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Fiestas del pueblo de San Lorenzo | Homenaje a la Madre Mayor

La prodigiosa vida de Pino Santana

San Lorenzo homenajea a la santiguadora de El Román y la nombra Madre Mayor

Pino Santana Santana con su biznieta Alma. | | LP/DLP

El pueblo de San Lorenzo rindió homenaje anoche a Pino Santana Santana, santiguadora de El Román, una especie de hada madrina para muchos niños que tienen hoy entre 50 y 60 años.

Con su cabello blanco y brillante como la nieve y su eterna sonrisa, Pino Santana Santana desprende bondad, serenidad y una inmensa paz por todos sus poros. Nacida en 1933 en el pueblo de San Lorenzo, heredó de su madre Agustinita su facultad para identificar la causa del dolor y repelerla con la palabra. Fue santiguadora hasta que este oficio pasó a formar parte de la historia o de la clandestinidad, a medida que la sanidad pública y la educación mejoró y se extendió por todos los rincones. Aunque a ella no le gusta hablar del tema e intenta evitarlo siempre que puede fue y sigue siendo muy conocida por haber sido la santiguadora de El Román. Muchos niños que hoy tienen entre 50 y 60 años eran llevados por sus madres a la casa de Pino para que les hiciera un rezado. LLegaban asustadas porque sus bebés no paraban de llorar con un llanto desconsolado y perretoso, seguramente provocado por una enfermedad o un simple cólico, pero que las mujeres atribuían a una suerte de mal de ojo. Y ella los calmaba.

A ella, asegura, nadie le enseñó a ser santiguadora. Aprendió sin darse cuenta observando de niña como lo hacía su madre, que además era partera. La admiración de Pino por su madre, a la que perdió cuando era niña, es inmensa y siempre recuerda la autoridad de la que gozaba en el pueblo, por su papel crucial en el alumbramiento de los niños en una época en la que la sanidad carecía de medios para llegar a todas las familias y muchas mujeres se jugaban la vida. Era respetada incluso, resalta Pino, hasta por el médico. «Cuando alguien llamaba al médico él siempre preguntaba: ¿está Agustinita? Y si le decían que sí, el respondía : entonces me quedo tranquilo, está en buenas manos». Como su madre, Pino ha sido respetada y querida por sus vecinos, aunque se quita importancia y dice que la gente le tenía «tecla» por ser la hija de la partera.

Agustinita, recuerda su hija, ayudaba a las madres a traer al mundo a sus niños y niñas y luego los curaba con la palabra. Les rezaba tres avemarías y tres credos y luego decía : «Salga el mal y entre el bien como Jesús entró en Belén». Y de tanto oírlo, a Pino se le quedó el rezado. Nunca salió de ella, asegura, ser santiguadora.La cosa surgió de casualidad, primero cuando una prima le insistió tanto que le hizo un santiguado y después porque las madres acudían a ella desesperadas. Y así empezó todo. Les hacía el rezado y los niños que llegaban nerviosos y doloridos, milagrosamente, salían tranquilitos, y la mayoría se quedaban dormidos, mientras Pino se ponía fatal, vomitando y llorando.

«Recuerdo que los niños entraban malos y llorando y salían dormidos después del rezado de mi madre»

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Todo esto lo cuenta su hija Pino, que se llama como ella, quien no ha seguido el oficio porque aunque cree en el poder que tenía su madre para sanar, prefirió no dedicarse a ello. Siempre recuerda con asombro el efecto tranquilizador que los rezados de su madre causaba en los chiquillos. «Cuando se ponían llorones, malos, venían a mi casa. Lo cierto es que entraban llorando y salían dormidos. Yo no sé que les hacía, pero algo tenía ella porque los niños salían como si nada y luego ella se quedaba llorando, las lágrimas le caían. Venía hasta gente mayor y una vez le trajeron hasta los pelos de los caballos para que los santiguara porque decían que el animal estaba triste. Y mi madre se negó. Decía que nunca santiguaba animales, sino a las personas, a los niños. Pero la gente venía y mi madre me decía: no digas que hago eso porque parece que soy una bruja y yo no soy una bruja».

Pero el oficio de santiguadora ocupó una pequeña parte de la prodigiosa vida de Pino Santana, que prefiere hablar de lo mucho que ha trabajado -«como una negra»-y de su marido, que falleció hace seis años, aunque en su cabeza Miguel Santana sigue vivo. Tampoco se ha querido enterar de la calamidad del covid. Se casó, resalta, con un «buen chico», con el que asegura haber sido muy feliz y crió a tres hijos, dos varones y una mujer, que «nunca le han dado problemas». Ahora tiene seis nietos y una biznieta, Alma, que es su ojito derecho. Recuerda una infancia «feliz, todo el día descalza jugando con las niñas».

Tal día como ayer, festividad de San Lorenzo, Pino Santana estaría hace muchos años levantándose antes de las cinco de la mañana para prepararle el caldo a los que venían hasta su casa de amanecida después de la Noche de los Fuegos a tocarle en la ventana y cantarle una serenata. Y después comenzaba a preparar los calderos de comida para la familia que acudía al pueblo a celebrar las fiestas y que apreciaba, sobre todas las cosas, el delicioso plato de conejo en adobo, su especialidad.

«Hoy no se ha oído ni un volador», comentaba ayer extrañada. Quien diría que ahora los extraña cuando de pequeña tenían que llevársela a Hoya Bravo la Noche de los Fuegos porque Pino se desalaba con la escandalera. «Antes se vivían las fiestas de otra manera, más bonita. Se reunían todas las familias. No había nada, pero siempre estrenábamos traje nuevo y me acuerdo que se escondían los trajes en la costurera para no ir vestidas iguales. Íbamos a la verbena. A mí me gustaban los bailes, a mi marido no, pero se adaptó. Era un buen chico. Todo el mundo lo apreciaba. Fue un buen marido y un buen padre», sostiene Pino, mientras recuerda de pasada su luna de miel en Teror. Su marido vendía el agua de los estanques a los cultivos y a la fábrica del Seven Up. Se conocía como la palma de su mano el funcionamiento de la red de acequias y cantoneras. También fue tractorista y la familia tuvo que irse a Artenara cuando hicieron la carretera.

«Tuve una infancia feliz, corriendo descalza como todos entonces, y mi marido fue un buen chico»

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La de Pino fue la primera televisión que llegó a El Román y José Agustín, uno de sus hijos, recuerda como se llenaba la sala de chiquillos por las tardes. «Venían a ver El Virginiano. Mi madre les daba la merienda a todos. No teníamos dinero, pero le servía a todo el mundo. Y después nos íbamos a jugar a la pelota». Ultimamente está «bien con jota», como dice ella, porque tiene problemas de circulación en las piernas pero las inmensas ganas de vivir y la alegría que siempre la ha movido siguen presentes. Siempre colaboró con sus vecinos y los ayudó en lo que pudo y en la organización de las fiestas también, resalta José García Santana, presidente de la comisión de fiestas de San Lorenzo, quien la describe como una especie de hada madrina para los chiquillos del pueblo. Se siente agradecida con el nombramiento de Madre Mayor y ha tenido que esperar un año para recibir la distinción porque el año pasado se suspendieron las fiestas por el covid. Anoche asistió a la gran gala que se celebró en su honor y en el de la farmacéutica María Mercedes Alonso Marrero, que fue nombrada Hija Adoptiva de San Lorenzo. «La gente», resalta su hija Pino, «la quiere mucho. Ella ayudaba a todo el mundo. Al todo el que podía».

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