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Luis Maffiotte en el callejero de la capital grancanaria

Luis Maffiotte

Si buscamos en el callejero de Las Palmas de Gran Canaria los nombres de personajes que guarden relación con El Museo Canario, podremos recorrer, sin duda, el municipio completo. En esta ocasión hemos llegado al barrio de Zárate, donde una empinada y sinuosa calle ostenta en su placa el nombre de Luis Maffiotte. Si seguimos el sentido del tráfico (que es también, con diferencia, el que prefiere el peatón), la calle baja desde una cerrada curva que sirve de unión con la calle Leonardo Torriani. Desde ese punto, y flanqueada únicamente por edificios de viviendas y algún solar sin edificar, la vía desemboca en apenas 150 metros en la calle Sabino Berthelot, consagrada a otro nombre venerado en el museo.

Luis Maffiotte y La Roche nació en Las Palmas de Gran Canaria en noviembre de 1862 como decimotercer hijo de una prole de dieciséis hermanos que quedarían huérfanos de padre ocho años después. A la edad de trece años se empleó como escribiente en una oficina, aunque esto no le impidió cursar sus estudios de bachillerato en el Instituto de Canarias, radicado en La Laguna.

En 1882 comenzó a colaborar en la revista La ilustración de Canarias con una sección quincenal, y esporádicamente apareció también su firma en otras publicaciones periódicas de las islas. Más tarde, cuando en 1886 se trasladara a Madrid para ocupar una plaza de oficial en el Ministerio de Hacienda, seguiría enviando sus colaboraciones a los periódicos insulares, y entre ellas fueron muy celebradas sus contribuciones al Diario de Tenerife, donde a lo largo de 1897 publicó una larga serie de Cartas bibliográficas que suponen un alarde de erudición y una obra cumbre de la bibliofilia en España. Al mismo tiempo, Maffiotte comenzaba a colaborar también con la prensa de Madrid, y especialmente con el semanario Las Canarias.

Luis Maffiotte desarrolló el resto de su vida en la capital de España, donde su carrera profesional no hizo más que subir peldaños hasta llegar a su jubilación como magistrado de primera clase del Tribunal de Cuentas del Reino y vocal del Tribunal de Garantías Constitucionales. Al mismo tiempo, su vida doméstica giró en torno a la familia que formó con la melillense Eugenia García Pere (1867-1942), con la que tuvo dos hijas, Josefina y Pilar (nacidas respectivamente en 1905 y 1907), y un tercer hijo, Luis, que nació en 1911 y falleció con un mes de vida.

Entre las obligaciones laborales y la devoción familiar, Maffiotte encontraba tiempo para sus grandes pasiones, que no eran otras que la historia y la bibliofilia, a las que se dedicaba con tal celo que le valieron su nombramiento como académico de la Real Academia de la Historia y como correspondiente del Instituto de Estudios Canarios.

Fueron estas inquietudes intelectuales las que lo llevaron a formar en su domicilio madrileño de la calle Piamonte una extensa y cuidada biblioteca que prestaba especial atención a los temas canarios, hasta tal punto que llegó a considerarse como la mejor biblioteca especializada en el archipiélago a pesar de estar radicada fuera de las islas. El propio coleccionista presumía en 1929, en un reportaje del periódico La prensa, de recibir en aquella estancia a cuantos investigadores necesitaban completar sus estudios sobre Canarias, con la seguridad, añadía el periodista, «de hallar el libro raro, el dato curioso, el manuscrito de interés, el ejemplar único y lo que vale más, la afable e inteligente guía de este mago de la Historia Canaria que es don Luis Maffiotte».

Además de por esta fabulosa biblioteca, el nombre de Luis Maffiotte es especialmente conocido en nuestras islas por un celebrado repertorio bibliográfico, Los periódicos de las islas Canarias, dedicado a recoger información sobre todas las publicaciones periódicas editadas en el archipiélago desde la introducción de la imprenta hasta el año de 1905. La obra se publicó como folletín coleccionable en el periódico madrileño Las Canarias y nuestras posesiones africanas entre diciembre de 1905 y noviembre de 1906, pero además podía adquirirse de forma independiente impreso en tres volúmenes de la colección Biblioteca Canaria.

Luis Maffiotte falleció en Madrid en noviembre de 1937, y no el 25 de enero de 1925, como había predicho una jocosa necrológica escrita para él a principios del siglo por su amigo Ricardo Ruiz Benítez de Lugo en la revista La Atlántida. Aquel obituario prematuro nos sirve para dibujar el perfil de una persona metódica y puntillosa, con sólidas y avanzadas convicciones morales, y especialmente dotada para la amistad y el humor, como demuestra la propia publicación de este tétrico divertimento. Su autor da muestras de conocer con mucho detalle al bibliófilo canario, pues hace referencia a rasgos definitorios tales como su aversión a los toros, su rechazo de la lotería y su amor por los libros, tres extremos que, curiosamente, volverían a aparecer 36 años más tarde en la necrológica auténtica que publicó La provincia cuando llegó a las islas la noticia, esta vez real, de su fallecimiento.

Poco después de la muerte de Maffiotte, el Cabildo de Gran Canaria comenzó las gestiones para que su biblioteca viajara a las islas y se integrara en el centro de documentación de El Museo Canario, dado el patente interés regional de la colección. El objetivo se cumplió finalmente en 1940, cuando el conjunto fue adquirido por la institución insular con destino a la sociedad científica, lo que esta agradeció reconociendo al cabildo como Socio Protector. En la actualidad, la Biblioteca Maffiotte sigue siendo una de las agrupaciones bibliográficas y documentales más valiosas de El Museo Canario.

Un último episodio anecdótico relacionado con nuestro bibliófilo y su biblioteca se produjo a finales de 1941. En plena carestía de posguerra, el museo no tenía acceso al material que necesitaba para instalar su colección de rocas y minerales de Canarias, de manera que decidió fabricar los soportes para la exposición de esta colección petrográfica con una valiosa fuente de madera que aún permanecía en sus almacenes: las cajas en las que había llegado de Madrid la incomparable Biblioteca Maffiotte.

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