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Opinión

Recordando a Mr. Jolly

Mr. Jolly fue, durante muchos años, en el Puerto de La Luz, el Comisario para Averías Marítimas del Lloyd de Londres, la mayor aseguradora mundial en el periodo 1950 a 1960. Escocés de pura cepa, su huella y su recuerdo permanecen. Un caluroso mediodía, por aquellos tiempos, Mr. Jolly, protestante ejerciente, salía de visitar un buque y montado en su coche se disponía a atravesar la explanada portuaria cuando divisó a dos monjas que arrastraban, penosamente, dos pesados bultos. Contenían pescados y calamares que les habían dado, como solían hacer, los tripulantes de los buques pesqueros.

Mr. Jolly detuvo el vehículo, admirado del esfuerzo de las Hermanas y les preguntó si podía ayudarlas. Las monjas se resistieron pero Mr. Jolly logró que aceptaran su ofrecimiento. Las llevó, con su carga, hasta donde tenían su residencia, el Internado de Ntra. Sra. De Fátima en Ciudad Jardín. Como en la famosa película, aquello fue el comienzo de una buena amistad. Mr. Jolly supo captar el enorme esfuerzo que hacían las monjas para acoger e instruir a tantas niñas desfavorecidas y vulnerables. El internado dependía de la Junta Provincial de Protección de Menores, organismo conectado a la Presidencia de la entonces existente Audiencia Territorial de Canarias, siendo Secretario de la Junta don Francisco José Manrique de Lara, otra gran persona, y contaba con fondos procedentes del Ministerio de Justicia, a través del desaparecido impuesto de menores, que gravaba las entradas de cine y de los espectáculos públicos, fútbol incluido. Por poner un ejemplo, con ese dinero, la última obra que la Junta llevó a cabo fue un Hogar de Acogida, que actualmente es un Centro Médico de la Seguridad Social, al principio de la calle Málaga, en la zona de enfrente del nuevo edificio judicial.

Mr. Jolly se identificó de tal modo con el Internado de Fátima que se erigió en su protector más incansable. Él vivía en un chalet espacioso en Ciudad Jardín y todos los domingos, sin excepción, invitaba a veinte niñas del Internado a pasar el día en su casa, y comer con él y con su propia familia. Yo tuve el placer de compartir más de uno de esos domingos. Pero ocurrió una vez que el Secretario de la Junta dio cuenta de que el gasto del agua en el Internado de Fátima se había disparado de forma tan considerable que la Junta no disponía de dinero para sufragarlo. Añadió que había hablado con la Madre Superiora del internado y que ésta le había dicho que el aumento del gasto se debía a una piscina que un señor llamado Mr. Jolly había construido para las niñas.

La Junta, a través del Secretario, requirió a Mr. Jolly para que explicara lo sucedido y él solicitó hablar con el Presidente, y le dijo: «No puedo explicarme que tenga que justificar el regalo que hice a las niñas de una piscina. Yo creí cuando me llamó don Francisco José que Vd. lo hacía para darme las gracias y temo que se me quiere tratar como a un delincuente». Hubo que explicarle que la obra estaba fuera del ordenamiento, pues se había hecho sin licencia municipal y sin presupuesto de mantenimiento, sin perjuicio de lo cual la Presidencia le dijo que había realizado una gran acción y que todos le estaban agradecidos por cuanto hacía por el Internado, pero que en lo sucesivo fuera menos impetuoso. En estos tiempos, en que la obra asistencial ha pasado a las Comunidades Autónomas, merecen un recuerdo la obra asistencial de la Iglesia y de tantas personas como Mr. Jolly.

En aquella época, el Puerto de la Luz generaba muchas actuaciones judiciales derivadas de averías, tanto de los buques como de la carga. Las llamadas protestas de averías ocupaban un espacio propio en la rutina de los Juzgados que, por entonces, los despachaban con la celeridad necesaria, por cuanto el expediente había de hacerse en el tiempo que el buque estaba en Puerto. Las Palmas, por esa celeridad, era buscada para hacer las protestas, aunque el buque tuviera que desviarse de otra ruta, pues el tiempo apremiaba. Por ejemplo, el capitán del buque había de ratificar la protesta ante el funcionario del Juzgado y, si el buque estaba fondeado, como el capitán no podía ir al edificio judicial, alguna vez un funcionario del Juzgado abordó en falúa el buque y hubo de trepar por la escalerilla adosada al costado del navío, para llevar a cabo la diligencia. Hoy todo eso no son más que recuerdos lejanos, pero personajes como Mr. Jolly siguen vivos en el recuerdo de quienes le tratamos.

Estas líneas han sido escritas para rendirle tributo. Se merece una calle en esta ciudad.

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