Juan Manuel Rodríguez Doreste nació el 29 de noviembre de 1904, en el hogar familiar que fundaron Manuel Rodríguez Torres y María del Carmen Doreste González. Cursó su primera enseñanza con doña Librada Alvarado Doreste, su prima, reconocida maestra con escuela en la calle de los Reyes, que trasladó después al sector de Las Canteras conocido como La Puntilla. Seguidamente, ingresó en la Escuela de Comercio y allí alcanzó el grado de profesor mercantil en 1921, a la edad de 17 años. En 1933 contrajo matrimonio con Mercedes Doreste Morales y el año siguiente nació su único hijo, Octavio Luis Rodríguez Doreste –que llegó a ser un reputado doctor especializado en nutrición y endocrinología– y falleció tempranamente a los 51 años.

La vida laboral de Juan Rodríguez Doreste transcurrió en la Junta del Puerto, la Jefatura de Carreteras, la mercantil Hijos de Juan Rodríguez y la consignataria de Camilo Martinón Navarro. Su vocación periodística fue precoz y perseverante, puesto que colaboró en Diario de Las Palmas, El Liberal, Hoy y El Socialista, además de ejercer como redactor jefe de El País y como director de Avance. Tras la guerra civil, escribió –bajo pseudónimo– en Falange, y cofundó Canarias Deportiva, Canarias Económica y, en 1953, Editorial Prensa Canaria. Destacó como perspicaz crítico de arte y participó en revistas culturales como Cartones y La rosa de los vientos. Fue también cotizado conferenciante.

Juan Rodríguez publicó una quincena de libros, entre los que destacan sus ensayos y recopilaciones de artículos y conferencias, además de los de temática autobiográfica, tales como Cuadros del penal y Memorias de un hijo del siglo. Su notable capacidad intelectual fue reconocida con el nombramiento como académico de Bellas Artes, tanto en la academia de Santa Isabel de Hungría como en la de San Miguel Arcángel. En 1929 se afilió al Partido Socialista Obrero Español y mantuvo una actividad política permanente durante el resto de su vida, si bien no llegó a ocupar cargos de responsabilidad pública hasta que feneció la dictadura franquista. Perteneció a la logia Andamana, desde 1936, y fue conocido con el nombre masónico de «Ortega y Gasset».

El año 1936 supuso para Juan Rodríguez Doreste, como para otros millones de españoles, un durísimo golpe que trastornó su vida y ennegreció su futuro. Tras permanecer unos dos meses escondido, se entregó en septiembre a las nuevas autoridades y fue recluido primero en el campo improvisado para detenidos que se instaló en La Isleta y después en el Lazareto de Gando, que se ‘habilitó’ como auténtico campo de concentración y en el que permaneció hasta finales de 1940.

Una vez recuperada su libertad, reinició sus actividades laborales y sociales, convirtiéndose en asiduo partícipe en numerosos foros y llegando a alcanzar un alto grado de popularidad en muy diversos círculos, en los que habitualmente era conocido como ‘Juanito’ Rodríguez, puesto que se le aplicaba el tradicional diminutivo de respeto propio de nuestras costumbres. En las primeras elecciones municipales tras el largo paréntesis nacional-sindicalista, 1979, consiguió acta y su partido formó mayoría con la Unión del Pueblo Canario, a quien correspondió la alcaldía de la capital, que ostentó Manuel Bermejo Pérez.

Mas no duró mucho el pacto y al año siguiente el Partido Socialista decidió volverse hacia la Unión de Centro Democrático y conformar un nuevo gobierno municipal, que dio la alcaldía a Juan Rodríguez Doreste, pese a militar en un grupo municipal minoritario. Fue desalojado de la alcaldía en 1982, aunque en la convocatoria del año siguiente volvió a resultar elegido alcalde, esta vez por mayoría absoluta.

Don Juan fue también senador por Gran Canaria y como tal ejerció entre 1982 y 1988. El 26 de julio de este último año acaeció su fallecimiento, a los 83 años de edad, y fue objeto de un gran homenaje, que tuvo su expresión tanto en el velatorio instalado en las casas consistoriales como en el multitudinario cortejo fúnebre que lo acompañó posteriormente.

Cualquier persona que alcance una cierta longevidad suscita inevitablemente tantas simpatías como críticas o rechazos, y a ello no escapó nuestro personaje. Fue muy respetado por su vasta cultura y admirado por su elocuencia y habilidad oratoria, pero se han cernido sombras sobre cierta amabilidad en el trato que recibió durante su estancia forzada en La Isleta y en Gando, por no relatar aquí las turbulencias que ocasionaron en 1980 en el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria la ruptura socialista del pacto con Unión del Pueblo Canario, que fue despojada de la alcaldía, y el acuerdo con Unión de Centro Democrático, que lo convirtieron en primer edil de la ciudad a pesar de contar con solo cuatro de veintinueve concejales.

Juan Rodríguez Doreste causó alta en El Museo Canario en 1928, cuando contaba con 24 años, y permaneció en su censo de socios durante las seis décadas siguientes, hasta su fallecimiento. Solo dos años después de su incorporación se integró en su junta directiva y en ella ocupó, con intervalos, diversos cargos –bibliotecario, secretario, tesorero– a lo largo de casi treinta años y formó parte del consejo de redacción de su revista científica. Su mayor protagonismo tuvo lugar entre 1969 y 1981, extenso período en que desempeñó la secretaría y ejerció como auténtico ‘relaciones públicas’ de la institución.

No obstante, su vinculación con El Museo sufrió una inevitable interrupción cuando, junto a otras treinta y tantas personas, fue excluido de él por la arbitraria decisión de ciertas personas que inocularon a la institución su pensamiento nacional-católico y les dieron de baja «por voluntad propia» o «por decisión voluntaria», aun sabiendo que algunos de ellos estaban confinados e indefensos en La Isleta o en el Lazareto de Gando, cuando no camino del exilio.

Su protagonismo en El Museo Canario fue intenso y continuado y a lo largo de tantos años tuvo ocasión de participar en acontecimientos tan singulares como la subasta en Londres de una valiosa porción del Archivo de la Inquisición de Canarias, conocida como ‘Colección Bute’, felizmente recuperada, o la operación con rasgos de aventura que se ejecutó para transportar a Gran Canaria el archivo de la Casa Fuerte de Adeje.

Poco después de la muerte de don Juan Rodríguez Doreste, el ayuntamiento acordó homenajearlo dando su nombre a los últimos tramos que se construyeron de la avenida marítima en su discurrir hacia el Puerto de La Luz. Su configuración es más propia de una autovía que de una calle urbana y su trazado se inicia aproximadamente sobre el antiguo muelle de Sanapú para culminar en la plaza de Belén María.

Un segundo gesto de gratitud pretende ser la estatua, de cuerpo entero y factura poco afortunada, que se le erigió frente a la calle de Simón Bolívar, en el extremo norte del conocido como «parque blanco», que no contribuye a enriquecer la monumentalidad, de por sí escasa, de nuestra ciudad.