Puñaladas, peleas, agresiones, mujeres muy jóvenes que salen cambadas por el efecto de las drogas tras ser prostituidas, escandaleras permanentes y una peste igual de perpetua que procede de las basuras amontonadas y los orines y excrementos de la calle. Este es el infierno cotidiano que soportan desde hace años los vecinos de la antigua comisaría de Miguel Rosas, en pleno corazón turístico de la ciudad, que fue ocupada en 2016, tras permanecer abandonada durante años y acabar en manos del banco malo (Sareb). Los okupas del principio se integraron en el vecindario y nunca dieron problemas, pero el perfil de los habitantes cambió radicalmente e, ironías de la vida, el que fuera durante muchos años cuartel de la Policía Nacional se ha transformado en un centro de trapicheo y de delincuencia que tiene asustados y amargados a los vecinos. Los residentes lo definen como un «agujero negro».

Seguridad asegura que la Policía Local no puede actuar en el interior del edificio ocupado

Los que viven en el entorno se preguntan qué tiene que pasar en el centro para que el Ayuntamiento de la capital grancanaria tome cartas en el asunto, desaloje el inmueble, que tiene una parte clausurada tras el incendio sufrido hace ahora un año, y lo tapie por completo. Ni siquiera, en pleno estado de alarma, cuando los residentes de la comisaría se saltaban a diario el confinamiento, fueron capaces de tomar cartas en el asunto. El Ayuntamiento asegura que no puede intervenir porque es una propiedad privada y la Sareb dijo hace ya un año que estaba pendiente de que el juez autorizara el desalojo, pero los problemas aumentan cada día. «Y nadie hace nada», se quejan los residentes.

«La situación ha alcanzado tal punto de degradación, que ya no podemos más. Esto es un sinvivir», manifiesta uno de los vecinos, quien asegura que el Gánigo, que utiliza la calle como sala de espera de las personas sin hogar, ha dejado de ser, comparado con la comisaría, «el menor de nuestros problemas».

Miguel Rosas se ha convertido, asegura, «en la calle sin ley, con puñaladas, atracos, amenazas, tráfico de drogas evidente a plena luz del día, prostitución dentro de la comisaría, gente echándose los boliches en la puerta de nuestras casas. Es una barbaridad». Además de las peleas casi a diario, algunas con machetes, y de las escandaleras hasta altas horas de la mañana, los residentes se quejan del gran problema de higiene que se ha generado por el estercolero que crece en una de las azoteas del inmueble, donde van a parar las basuras.

Estercolero en la azotea. LP/DLP

«La peste es tan insoportable que a veces tenemos que cerrar las ventanas y además nos pican los ojos. Estamos llenos de moscas y mosquitos. En la calle han hecho un boquete en el suelo donde vacían las botellas de orines. El olor es nausebundo y es un foco de infecciones. Aquí hay un problema de salud pública», señala otro vecino, que prefiere permanecer en el anonimato por miedo a los okupas.

«Antes se escondían, pero ahora te hacen frente y te amenazan. Esto es demencial. Cada fin de semana hay peleas a cual más gordas. Vienen siete u ocho coches de policía y en cuanto ven las luces azules se dispersan».

Una empresaria del lugar, que está intentando sacar su negocio adelante con todas las dificultades del mundo, sólo pide que «nos protejan un poco y nos expliquen por qué permiten que esta gente se salte la ley. Si todos los vemos cómo venden la droga, por qué la policía no lo ve».

El antiguo cuartel se ha convertido en un centro de trapicheo de droga y refugio de delincuentes

Los problemas de la calle afectan también a los negocios. Los dueños de los dos locales situados frente a la comisaría llevan años sin conseguir alquilarlos. Y algo parecido ocurre con los pisos y apartamentos de alquiler. «La gente en cuanto ve lo que hay se marcha. Hay una rotación constante de inquilinos. Hay propietarios que lleva cuatro años intentando vender el piso para largarse, pero nadie quiere meterse aquí. Primero era el Gánigo y ahora esto, que es mucho peor», dicen. Advierten que hay vecinos con problemas psicológicos y ansiedad porque no pueden dormir. Una representación de quince vecinos se reunió hace dos semanas con el concejal de Seguridad y Emergencias, Josué Íñiguez. Este les prometió que el próximo año intentará poner cámaras de seguridad. «Nos dijo que no puede hacer nada con la ocupación y que están haciendo gestiones con la Sareb. Es increíble como han dejado pudrir este asunto». Desde la Concejalía de Seguridad indicaron que «la Policía Local no puede actuar en el interior» de la comisaría, «sólo en el exterior porque la propiedad es privada. Estamos en conversaciones con la Concejalía de Urbanismo para que esta última requiera a la propiedad que intervenga».

La calle sin ley

«El Ayuntamiento nos toma el pelo cuando dice que no puede actuar. No creo que la Sareb se moleste si desalojan y lo tapian», señala un vecino. «Yo no sabía lo que era un machete del tamaño de un brazo. Se meten de piñas que no te imaginas. El domingo volvió a aparecer la calle con sangre. Es una auténtica locura lo que pasa aquí».