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In memoriam | Un religiosa que deja huella

Pino Vega: una caricia divina

Semblanza de la dominica y exdirectora del Colegio San José fallecida en abril tras una vida entregada a la educación y al compromiso con los más desfavorecidos

Pino Vega en una fotografía con el autor de estas líneas en su infancia en Arucas. ARCHIVO FAMILIAR .A.L.V.

Para Ortega y Gasset la vida es una realidad radical y el ser humano un ser biográfico que no tiene naturaleza… sino que tiene historia. Así, para el raciovitalismo orteguiano la plenitud vital está al alcance de toda vida que sea capaz de conjugar de manera sabia y feliz tres factores: vocación, circunstancia y azar.

El pasado 17 de abril se nos fue la Madre Dominica Pino Vega: una mujer buena en el sentido machadiano, a la que nunca vimos un mal gesto y que vivió siempre entregada a los demás. Nacida el día de los enamorados en Arucas en plena Guerra Civil, estudió en el colegio de las Dominicas de Tenerife, donde realizó también su Bachillerato. Desde muy temprano sintió la vocación religiosa en su corazón, ingresando en el noviciado de las religiosas Dominicas de Teror, cuando transitaba su mocedad. El ‘ordo amoris’ de la existencia de Pino –por decirlo con san Agustín- fueron los ideales de la Orden Dominicana: alabar, bendecir y predicar. Hecha su primera profesión religiosa, su Congregación la trasladó a Madrid donde estudió en la Complutense Geología, regresando a Canarias para trabajar como profesora en el colegio Santo Domingo de Guzmán en la isla La Palma y, poco después, fue trasladada al colegio de San José Dominicas en Las Palmas, al que dedicaría en adelante sus afanes y esfuerzos, sirviendo como directora durante décadas.

La circunstancia de Pino Vega fue el Concilio Vaticano II. Si el ya citado Ortega apuntó en una de sus más célebres frases: “Yo soy yo y mi circunstancia; y si no la salvo a ella no me salvo yo” –Meditaciones del Quijote (1914), núcleo fundamental de su corpus filosófico-, a la Madre Pino Vega la madurez le sorprendió justo cuando Juan XXIII –el Papa que más influyó en su propio modo de entender la vida religiosa-, invitó a la Iglesia de Cristo a aggiornarse. El mensaje surgido de las sesiones conciliares -renovación de la liturgia, proximidad de la Palabra a la vida real de los fieles, diálogo entre fe y razón, recuperación del mensaje evangélico, ecumenismo, visión cristiana del mundo contemporáneo en aspectos como la concepción de la vida o la dignidad y reconocimiento de los trabajadores, entre otros-, marcó una hoja de ruta que también fue la de la propia Madre Pino.

Su marcha deja un vacío inmenso en el corazón de innumerables personas que vieron en su entrega la realidad ejemplar del espíritu evangélico

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Con todo, también ella se topó de frente con los sinsabores del postconcilio. Aun cuando la vida religiosa adquirió una nueva significación en la vida contemporánea y el papel de la mujer comenzó a ser reconocida en igualdad de condiciones en los diferentes ámbitos de la esfera pública, en la Iglesia Católica ese camino aún tiene todavía hoy, ¡ay!, un largo trayecto por recorrer. Con todo, la Madre Pino, al tiempo que miles de religiosos y religiosas se secularizaban, se sumó y lideró en su entorno la opción de aquellos otros tantos que, ya sin los hábitos que les impidieran correr por el mundo, se lanzaron a conquistarlo para Cristo, saliendo de los conventos y volcando su entrega junto a los más desfavorecidos integrándose, junto con su Comunidad de Hermanas Religiosas, primero en el barrio de San José y, posteriormente, en el de San Nicolás combinando, de esta manera, su innovador trabajo en el Colegio, con la alegría de vivir en fraterna Comunidad, como unas vecinas más, en el corazón de este colorido barrio que saluda desde el cerro la ciudad de Las Palmas.

Pino Vega impulsó con indudable audacia una renovación pedagógica que situó al colegio San José Dominicas entre los mejores del país. Con visión de futuro, integró deportes minoritarios en la vida estudiantil. De la disciplina en el aula y el bullicio de los patios, el Club Deportivo Dominicas legó a la historia del deporte español gimnastas que llegarían a ser olímpicas o importantes ajedrecistas como las hermanas Vega Gutiérrez, disciplinas que apenas se cultivaban por entonces. Tampoco escapó a la desazón que, en no pocas ocasiones, le dejó el ejercicio comprometido de las importantes responsabilidades que su Congregación le confió y que, también, le llevó a conocer en profundidad la vida más vulnerable en otras latitudes como América Latina o África. Aquella experiencia marcó un hito importante en su biografía aumentando, aún más si cabe, la extraordinaria sensibilidad que le llevaba a buscar sin descanso paliar los desalientos de cuantos le rodeaban.

Con el paso del tiempo, las manos suaves y arrugadas de Pino nos hicieron sentir a muchos la caricia divina. El azar quiso que muchos tuviéramos la suerte de tenerla en nuestra vida. La ternura y generosidad sin límite, el sosiego y la alegría que irradiaban su corazón, le dotaron del don de ser instrumento de paz, perdón, comprensión, consuelo, esperanza y amor, allá donde la Madre Pino se encontrase. Su marcha deja un vacío inmenso en mi corazón y, por lo que nos llega desde que nos dejó, en el de innumerables personas que vieron en su incondicional entrega la realidad ejemplar del espíritu evangélico que iluminó toda su existencia.

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