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ANÁLISIS

Cómo se descubrió la playa de Las Canteras

Hace apenas 150 años, tanto la playa como su entorno, eran un desierto de dunas y arenales agrestes y salvajes, donde no existía ningún tipo de construcción

Carretera entre el antiguo casco de Las Palmas y la rada de la Luz. | | ARCHIVO FEDAC

Vaya por delante que los relatos que aquí tratamos pretenden, en un modesto ejercicio de comunicación, resaltar aquellas obras públicas que no solo han destacado desde el punto de vista de la Ingenieria sino que también han tenido trascendencia en el modo de vida de la sociedad de la época sin que a veces el ingeniero redactor del proyecto ni su equipo vislumbraran tal repercusión social. Aquí les mostramos un ejemplo.

La Playa de Las Canteras es una magnífica playa urbana, muy querida por sus paisanos, rodeada de edificaciones y comercios. Sin embargo, sorprende saber que, hace apenas 150 años, tanto la playa como su entorno, eran un desierto de dunas y arenales agrestes y salvajes donde no existía ningún tipo de construcción; la zona se encontraba totalmente deshabitada. Solo se llevaban a cabo en ella algunas actividades extractivas de la mar como la pesca y el marisqueo y su bahía, la gran Bahía del Confital, era utilizada por las naves como fondeo alternativo al de la Bahía de la Luz en períodos de fuertes vientos de componente Este y Sur. También se llevaban a cabo algunas otras actividades derivadas como la varada y limpieza de los cascos de embarcaciones en la playa y la extracción de piedra de la Barra para las pilas de agua domésticas.

¿Qué acontecimiento se produjo para que los ciudadanos descubrieran las magníficas condiciones naturales y ambientales de la playa? Hagamos un poco de historia.

Hasta la mitad del siglo XIX, la ciudad de Las Palmas permanecía en un estado de aletargamiento continuo. Su población, de 20.000 habitantes en 1845, había tenido un crecimiento medio anual del 1,8 % en los últimos 300 años; su tamaño se mantenía constreñido dentro de las murallas defensivas que habían sido construidas en el siglo XVI tras la conquista de la Isla. La vida en el interior de la villa transcurría apaciblemente y sin sobresaltos salvo las inesperadas y terribles epidemias de la época. Por aquel entonces, Benito Pérez Galdós, todavía niño, correteaba por las plazoletas de Vegueta y Juan, el mayor de los hermanos León y Castillo embarcaba en 1850 para Madrid a estudiar la carrera de Ingeniero de Caminos mientras el pequeño, Fernando, estudiaba en el Colegio de San Agustín.

La carretera entre el puerto y la ciudad, una vez que entró en servicio con los transportes de la época. | | FEDAC

Así las cosas, los sectores mercantiles isleños empiezan a movilizarse para activar el comercio y conseguir mejorar la maltrecha economía de la isla. La presión a los políticos dio como resultado que en 1852 se decretara el Régimen de Puertos Francos de Canarias. De esta forma se creaba el marco legal propicio, con medidas liberalizadoras para el relanzamiento del comercio local. Ese mismo año se lleva a cabo la demolición de la muralla norte de la ciudad por donde hoy discurre la calle Bravo Murillo, la cual lleva el nombre del Ministro de Hacienda que sacó adelante la referida Ley de Puertos Francos.

Para conseguir revitalizar las importaciones y exportaciones de mercancía, era fundamental contar con un buen puerto que conectara la isla con el exterior.

El antiguo muelle de Las Palmas, sin condiciones de abrigo, era solo un embarcadero ubicado en un extremo del parque de San Telmo que no ofrecía garantía de seguridad permanente para la manipulación de mercancías. Los fuertes vientos y las gruesas mares castigaban ese tramo de costa violentamente, complicando las operaciones portuarias. Sin decidir todavía dónde se construiría el puerto definitivo, se constató que la Bahía de las Isletas tenía mejores condiciones de mar en calma para que, con una pequeña obra portuaria, se pudiese cargar y descargar la mercancía de forma segura y que se podía utilizar como complemento al Puerto de San Telmo.

Dicho esto, solo quedaba unir esa parte de La Isleta con la ciudad que se encontraba a seis kilómetros de distancia. Así, de esta manera, fue madurando la idea del trazado de una calzada entre el antiguo casco de Las Palmas y la Rada de la Luz. En ese momento La Isleta, al igual que Las Canteras, estaba también casi deshabitada y ni siquiera se había redactado el proyecto de diseño del desembarcadero portuario en La Luz. Por tanto, esa carretera era una apuesta de futuro para que en el día de mañana se conectara la ciudad con una modesta instalación portuaria, pues tengamos presente que, en aquel momento, no estaba decidido donde ubicar el gran puerto: Había que discernir si hacer una gran obra de abrigo en el Muelle de San Telmo o ubicarlo en la bahía de La Isletas.

En 1853 el ingeniero de caminos lanzaroteño Francisco Clavijo, jefe de Obras Públicas de Canarias, redacta un primer proyecto de la carretera que partía de Las Palmas desde la actual calle Viera y Clavijo y discurría, campo a través, hasta el Castillo de la Luz. Diseña un trazado que prácticamente es una inmensa línea recta que, atravesando los arenales, llegaba a La Isleta.

El proyecto técnico fue sencillo. Era un terreno que no requería fuertes movimientos de tierras y tampoco existían desniveles pronunciados del terreno que hubiesen obligado a construir puentes o túneles, por lo que su trazado no ofreció problemas. El único inconveniente era el suelo arenoso de las dunas que hubo que reforzar con áridos procedentes de la Isleta para crear la plataforma donde cimentar la capa de rodadura. Las necesidades de anchura de la carretera eran limitadas pues tengamos en cuenta que los usuarios serían carromatos, carretas, carros tirados por animales de carga y personas a pie o a caballo. Fue en 1890, treinta años más tarde, cuando aparecieron los primeros trenes de vapor cubriendo ese mismo trayecto. Los vehículos de tracción mecánica, camiones y coches a motor, todavía se encontraban en fase de prototipos y no se comercializarían hasta su llegada a la Isla a principios del siglo XX.

La construcción de la vía se pone en marcha una vez aprobado el proyecto técnico en el mismo año, 1853, aunque a un ritmo muy lento debido a las restricciones económicas de las arcas públicas de la época. En 1859, seis años después de iniciarse, la obra no se encontraba muy avanzada por lo que le encargan al ingeniero Juan de León y Castillo, recién titulado y destinado en el Servicio de Obras Públicas de Canarias, que redacte un proyecto reformado de esa carretera que modificara ligeramente el trazado primitivo a la entrada de la ciudad y la conectara con la calle Mayor de Triana.

Una vez que la carretera entró progresivamente en servicio se produce la conexión de la ciudad con el Castillo de La Luz en La Isleta, donde se construiría más adelante el desembarcadero. Y aquí viene lo sorprendente: de una manera totalmente inesperada la ciudad descubre la playa de Las Canteras. Un paisaje que permanecía inalterado hasta esa época, por la dificultad de comunicación que condicionaba su aprovechamiento, surge ante los lugareños como si se abriera el telón de un gran escenario y apareciera esa magnífica playa ante sus ojos. Fue todo un acontecimiento sin olvidarnos tampoco de otra playa, más modesta, que también surgió a mitad de camino de esa carretera: La playa de Las Alcaravaneras.

El atractivo de ese entorno atrae a la burguesía local que comienza a hacer uso de la playa y a construir sus residencias vacacionales no solo a la orilla de esta sino también a lo largo de la Carretera de acceso.

En el último tercio del XIX se pusieron de moda los baños medicinales curativos en la isla. Estaban abiertos dos balnearios, el de Azuaje (1868), entre Firgas y Moya, que era utilizado para curar enfermedades de la piel; y el de los Berrazales (1885) en Agaete,que adquirió su fama por sus «aguas de hierro altamente curativas» tal como mencionaba Olivia Stone.

Es entonces cuando se evidencia que los baños en el mar también son saludables, lo que añade mayor atractivo a la costa y a las playas. A su vez, comienzan a llegar por vía marítima visitantes extranjeros, sobre todo ingleses, como turismo de salud, con sus nuevos gustos y costumbres que lentamente irán calando en la población local dejándonos su impronta.

La carretera fue concebida, en su proyecto inicial, como una vía que pretendía comunicar dos puntos distantes: la ciudad y el puerto. En aquel momento se trataba de una obra ingenieril y no se tuvo una visión de planeamiento urbano sobre el crecimiento de la ciudad. Cierto es que se convirtió en el vector de crecimiento de la ciudad hacia el Norte en vez de la otra opción que era el Sur. Con una perspectiva más moderna y generosa, se hubiera diseñado una avenida amplia que, con el tiempo llegaría a convertirse en un gran eje urbano con amplias aceras, jardines arbolados y bulevares a imagen de las ciudades europeas. Esa gran avenida hubiese discurrido por terrenos de poco valor, arenales y secarrales con escaso aprovechamiento agrícola, donde el coste de la expropiación de los terrenos necesarios hubiese sido totalmente asumible por las administraciones públicas.

Dejemos los desaciertos urbanísticos de la época y centrémonos en esa reconfortante mirada al pasado con la aparición de la Playa de Las Canteras como si emergiera de pronto de la nada. Fue como si despertara de su letargo y por arte de magia se convirtiera en una de las joyas de la ciudad de la que hoy nos sentimos tan orgullosos.

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