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Callejeando por Las Palmas de Gran Canaria

Rafael Cabrera Suárez en el callejero de la capital grancanaria

Rafael Cabrera Suárez

Las avenidas son las metáforas urbanas del camino, un recorrido complejo, definido no solo por su origen y destino, sino por todos los acontecimientos que tienen lugar en él.

El camino que hoy abordamos es el de Rafael Cabrera Suárez, personalidad que da nombre a una de las avenidas del proyecto de ensanche de Triana, nacido con la intención de ganar terreno al mar. Este proyecto, con el nombre de Ciudad del Mar, fue ejecutado por Cidelmar S.A., sociedad que impulsó la modernización de la isla y en la que la intervención de Rafael Cabrera fue de gran importancia.

La avenida que hoy lleva su nombre es una de las más importantes del barrio de Triana. Se inicia junto al teatro Pérez Galdós, en la desembocadura del Guiniguada, y finaliza en lo que era el viejo muelle de Las Palmas, a las puertas del parque de San Telmo. Compuesta por edificios de hasta doce plantas de altura, hoy viviendas, oficinas y despachos, la capital aumentó no solo sobre el mar sino también hacia el cielo.

Con esta iniciativa se promovía la creación de dos grandes avenidas, una a la orilla del mar como vía de circulación hacia el sur de la isla, la Avenida Marítima, y otra interior con modernos edificios, la avenida Rafael Cabrera.

La ciudad se benefició enormemente, pues dio lugar a las primeras expansiones de la capital en las que se le ganaba terreno al mar. Durante su construcción, ese espacio tuvo distintas utilidades cuando el mar lo permitía; los niños fueron los primeros en utilizarlo como campo de fútbol, aunque también tuvo utilidad para el ayuntamiento, que lo empleó para la realización de actividades diversas, como emplazamientos para el circo o la plaza de toros, favorecida esta última por la dictadura como fiesta nacional.

Rafael Cabrera Suárez nació en Las Palmas de Gran Canaria el 8 de agosto de 1893. Sus primeros estudios fueron en el colegio de San Agustín, donde se formaron eminencias como Galdós. Se licenció en Derecho en la Universidad de Granada, destacando entre los alumnos de su promoción. Reintegrado a su ciudad natal, abrió un bufete de abogados cuyo éxito lo colocaría a la cabeza de sus compañeros.

Formó parte del Ilustre Colegio de Abogados de Las Palmas y ejerció como consejero de grandes empresas, de ahí la importancia de su labor jurídica en problemas como los relacionados con los servicios de electricidad municipales, concesiones del puerto de la Luz, cuestiones hidráulicas, etc., siendo su dictamen siempre punto de confluencia en la solución de muchos conflictos que afectaban a intereses públicos de nuestra isla.

Como amante de la literatura y las artes que era, alternaba el ejercicio de la abogacía con la enseñanza de algunas disciplinas universitarias y el periodismo.

Libró sus primeras batallas por el progreso del país en las columnas del diario Ecos, y posteriormente en El espectador, donde coincidió con variedad de artistas, escritores y profesores como Tomás Morales, Alonso Quesada, Claudio de la Torre, Saulo Torón y Agustín Millares Carlo.

Le atrajo también la política. Miembro de UGT y colaborador de El socialista, pasó fugazmente por escaños municipales e insulares.

Con el tiempo, a la par que llenaba su despacho, su dedicación a tareas culturales se iba atenuando hasta refugiarse finalmente en El Museo Canario, institución a la que ya estaba vinculado desde joven.

Ocupó cargos directivos durante casi dos décadas, y, durante cuatro años, la presidencia. Su dirección fue decisiva para la sociedad en uno de los momentos más peculiares para la historia de España, la Guerra Civil, acontecimiento que hizo de El Museo Canario un lugar de refugio para intelectuales progresistas que eran perseguidos por el llamado ‘Régimen’ oficial, convirtiéndose así en lugar de congregación de intelectuales y escenario de los actos públicos más interesantes y audaces de nuestra historia.

La vivencia de tales acontecimientos marcó a nuestro jurista, que ahora observaba el mundo con la mirada desencantada y nostálgica de quien busca un mundo mejor, como el que respiró en los primeros años de su vida mientras iniciaba su carrera de Derecho, cuando todavía las guerras no nos habían ensombrecido irremediablemente.

Sin embargo, en ese fondo hallaba don Rafael Cabrera apoyo y fuerza para luchar por todo aquel a quien la injusticia persiguiera, y siempre con la cordialidad y simpatía que de él eran tan características.

Rafael Cabrera Suárez falleció el 19 de octubre de 1952 después de superar una grave enfermedad que venía minando lentamente su salud. Su vinculación con El Museo Canario se mantuvo por más de treinta años hasta sus últimos días, pero su obra y recuerdo aún perduran en este.

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