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Historia

50 años de una reforma conciliar

Postal de la época tal como quedó el templo tras la reforma hace 50 años. | | A.Y.

Cuando en los años sesenta del pasado siglo comenzó a hablarse de la necesidad de urgente intervención que presentaba el templo de Nuestra Señora de La Luz, hacía casi dos décadas -siendo párroco Antonio Mayor y Mayor de 1944 a 1959- que no se había actuado para impedir los lógicos deterioros del paso del tiempo en la iglesia diseñada por Laureano Arroyo e inaugurada en 1913.

Pero finalizando la década y previamente autorizado por el obispo Infantes Florido; el párroco José Domínguez Pérez decidió iniciar esas obras no sólo para impedir el daño constatado sino además tal como se expresó el obispado para hacerlo «de acuerdo con las directrices actúales de la Liturgia» emanadas de la aplicación del Vaticano II.

Para ello se constituyó una comisión organizadora que logró reunir por diversos cauces (suscripción, donativos, créditos) la cantidad de 2.722.760 pesetas. Casi tres millones que sirvieron para la renovación de techos y bóveda, la sustitución del pavimento, la colocación de pila bautismal, zócalos, pinturas, y el acondicionamiento del altar mayor; «quedando para fondos de un salón parroquial, el superávit de 12.613,80 pesetas».

Las obras comenzaron a mediados de 1969 y terminaron dos años más tarde bajo la dirección técnica de los señores Francisco Perdomo, José Sánchez Murcia, Casiano Manrique, Salvador Ravelo, Blas Acosta y los obreros de Bazán, en todo aquello que se les requirió, pero especialmente en lo relacionado con la carpintería.

Se inició el trabajo en la bóveda y resto de las cubiertas que presentaban una gran cantidad de grietas se aplicó Novanol y en las partes en que éste no se pudo emplear, se utilizó el impermeabilizante H-30.

El resultado final que se definió por parte del obispado como de un «estilo sencillo, dentro de un sentido teológico, estético y litúrgico» centró al Crucificado en el Altar Mayor y a Nuestra Señora de La Luz en el testero de la izquierda; con una presencia «diáfana y alegre, líneas suaves, acogedoras, sencillas y limpias…sin recargos barrocos de imágenes repetidas o altarcitos que dispersaran la atención y fomentaran formas particularistas de orar».

En lugar destacado se colocó el ambón y la fuente bautismal junto al altar y sagrario quedando el confesionario casi en medio de la gente; y el altar formado por una piedra de mármol, íntegra, sin composiciones ni divisiones, sobre un sólido hormigón. Infantes Florido lo definió como «signo fijo de la roca inamovible que es Cristo».

En la antigua sacristía, un iconostasio con acceso a quien lo quisiera, para el que se reservaron algunas imágenes de santos y distintas advocaciones de la Virgen María que se colocarían en el templo en los días de sus respectivas fiestas.

Y aunque al comienzo de las obras se anunciaba un frontal principal revestido de piedra o de madera, el aspecto final fue excesivamente «limpio2, muy exento de adornos para una feligresía como la de La Luz que siempre ha gustado de aderezos y exornos con que demostrar la abundancia, la copiosidad de su sensible querencia hacia la Madre de La Luz.

El Boletín Oficial de la Diócesis de Canarias describía el nuevo templo de La Luz el 1 de octubre de 1971. Dos días más tarde se procedía a su consagración con la concelebración de la Eucaristía presidida por el obispo y depositándose en el altar las reliquias de San Urbano, San Constancia, varios mártires y San Antonio María Claret.

Los de La Naval tuvieron lucidas fiestas hace cincuenta años, con pregón a cargo del abogado y procurador en Cortes Manuel Padrón Quevedo; solemne procesión; ofrenda floral infantil; recital canario de distintas agrupaciones folclóricas; gimkhana automovilística; proclamación de Reina de las Fiestas; desfiles de carrozas; traslado de la llama simbólica; luchadas y mucho más centrándose en aquel reluciente templo, que sería inaugurado oficialmente hoy hace justamente medio siglo, el 10 de octubre de 1971.

No obstante, pese a lo necesario de las obras y a que La Luz fue uno de los primeros en aplicarse la limpieza de adornos preconizado en el Vaticano II, ya se encargó la feligresía del barrio portuense de «ir haciéndolo a su mano» y flor allí, jarra de plata allá, volver a poner a Nuestra Señora de La Luz donde por honor, veneración, antigüedad y tradición merece.

Así son de brillantes y sensibles sus fiestas. Porque nacen a la vez del corazón y del orgullo.

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