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El Bodegón Pachichi ya es de brillantes

El mítico bar cumple 75 años tras vivir el paso de cuatro generaciones de una misma familia al frente

El Pachichi ya es de brillantes Pablo Fuentes

En pleno verano de Juegos Olímpicos, el Bodegón Pachichi ya tiene su medalla. Una muy particular: la de brillantes. Porque el legendario bar de la zona puerto de la capital grancanaria cumple este lunes 75 años de historia, desde que aquel lejano 26 de julio de 1946 abriera sus puertas por primera vez para servir. El local de entonces era muy diferente al de ahora. Aquella tienda de ultramarinos –de aceite y vinagre, como suele denominarse también– con un pequeño hueco en el que se servían quesos, vinos o algunas latas es hoy un bar más grande y adaptado a la modernidad, pero mantiene su vieja esencia, la misma que le hace ser un lugar de encuentro especial.

El Pachichi ya es de brillantes

El dueño actual es Samuel Rivero, heredero de un establecimiento que anteriormente regentaron su padre Santiago, su abuelo Santiago y su bisabuelo Juan, el hombre que abrió el negocio hace tres cuartos de siglo. Había emigrado a Cuba como tantos otros canarios y allí le pusieron el apodo de Pachichi, que según cuentan en la familia significa algo así como bonachón, agradable. Cuando reunió algo de dinero regresó a Gran Canaria junto a su mujer y decidió abrir un pequeño almacén con productos de la tierra que vender en la parte anterior, lo que hoy es la entrada principal. Le puso por nombre Bodegón don Juan Pachichi, sin saber probablemente que 15 lustros después su huella todavía permanecería.

El Pachichi ya es de brillantes

La cosa fue bien pese a las dificultades de la época –en plena dictadura franquista–, tanto que el bar acabaría por pasar por las manos de las tres siguientes generaciones. El fundador se lo entregó en 1991 después de jubilarse a su hijo Santiago, que lo mantuvo durante 24 años hasta que a finales de 1995 se lo traspasó a su hijo, también Santiago, quien sumaba ya 14 años de trabajo ayudando a su padre, curiosamente, los mismos que luego estaría su hijo Samuel con él hasta que se lo dio definitivamente el 1 de junio de 2015. Fue el mismo día en que falleció el abuelo del dueño actual.

El Pachichi ya es de brillantes | JUAN CASTRO Pablo Fuentes

La ampliación

Santiago y Samuel –en la imagen principal, dentro del bar–, por tanto, son los únicos que aún viven. El padre recuerda con cariño cómo en 1971 el antiguo almacén que había abierto su abuelo se convirtió en un salón con cinco mesas, en el mismo espacio. Sería el origen del Pachichi actual.

«Siempre ha sido un epicentro de reunión de generaciones y generaciones de estudiantes, políticos, chuloplayas... Era el sitio de los parias. Ha sido así toda la vida. Desde el año 84 empezaron a meterse todas la tribus urbanas: los primeros punkis, los primeros heavys, los primeros rockabillies, los primeros pijos... Se diferenciaban por el tipo de ropa», comenta Santiago.

«En una misma mesa podían verse varias tribus urbanas y todo el mundo era feliz. Era un sitio de concordia, de reunión, de respeto», apostilla Mónica, su mujer, que tantos y tantos años le acompañó en el trabajo.

Prohibido a las mujeres

A principios de los 80, sin embargo, no todo era de color de rosa. Las mujeres, por ejemplo, no podían entrar. O más bien estaba mal visto que lo hicieran. «Alguna entraba y la gente decía que si era una hippie o una botada. En el año 83 u 84 fue cuando empezaron a entrar las primeras mujeres en el bar. Antes, en el 81 u 82, todavía entraba la policía armada a hacer redadas porque alguno llevaba el pelo largo o tenía la pinta de homosexual», explica Santiago.

Fueron, a su criterio, los peores momentos pese a que España había dejado la dictadura años atrás y estaba en los albores de la democracia. Pero el Pachichi seguía a lo suyo y la normalidad llegó pronto. Pasaron los años 90 y en ese transcurso el bar se amoldó a las diferentes épocas, aunque siempre mantuvo la solera del origen.

Samuel Rivero comenzó a ayudar a su padre en el negocio, tal y como este lo había hecho con el suyo anteriormente, en 2007, cuando tenía 18 años. Sirvió platos, recogió vasos y limpió mesas hasta que más de una década después cambió de labores, pues se convirtió en el nuevo dueño y tuvo que dar un giro al bar, no sin contar con las directrices de su mujer, Iraya Alonso, hoy una trabajadora más del local –como Andre Mosquera y Marlene Suárez–.

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El bar Pachichi cumple el lunes 75 años Juan Carlos Castro

La modernidad

En seis años, el Bodegón Pachichi se ha adaptado a los nuevos tiempos, pero mantiene la esencia de antaño. «Introdujimos lo que se puso de moda y que mi padre no tenía, que eran las copas de balón, los vasos de sidra... Añadimos más bebidas y ampliamos la carta, pero manteniendo los platos que ha había, los clásicos: aceitunas, chochos, papas, queso y jamón. Y siempre desde la sencillez y con precios muy populares», apunta.

«Ahora la gente viene más a cenar. Digamos que la clientela ha pasado de ser esa que sólo va a tomar algo a una que va a tomar algo pero también a cenar», añade.

Y así es el Pachichi en la actualidad. Entre una barra con forma de ele inutilizable en los tiempos de la pandemia, tres banquetas pegadas al suelo, mesas de madera con troncos por sillas, y un sinfín de fotos antiguas de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria colgadas en las paredes, transcurre la vida del bar justo 75 años después de su nacimiento.

Puede decirse, incluso, que allí nació Sergio, porque todos le llaman Sergio Pachichi. Es el cliente más antiguo. «Entré por primera vez cuando tenía 12 o 14 años, sobre 1975, y me tomé un vino que costaba 25 o 30 céntimos de peseta», recuerda. Mucho después, su frase célebre todavía resuena hoy: «Samuel, deja todo lo que estés haciendo y ponme una cerveza». Es sólo una pequeña historia dentro de una más grande: la de un Pachichi que ya es de brillantes.

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