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Vecinos de una calle de Almatriche exigen que se le dé un nombre a la vía

Los residentes llevan 40 años padeciendo problemas al no tener su domicilio registrado | Las cartas no llegan al buzón y la ubicación del DNI está en un limbo

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La calle sin nombre de Almatriche Juan Castro

En medio de la capital grancanaria, y la ciudad más poblada del Archipiélago, hay una serie de vecinos que viven en un limbo. Son los propietarios de dos viviendas en el barrio de Almatriche Alto, en la que ellos han bautizado como calle Cancela Trasera, pero que realmente no tienen nombre registrado. Desde hace décadas, ese camino está ahí, sin que hasta el momento nadie se haya preocupado por tratar de nombrarle, pero ahora los vecinos han dicho basta. Viven con direcciones erróneas en el DNI -o, directamente, con la designación de "ubicación indeterminada"-, sin que las notificaciones oficiales por correo ordinario les puedan llegar, sin que los repartidores de comida sepan dónde entregarla. Esa es su rutina diaria, y por ello demandan al Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria que ponga solución. Algo tan sencillo como registrar el nombre que se aprobó en pleno hace un año para la calle y pavimentarla para no poner en peligro su seguridad.

Una de las vecinas afectadas es Liliana, quien vive con su madre y su hijo en la casa familiar de la autodenominada calle Cancela Trasera. Cada uno de ellos, pese a cohabitar, tienen un lugar de domicilio distinto en sus respectivos DNI. Y es que han tenido que echar mano de la geometría polivalente para que no aparezca la leyenda «ubicación no identificada» en los mismos, como sí le pasó a su hijo en su última renovación, cuando la funcionaria no quiso renovar la ubicación del anterior documento al no encontrar la denominación en el sistema. Y eso que hasta el Street View de la multinacional Google transitó por ella en 2009 para su GPS. 

No tener un domicilio registrado les genera múltiples problemas en su día a día, más allá de las ubicaciones indeterminadas en el DNI. Por ejemplo, las cartas de Liliana le llegan a la casa de una vecina en una calle perpendicular que sí tiene nombre, mientras que las de su madre lo hacen al domicilio de una amiga en San Lorenzo. Tampoco pueden hacer compras online porque no llegarían los paquetes, y de pedir algo para comer en casa mejor no hablar, porque los repartidores, o se pierden, o no están dispuestos a entrar por el camino plagado de baches, desniveles y peligros que les pueden hacer caer de las motocicletas de reparto.

El Ayuntamiento se escuda en que es un camino privado, pero documentos reflejan que es municipal

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Como le pasó no hace mucho a Julio, un vecino que suele ir al final de esta calle a conseguir estiércol de caballo para su huerta. «El otro día, en la misma entrada, resbalé con la gravilla suelta y me caí de la moto, lastimándome en la rodilla que ya tengo maltrecha», explica mientras muestra la férula que lleva tras una operación en el menisco de hace unos años. Este hombre lamenta el mal estado del firme y el peligro que supone, no solo para él sino también para quienes pasean, que van dando trompicones en los continuos baches. También los sufren los coches, cuyos bajos soportan daños constantes. «El vecino se dejó no hace mucho el cárter», relata, por su parte, Liliana.

La ambulancia que no llegó

Hace alrededor de un año, la comisión de pleno aprobó que este camino recibiera el nombre de calle Verderón, un pequeño pájaro que suele volar por esta zona de la capital grancanaria. Sin embargo, desde entonces no se ha hecho absolutamente nada para registrar la denominación, pese a la insistencia de las personas afectadas, tanto en Urbanismo como en la Concejalía de Distrito Tamaraceite-San Lorenzo-Tenoya. La placa que se mantiene en la entrada de la vía, en la que puede leerse calle de la Cancela Trasera, fue un regalo de algunos vecinos del barrio hace casi una década, después de un suceso que conmocionó a los residentes y a la propia familia de Liliana. 

Hace 16 años, el hermano de Liliana murió tras sufrir una parada cardiorrespiratoria en su casa. Al llamar al 112, sus familiares dieron una explicación de cómo llegar hasta la vivienda, pero la ambulancia que tenía que ir a recuperar al joven se perdió en el camino y estuvo más de 15 minutos dando vueltas por el vecindario en busca de la calle. «Nosotros escuchábamos la sirena dando vueltas pero, ¿qué podíamos hacer?», lamenta ahora la mujer, quien insta a la concejala del distrito, Mercedes Sanz, a que sea «más empática con nuestra situación» y entienda que es un «suplicio» vivir en un limbo. 

El hermano de Liliana falleció hace casi dos décadas porque la ambulancia no pudo llegar a tiempo

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Desde que alzaron la voz hace unos dos años, los vecinos solo obtuvieron la instalación de varios puntos de luz en la calle, que resultaba sumamente peligrosa una vez caía el sol, en marzo del año pasado «gracias a la implicación de la concejala Inma Medina». Pero más allá de eso, las excusas han sido las predominantes. En una visita que hicieron en 2020 tanto Mercedes Sanz como el titular de Urbanismo, Javier Doreste, les prometieron que actuarían para que tuvieran el ansiado nombre y también adecuarían el camino. Los vecinos no piden urbanizarlo, con lo que ello supone de instalar aceras y muros de contención, sino que lo pavimenten y acaben con los socavones y desniveles, que se convierten en auténticas piscinas siempre que llueve.

Sin embargo, a pregunta del PP en una comisión de pleno en diciembre de 2020, el área de Urbanismo respondió que no era competencia municipal urbanizar la vía, puesto que las edificaciones construidas solo suponen el 20% de la longitud de la calle, que es de 170 metros, pero que sí se han dado «las instrucciones oportunas» para la redacción de un proyecto de pavimentación vial de la misma. Esto fue en enero del año pasado, y a día de hoy todavía no hay señales de ese plan, por lo que la paciencia de los vecinos se está agotando por la inacción. 

Mientras la calle siga sin pavimentar y en el limbo, Liliana y sus vecinos seguirán teniendo que recoger sus cartas en otros domicilios cercanos, recogiendo la compra en la entrada de la calle porque nadie quiere entrar por ella -y menos de noche-, o sorteando los charcos de tamaño sideral en los días de lluvia. Una problemática propia de otras latitudes que se está dando desde hace más de cuatro décadas en un barrio en plena capital grancanaria. 

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