hasta desembocar en la calle Maninidra, donde se topa con el Conservatorio Superior de Música.

El nombre de esta calle es un homenaje a Juan Francisco Padilla Padilla, un personaje que participó en todos los progresos que vio llegar la ciudad en la segunda mitad del siglo XIX, incluida la instalación de El Museo Canario.

Juan Padilla nació en esta ciudad el 23 de agosto de 1826, hijo de padre herreño y madre cubana. Tras cursar sus estudios primarios en el Seminario Conciliar y los secundarios en el colegio de San Agustín, se trasladó a París en 1847 para estudiar en la Sorbona la carrera de Medicina. Un año más tarde llegaría a misma universidad otro estudiante canario, Gregorio Chil, con el que habría de compartir una amistad imperecedera hasta el final de sus días.

En su época parisina, Padilla se implicó personalmente en los avatares políticos hasta el punto de participar como un sublevado más en la revolución de 1848, por lo que podemos atribuirle una parte del mérito en la caída de la monarquía de Luis Felipe y la instauración de la II República Francesa. En el resto de su estancia en París, ya junto a Chil, pudo observar el ascenso de Luis Napoleón Bonaparte y la imposición del II Imperio, de cuya etapa más autoritaria fueron testigos ambos amigos.

En lo académico, Juan Padilla completó sus estudios de Medicina y aprovechó para licenciarse también en Ciencias Físicas por la Universidad de Caen, y al mismo tiempo, como también hiciera su inseparable Chil, adquiría grandes conocimientos sobre antropología, una nueva disciplina científica que estaban desarrollando algunos de sus profesores, como el evolucionista Paul Broca.

Licenciado en 1858 con una tesis sobre ginecología, Padilla regresó a Gran Canaria en 1859 y ocupó durante un tiempo la plaza de médico titular de Gáldar. Sin embargo, en esta ciudad norteña echaba en falta los recursos necesarios para compaginar su profesión médica con su pasión por las ciencias naturales y la historia, de manera que pronto se mudó a la capital insular para poder ocuparse de ambas cosas. Allí, una vez más, volvió a coincidir con su amigo Gregorio, convertido ahora en el eminente doctor Chil.

La actividad cotidiana de Juan Padilla en Las Palmas debió de ser intensa: fue vocal de la Junta de Primera Enseñanza, catedrático de Lengua Francesa en el Instituto de Las Palmas, donde también impartiría después la asignatura de Geografía, vicepresidente de la Junta Superior de Sanidad de Gran Canaria, secretario general de la Sociedad Económica de Amigos del País, cofundador de la Academia de Ciencias Médicas, cofundador y primer contador de la Cruz Roja de Las Palmas, bibliotecario de la Biblioteca Municipal... y, por supuesto, fundador de la Sociedad Científica El Museo Canario.

En lo político, con la conciencia social obtenida en Francia, se significó en la revolución de 1868 como republicano federal, y dentro del Partido Republicano llegó a ejercer de alcalde de Las Palmas en 1871 y más tarde de subgobernador del distrito de Gran Canaria, que incluía las tres islas orientales. Restaurada la monarquía, don Juan no renegó de estas ideas republicanas, reivindicadas ahora desde el Partido Democrático de Las Palmas. Sin embargo, como aseguró Amaranto Martínez de Escobar en la sentida necrológica que escribió tras su muerte, su personalidad no estaba hecha para la política de partidos, tan falta de buena fe, de manera que en los últimos años abandonó toda actividad política y se centró en la Sociedad Económica y, fundamentalmente, en El Museo Canario.

Juan Padilla fue uno de los pilares de El Museo Canario desde el mismo momento de su creación. No solo presidió la asamblea en la que quedó constituida formalmente esta nueva sociedad el 2 de septiembre de 1879, sino que ese mismo día quedó investido con el título de bibliotecario-archivero, cargo que se consideró inamovible dado el celo y la profesionalidad con que lo ejerció. Desde los salones de esta sociedad se ocupó de organizar algunas colecciones de ciencias naturales y de recopilar literatura canaria de todos los tiempos, y aquí incrementó la inestimable ayuda que prestaba a su inseparable doctor Chil en la redacción de su obra cumbre, los Estudios históricos, climatológicos y patológicos de las islas Canarias. De hecho, esta obra se venía publicando por entregas a medida que Padilla iba poniendo en orden los manuscritos de Chil, por lo que la muerte de nuestro protagonista en 1891 dio al traste con la continuidad de la obra, que nunca llegó a ser editada en su totalidad.

La amistad de Gregorio Chil y Juan Padilla es una de esas combinaciones perfectas que encuentra la sociedad muy de cuando en cuando. Si a Chil podemos atribuirle una mente privilegiada, en Padilla encontramos una inteligencia destacada unida a una extraordinaria capacidad de trabajo, hasta el punto de que no podrían comprenderse las contribuciones del primero a la historia y la antropología sin el concurso laborioso y desinteresado del segundo.

La participación de Juan Padilla en los avances de la sociedad canaria de finales del siglo XIX le valió sin duda el reconocimiento de sus contemporáneos, lo que se plasmó poco después de su fallecimiento en la rotulación de una calle con su nombre. Esta calle, discreta a pesar de su posición privilegiada, relativamente tranquila en un entorno bullicioso, se muestra hoy como una metáfora de la personalidad de Juan Padilla, aquel modesto doctor que puso siempre el fruto de su trabajo incansable a disposición de los demás.