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Honores y Distinciones: Germán Suárez, el compromiso de un gran empresario

Internacionalizó el Puerto e impulsó la diversificación económica de las Islas

Germán Suárez, durante un acto en 2017. | | JUAN CASTRO

Nació en las alturas de Utiaca, pero su vida estuvo marcada por el mar. Germán Suárez llegó a Las Palmas de Gran Canaria siendo aún un niño y acabó dedicando a su puerto seis décadas de vida profesional. El empresario que trabajó sin descanso para dar forma a un antiguo astillero público hasta convertirlo en una de los referentes de la economía del Archipiélago fue también un hombre entregado a la ciudad, de fuerte compromiso social y espíritu popular, a quien el Ayuntamiento honra este año con la distinción como Hijo Adoptivo a título póstumo.

Todo comenzó en la calle Mendizábal de Vegueta. Allí vivía el pequeño Germán con su familia, aunque siempre que podían regresaban a Utiaca para visitar a los familiares que se habían quedado en el campo. Aquel era un pueblo «de casas entornadas con un aldabón y ventanas abiertas», según recordaría décadas después el propio Suárez, cuando fue pregonero de la Semana Santa de Vegueta.

La vida del joven Germán Suárez transcurría entre Vegueta y la calle Canalejas, que por entonces acogía al Instituto Pérez Galdós, pero al llegar los 16 años pudieron más las ganas de labrarse un futuro que las de continuar con los estudios. Con esa edad tomó la decisión de ponerse a trabajar, incluso contra el criterio de su padre -«Los jóvenes de entonces teníamos una mentalidad distinta a la de hoy», explicaría décadas más tarde-, y buscó empleo en el lugar que más brillaba de toda la ciudad, el Puerto de La Luz.

Pese a las reticencias, su propio padre le ayudó a encontrar trabajo en la sociedad Marítima Vasco Canaria (Mavacasa), que por entonces era una de las principales empresas en el transporte de mercancías perecederas. Suárez se desplazaba cada día hasta las oficinas, ubicadas donde hoy se encuentra la sede de la Autoridad Portuaria, aunque buena parte de su trabajo tenía lugar a pie de muelle. Comenzó como botones o recadero, llevando documentos o ayudando a amarrar los buques, aunque sus habilidades para el negocio le facilitaron los ascensos: cuando dejó la empresa, ocho años después, ya era su responsable de operaciones.

Aunque no asistió a la universidad, Mavacasa fue su licenciatura y Transportes Fruteros Canarios (Frucasa), su máster. Entró en esta otra empresa vinculada a la exportación hortofrutícola como jefe de operaciones de carga y con solo 28 años ya era su director gerente. Con toda la experiencia adquirida en estas dos compañías, su doctorado estaba casi a la vuelta de la esquina, en la calle Luis Morote, y tenía forma de consignataria. Suárez quería probarse como empresario, saber si tenía capacidad, y con 31 años se puso al frente de la agencia Italmar junto a sus socios griegos.

Su progresión como empresario no había hecho más que empezar. El estado puso a la venta Astilleros Canarios en 1989 y Suárez logró hacerse con ellos. Las instalaciones de la avenida de las Petrolíferas funcionaban casi por inercia, aprovechando el tráfico cautivo de las flotas pesqueras que faenaban en los caladeros cercanos a Canarias, pero su nuevo propietario sabía que esa estrategia no auguraba ningún futuro. La diversificación, que a la postre se convertiría en una de las claves de su éxito como empresario, le permitió revertir los números rojos de la atarazana en solo tres años.

Suárez, a quien sus colaboradores recuerdan como un hombre habilidoso a la hora de crear equipos y motivarlos, enseñó a los suyos a llamar a todas las puertas para buscar nuevos clientes, a levantarse en caso de que algo no saliera bien, y logró que un antiguo astillero público alejado del territorio continental haya acabado siendo la principal referencia en reparaciones del Atlántico medio. Su empeño por atraer nuevos tráficos contribuyó a la llegada de plataformas y buques de la industria petrolera offshore, un negocio que en la actualidad deja varios millones de euros cada año en la economía de Gran Canaria y que sirvió para sentar las bases de otras actividades de futuro, como el ensamblaje de artefactos para parques eólicos en alta mar.

Además del astillero, Suárez presidía otras empresas portuarias, como Spanish Pëlagic (Hoy Frioluz Coldstore) o La Luz Market en el momento de su fallecimiento. También había diversificado sus inversiones más allá de las aguas de La Luz, con intereses en el turismo o las tecnologías de la información, aunque uno de los aspectos que más le motivaba era el asociacionismo empresarial. Impulsó el diálogo y el consenso durante décadas en organizaciones como el Círculo de Empresarios o la Confederación Canaria de Empresarios, pero también en entidades del ámbito portuario, como Fedeport o la Asociación de Reparaciones Navales.

Su trabajo en el Puerto -que hace poco le dedicó una calle en la dársena de África- fue imprescindible para lograr la internacionalización del recinto, aunque al otro lado de la valla que separa La Luz de la ciudad es recordado por su incesante labor social, cultural y deportiva. Fue presidente y miembro del consejo de administración de la Unión Deportiva Las Palmas en la década de 1990 y participó en una infinidad de entidades, como la Fundación Universitaria de Las Palmas, la Fundación Bravo Murillo, la Obra Social de Acogida y Desarrollo, la Fundación Alejandro da Silva o la Asociación Española contra el Cáncer, entre muchas otras.

Más allá de su faceta pública, Suárez fue un hombre de gustos sencillos que disfrutaba de la compañía de su familia y sus amigos en su finca de Portada Verde, o dando paseos por Triana y Vegueta en busca de aquellas calles llenas de recuerdos de su infancia. Su nombre, que ya era sinónimo del espíritu emprendedor del empresariado canario, pasa ahora a formar parte del listado de ciudadanos de honor de Las Palmas de Gran Canaria.

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