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CRÓNICA HISTÓRICA

150 años de la consagración y dedicación de la Catedral de Santa Ana

El obispo José María Urquinaona y Bidot tomó la decisión en noviembre de 1871 «espontáneamente y por amor a su Santa Iglesia» en desagravio al Papa Pío Nono

La Catedral de Santa Ana a inicios del siglo XX. LP/DLP

En noviembre de 1871, don José María Urquinaona y Bidot, el gaditano obispo de Canarias desde 1868 y por entonces también Administrador Apostólico de Tenerife, hacía público «Al venerable Clero y a los fieles de nuestra Diócesis de Canarias y la de Tenerife» que consideraba de suma importancia presentar un grandioso espectáculo de revitalización de creencia y devoción «a la vista de sus fieles en estos desventurados tiempos, en que tan debilitada se encuentra la fe en la mayor parte de las almas, resultando de aquí las faltas de reverencia con que se profanan de continuo nuestros templos y atentados aún más horribles que ofenden gravísimamente la Divina Majestad.

En esta persuasión íntima, llenos de un ardiente celo por el decoro de la casa del Señor, deseando inspirar a nuestros muy amados fieles el espíritu profundamente religioso con que debemos comparecer siempre en el templo para tributar nuestros homenajes al Altísimo, y queriendo a la vez dar un testimonio público y solemne del amor que profesamos esta Santa Iglesia con que nos ha desposado el Sumo Pontífice, hemos determinado consagrar su principal Templo para que la Catedral de Canarias no carezca de esa unción sagrada que debe conseguirle los respetos más profundos de sus hijos y merecer a éstos bendiciones bien colmadas de la Divina Misericordia: siendo Nuestro ánimo ofrecer a la Majestad del Señor esto acto religiosísimo en desagravio de las muchas profanaciones y sacrilegios horrendos que se cometen por todas partes en la desgraciada época que vamos atravesando».

La escultura de Santa Ana realizada por Pepe de Armas en 1944. LP/DLP

El obispo Urquinaona que por esos años estaba resuelto a hacer mil cosas en su diócesis en desagravio al papa Pío Nono por la pérdida de los Estados Pontificios en el proceso de formación del Reino de Italia, decidió realizar la consagración «espontáneamente y por amor a su Santa Iglesia» como destacó el Boletín Eclesiástico.

Para llevarlo adelante se puso de acuerdo con el Cabildo Catedralicio y convinieron que la consagración se llevara a cabo el cuarto domingo de aquel mes de noviembre de 1871, lo que comunicó a clero y feligreses exhortándolos a que conforme a la Disciplina Canónica que prescribía el Pontifical Romano, ayunaran la víspera del mencionado domingo y que concedía un año de indulgencia a todas las personas que con las disposiciones convenientes visitaran el templo Catedral el día de su consagración y rezaran devotamente «por la extirpación de las herejías, por la conversión de los pecadores, por el restablecimiento del Trono Pontificio, por la paz y concordia entre los Príncipes Cristianos…».

La consagración generó desde su anuncio una enorme expectación ya fuera por lo novedoso o por el tono secreto en que había de celebrarse.

Entre las reliquias que custodiaba la Catedral, fueron elegidas por Urquinaona las de los mártires San Pío, Papa; San Máximo, Obispo; San Magno, San Palmacio, San Paciente, San Feliciano, y Santos Zenón y compañeros y de las Santas Vírgenes y Mártires Úrsula, Victoria y Pacífica.

Las reliquias fueron encerradas con tres granos de incienso, en caja de plata sobredorada, sellando Urquinaona los cordones rojos que la ciñen con el de su escudo. Esta urna permaneció en su oratorio hasta las cinco de la tarde del 25 de noviembre de 1871. A esa hora, los miembros del Cabildo Catedral acudieron procesionalmente hasta el Palacio Episcopal de la Plaza de Santa Ana, precedido por los alumnos internos del Seminario Conciliar.

Entre las reliquias que custodiaba la la catedral, fueron elegidas las de los mártires San Pío, San Máximo, San Magno, San Palmacio, San Paciente, San Feliciano y San Zenón; y de las Santas Vírgenes y Mártires Úrsula, Victoria y Pacífica

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El Prelado vestido de capa magna llevó las reliquias hasta el sitial dispuesto en el atrio del templo. Allí se formó un estrado de alfombras y escaños, presidido por el sillón que en su correspondiente trono ocuparía para revestirse al día siguiente. Posteriormente pasaron al coro para celebrar maitines en honor de los mártires, cuyas reliquias quedaron al cuidado de un dignidad, un canónigo, un beneficiado y cuatro seminaristas.

Todo aquello hay que decir que entre el más profundo respeto del pueblo, fue utilizado por algunos contrarios a Urquinaona. Dijeron que su inicial intención de ubicar la ceremonia el 19 de noviembre -día de Santa Isabel de Hungría- era debida a la intención del obispo de congraciarse con la expatriada Isabel II, por si ésta volvía del destierro.

Al día siguiente, domingo 26 de noviembre de 1871, las reliquias fueron conducidas nuevamente desde palacio y comenzó la ceremonia de la consagración, que empezó por la recitación de los Salmos Penitenciales y que al ser acto de tal envergadura reseñó el Boletín con todo lujo de detalles, ya que al ser a puerta cerrada por prescripción del ceremonial, se quería dejar detalle de lo ocurrido y no contemplado.

La triple aspersión externa de todo el templo, las llamadas del obispo con el báculo a la puerta hasta que a la tercera penetró volviendo a quedar cerrada la puerta.

No pudieron ver los asistentes lo que sucedió y dejó consagrado el templo: la solemne invocación del Divino Espíritu y de todos los Santos por medio del himno Veni Creator Spiritus y de las Letanías; el ruego del obispo a Dios para que se digne visitar el lugar y deputar ángeles para su custodia, formando una cruz primero, dos después, y tres por último, pidiendo sea bendecido, santificado y consagrado por el Señor aquel recinto; la inscripción de los alfabetos griego y latino en la ceniza extendida por el pavimento formando una cruz; la bendición de sal, ceniza, y vino para infundirlas en el agua que se usaría para las aspersiones y serviría para amasar y asperjar al bendecirla la mezcla con que se afirmaría la losa del sepulcro preparado en el altar para las reliquias: la impresión de la señal de la cruz en la parte superior e inferior de la puerta principal; los signos y las siete aspersiones sobre el altar con el agua; las tres aspersiones con agua sobre las paredes de la catedral interiormente a diferentes alturas; la del pavimento en forma de cruz, desde la puerta principal y de una a otra pared lateral y la que al final se hace a los cuatro puntos cardinales.

Después de todo ello, el obispo Urquinaona salió a la puerta principal, cogió las reliquias y las llevó al interior.

Tras la lectura de locuciones y decretos relacionados con el respeto que merecen los lugares sagrados, se realizó la unción de la puerta principal con el Santo Crisma y se abrió para dar paso al clero y pueblo.

Al llegar la procesión al presbiterio, se procedió al ritual para la colocación de las reliquias y el mismo Urquinaona puso la mezcla y la piedra mientras pronunciaba distintos fragmentos bíblicos: «Bajo el altar de Dios oí las voces de los que habían sido muertos que decían; ¿por qué no vengas nuestra sangre?, Esperad, un poco, hasta que se complete el número de vuestros hermanos; los cuerpos de los santos están sepultados en paz, pero sus nombres viven en perpetuas eternidades».

José Mª de Urquinaona y Bidot. LP/DLP

Luego incensó el altar, primero en forma de cruz dos veces y después seis dando vueltas alrededor de él, alternando con dos unciones con el óleo de los catecúmenos y una del santo Crisma hechas sobre la mesa del altar, mientras un sacerdote le rodeaba incensándole sin cesar. Por último, derramando sobre la mesa del altar óleo de catecúmenos y crisma los extendió por toda la superficie.

Al llegar se realizó la unción de las doce cruces en las paredes de la Iglesia, tres en cada muro, diciendo al formar la cruz «sea santificado y consagrado este templo: en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo para honra de Dios, de la gloriosa Virgen María, de todos los santos á nombre y memoria de Santa Ana».

Después, los granos de incienso, y la llamada al Espíritu para terminar la consagración sobre la una de la tarde de aquel domingo del que hoy se cumplen 150 años.

Tal como reseñara el investigador Sebastián Jiménez Sánchez todo esto quedó reflejado y perpetuado en una lápida de mármol encerrada en un marco de madera dorada, en la que se lee: «El Excmo. e Iltmo. Sr. obispo don José María Urquinaona y Bidot, obispo de Canarias, consagró esta Santa Iglesia Catedral en honor de Santa Ana, el 26 de noviembre de 1871 y fijó la fiesta de Aniversario de su Dedicación el día 26 del mismo mes».

Bajo la misma se situó una cruz roja, pintada en la pared, para mayor realce de dicho acontecimiento, al igual que un pequeño brazo metálico para sostener una vela encendida en el día de su aniversario, en el que debían repicar las campanas de la catedral «para comunicar el gozo a la ciudad».

En 1971, celebró la diócesis con igual o mayor énfasis de ceremonia el centenario de la consagración, metidos como estaban por entonces en las reformas conciliares del obispado de Infantes Florido.

Se proyectaron con esa idea distintas actividades que iban desde una concentración de las parroquias de la Diócesis, una misa concelebrada en la Catedral y la bendición e inauguración de las obras que por aquellos días se iban a iniciar con ocasión de la instalación de la nueva mesa-altar del Sacrificio; obras que implicaban una especial modificación de la actual estructura del bajo presbiterio, lo que permitiría la celebración de la Eucaristía cara al pueblo; proyecto redactado por los arquitectos Ignacio Blanco y Luis Alemany Orella.

La consagración de la Catedral de Santa Ana dejó un especial sentimiento de recuperación de solemnidades en el alma de los canarios de hace siglo y medio y sirvió, al igual que la peregrinación a Teror de 1877, para ayudar al pueblo a superar un cierto marasmo con que se inició el siglo XIX.

A esta consagración seguirían las de la Iglesia de Nuestra Señora del Pino de Teror realizada en 1914 previamente a la proclamación de la misma como Patrona de la Diócesis y la del templo de San Bartolomé de Tirajana en 1922, pronto a cumplirse un siglo de la misma.

* José Luis Yánez Rodríguez es Cronista Oficial de Teror.

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