La Provincia - Diario de Las Palmas

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COMERCIO

Los comerciantes chinos cambian la ciudad por los polígonos industriales

En la calle La Naval apenas quedan siete tiendas abiertas, el resto ha cerrado

El éxodo de los comerciantes chinos comenzó hace ya tres años y después de la pandemia han continuado bajado la persiana algunos más que no han podido aguantar la bajada de las ventas, como le ha ocurrido a muchos pequeños negocios regentados por canarios.

Las pequeñas tiendas chinas han ido desapareciendo poco a poco de la capital grancanaria y aunque todavía sobreviven bastantes, la mayoría de los comerciantes se han ido a otros países. Otros han optado por irse a otros municipios de Gran Canaria -según cuentan los que todavía siguen abiertos- en busca de sitios con más aparcamientos, alquileres más baratos y naves que les permitan abrir tiendas de grandes dimensiones.

Algunos han vuelto a China, pero los que siguen aquí aseguran que han sido muy pocos los que han optado por el regreso a su país de origen.

 Buena parte de los empresarios que se han quedado en la isla han cambiado los pequeños bazares por tiendas de grandes dimensiones en polígonos industriales fuera de la capital y en «los campos», como explica un ciudadano chino, para referirse a otros municipios. Los polígonos de Jinámar (Telde), donde se han instalado tres megatiendas y Arinaga (Agüimes), donde acaba de abrir el Asia Store, el comercio asiático más grande de Canarias, con más de 9.000 metros cuadrados, son las zonas preferidas por los mayoristas.

    También han abierto comercios chinos en las zonas industriales de Guía o están a punto de hacerlo en San Isidro (Gáldar), zona elegida par montar Xiam Home una especie de Ikea chino de 6.000 metros cuadrados, que está impulsando un empresario asiático radicado en Tenerife.

La mayoría de los asiáticos que han cerrado sus negocios se han ido a otros países

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    La capital tampoco ha escapado a la tendencia a la apertura de grandes tiendas de más de 500 metros cuadrados, en las que se puede encontrar de todo. El último ejemplo es el establecimiento abierto en la zona del hospital Negrín, por debajo del Lidl.

Mientras tanto, en la calle La Naval, que llegó a ser conocida como la Chinatown de la capital porque la mayoría de sus comercios llegaron ser chinos a principios de este siglo, sólo quedan siete comercios gestionados por asiáticos, que resisten a duras penas por la bajada de las ventas. Menos quedan aún en Juan Rejón. Locales cerrados a cal y canto, algunos abandonados, con carteles de se alquila pueblan el paisaje de ambas calles, que ha cambiado drasticamente.

«La calle fue primero de los hindúes, después de los chinos; ahora no es de nadie. Está vacía»

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 La mayoría de los negocios cerrados no se han vuelto a ocupar. Y es que como dice Daniel, encargado del Rastro de Solidaridad Activa, además de la bajada en las ventas por la competencia del comercio digital, el principal problema que motivó en su día la marcha de los chinos fue el alto precio de los alquileres, algunos de los cuales llegan a alcanzar los 1.500 euros. Esa es la razón, critica, de que la mayoría de los locales comerciales permanezcan cerrados a cal y canto.

El dueño del Bazar Atlan, uno de los pocos chinos que queda en la zona, explica que la mayoría ha optado por irse a otros lados porque «aquí los locales eran muy pequeños y no hay sitio para aparcar». En los polígonos hay espacio para que los clientes dejen el coche y para la carga y descarga.

"La cosa está muy mal"

«La cosa está muy mal», explica muerta de risa la dueña de una tienda china que tampoco quiere dar su nombre. «Casi no se vende, porque no hay nadie. Aquí sacamos entre 30 y 50 euros cada día. Antes los comercios chinos ocupaban toda la calle, pero muchos han cerrado y se han ido a otro país. Muchos se han ido a Chile, porque allí las cosas están mejor. El problema es que no hay turismo. Si no hay turismo, no hay trabajo», explica, aunque reconoce que el éxodo chino del Puerto comenzó antes de la pandemia.

En 1999 se instaló el primer comerciante chino en La Naval, según recuerda Navin, encargado de la distribuidora Premier Wear S.L. y de una tienda repleta con todos los productos que se comercializan a la sombra de las películas de Walt Disney y la Warner, a «precios asequibles».

«La calle se ha reconvertido. En los ochenta y noventa, hubo una hegemonía hindú. A partir de 1999 llegaron los chinos y se hicieron con la mayoría de las tiendas hasta 2019. A partir de ahí, la calle ha vuelto a cambiar y se han ido instalando comercios más dirigidos al barrio, como fruterías, peluquerías, barberías, lavanderías, lo que necesita la gente en el día a día; y alguna pequeña boutique de moda.

«El 85% de la calle llegó a ser chino, asegura Navin, quien no descarta que en 2022 sigan cerrando comercios. Los pocos comercios que están abiertos, porque la mayoría de los locales están vacíos, con la persiana echada desde hace muchísimos. Otra buena parte de los locales están en obras, porque los edificios están siendo reformados para ser destinados al alquiler tradicional y turístico.

Vikran, un comerciante hindú que se instaló en La Naval hace ya 53 años ha visto como ha ido cambiando el comercio de la calle a lo largo del medio siglo pasado. Vio como llegaron los chinos y se fueron los hindúes y ahora ha asiste a la marcha de los asiáticos, mientras él sigue resistiendo en su tienda Exclusiva VD. Vikran calcula que en los últimos años han desaparecido el 75% de los negocios de La Naval y casi el 90% Juan Rejón. Lo peor es que la inmensa mayoría de los locales que quedan vacíos no vuelven a ser ocupados. «Muchos chinos se marcharon antes de la pandemia a los campos.

Otros se han ido a Italia o Francia en busca de trabajo. No creo que hayan vuelto a su país. Se fueron porque no se vendía, había demasiados. La calle fue primero de los hindúes, después de los chinos, ahora no es de nadie. La calle se ha quedado vacía».

Zhang y La jota resisten


En León y Castillo, donde llegó a haber decenas de tiendas chinas, resisten los comercios de Zhang y La Jota, gracias a la clientela fiel que les ha permitido superar los peores momentos, justo después de la pandemia.

Jorge, dueño de La jota, una tienda de moda, reconoce que lo pasó muy mal después del confinamiento, pero «las ventas van volviendo a la normalidad. Empezamos a recuperarnos». Al contrario que muchos compatriotas, que han tirado la toalla, Jorge ha seguido adelante desde que abrieran la tienda hace cinco años. «Sólo somos mi mujer y yo y una empleada a media jornada y nos mantenemos».

En una situación similar están en Zhang, donde van escapando, pese a que las ventas han bajado más de un 50%.

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